- ¿Cómo se sintetiza el
derecho a mandar y la opresión de los gobernantes según Jesús?
Jesús
se encarnó en medio de una sociedad ocupada por un poder extranjero. Ya desde
su misma condición de judío palestino del S. I podemos intuir que conoció desde
su más tierna infancia la opresión de los tiranos, pues los judíos se
encontraban bajo el mandato de la autoridad romana. Pero es curioso cómo
podemos ver la actitud de Jesús dentro de una paradoja en la que se reconoce el
derecho a mandar con su propia actitud que nunca ataca directamente al poder
político. Aunque si da muestra de la actitud digna de aquellos que mandan y
gobiernan las naciones. De hecho tenemos dos textos en los que observamos que Jesús
presenta esta dicotomía: Mt 20, 25-28 y Lc. 22, 25-27.
En
ambos textos vemos que sitúa la paradoja justificando que el poder es lógico
que se ejerza, pero a estos gobernantes que tiranizan los presenta frente a la
verdad que es él. Un líder que ejerce su autoridad desde el servicio. Él fue el
que se abajó, siendo Dios mismo, para servir a la humanidad como un esclavo. Es
por ello que nos encontramos con la paradoja de Jesús que podría resumirse
como: Gobernó obedeciendo y sirviendo. Es más, en el relato con Pilatos de jn
19, 11, vemos que le acusa al gobernador de que su poder le ha sido otorgado de
arriba, mientras que los culpables de su suerte son aquellos que viniendo desde
abajo (sanedrín) le han presentado ante el poder romano. Es por tanto claro,
que Jesús presenta con su ejemplo de vida el poder de la debilidad, del pobre y
necesitado, que aun siendo poderosos (hasta el punto de Dios en la tierra), no
usa sus influencias para mandar sino para obedecer en el servicio a los demás.
Y
esta obediencia, conlleva el sufrimiento de verte despojado de tu condición de
gobernante para ser tomado como un esclavo o un siervo. De hecho en la carta a
los hebreos se nos presenta la actitud de Jesús como que “siendo Hijo, por los
padecimientos aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió
en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Heb. 5, 8-9). Así
el gobernante que obedece a su razón, y al Evangelio, y sirve a sus hermanos
será engrandecido y perfecto. Mientras que los tiranos no serán dignos de
ostentar el derecho a mandar.
Porque
la clave de este derecho a gobernar, emana de una ley natural que está inscrita
en todos los hombres. De manera que a la hora de ejercer el poder, el
gobernante tiene la libertad para actuar dentro de un margen de acción que
acota el derecho natural, emanado del derecho divino. Para los gobernantes la
libertad no está en que manden al azar y a su capricho, pues sería un proceder
criminal que implicaría, al mismo tiempo, grandes daños para el Estado, sino
que la eficacia de las leyes humanas consiste en su reconocida derivación de la
ley eterna y en la sanción exclusiva de todo lo que está contenido en esta ley
eterna, como en fuente radical de todo el derecho. En palabras de San Agustín
sería: «Pienso que comprendes que nada hay justo y legítimo en la (ley)
temporal que no lo hayan tomado los hombres de la (ley) eterna». Por tanto la
forma de gobernar sería obedecer a la ley eterna y por tanto, esa obediencia a Jesús
y su Padre, por eso puede decir “No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no
te la hubieran dado de lo alto” (jn. 19, 11)
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¿Cómo por un lado
ofrece curaciones y milagros incluso al funcionario real, al que lo pone como
ejemplo de fe, y por otra parte se enfrenta taxativamente con todos los grupos
políticos a los que designa como zorros?
Jesús
se presenta primeramente ante el pueblo de Israel como heredero de las promesas
de salvación. Pero eso no niega a que se abra la posibilidad de salvarse para
el resto de grupos. De hecho se admira cuando no es capaz de obrar milagros en
tierra judía, sin embargo, obra curaciones a paganos e infieles, como la
sirofenicia, el hijo del funcionario real o el endemoniado de Gerasa. Jesús es
luz y salvación en medio del mundo, para todos aquellos que aceptan sus
enseñanzas y creen en su palabra. Por eso no se deja llevar solo por la
identificación a un grupo particular, sino que anuncia el Reino de Dios, a la
espera de que sea acogido, primeramente por aquellos que ya conocen las
promesas de Dios (los judíos) y después al resto de la humanidad que ha de ser
redimida.
De
hecho, él acepta el poder de Pilatos, porque le ha sido dado, pero sabe que no
es dueño del mismo, sino administrador. De hecho la imagen del administrador va
a explotarla varias veces como en Lc. 16, 1-13.
Donde se presenta un administrador astuto, aunque la clave del que maneja
los asuntos de otros será el de 1co. 4, 1-4 cuando san Pablo nos diga “que la
gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los
misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles.
Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni
siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero
tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.”.
Por
tanto lo importante es no dejarse llevar por los mandatos del mundo temporal, y
vivir absorto en la justicia de Dios que reboza sobre el mundo que
administramos, sin ser nuestro. Por eso Jesús, que se presentó primero a judíos
y después a todos, tiene como único interés hacernos ver el reino de Dios.
Verdadera predicación de su palabra que nos sitúa ante la realidad de nuestro
actuar. Lo importante no es quien eres o que posees, sino que tengas fe en Jesús
y administres el Reino de Dios que él trae consigo y nos la entrega como un
tesoro que está en vasijas de barro (2 cor. 4, 7). Para, como se veía en el
punto anterior, lo que es débil y pequeño, es lo que Dios escoge para demostrar
su poder y su gloria.
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Por un lado Jesús
afirma que su reino no es de este mundo, pero también afirma que el reino de Dios
esta tan cerca que ya está entre nosotros. Utilizando un lenguaje político dice
que el reino está llegando pero aún no.
Jesús
utiliza el siempre limitado término político del reino, para simbolizar un
momento cumbre en el mundo en el que se manifiesta el poder y acción de Dios.
Una acción plena que solo es posible gozarla en la vida eterna, pero que ya
desde Jesús se está gozando de una manera velada en esta carne mortal. Pues el
que es Señor de cielo y tierra no puede dejar su gracia para la vida eterna,
sino que necesita de extender su gracia ya en este mundo como primicia de
aquello que está por llegar.
El
Reino por tanto será el centro del mensaje y la vida de Jesús, porque él mismo
es ese reino que anda y camina entre nosotros y nos trae la salvación y la
esperanza para los mortales. Jesús se encarna para que el reino de Dios llegue
a los hombres de manera que podamos tocarlo y palparlo. Nosotros somos, por
tanto, los que a imagen de Jesús debemos encarnar con nuestro vivir ese Reino
de Dios. El encarnarse siempre supone una tarea liberadora. A imagen de Jesús
que se presenta como portador y articulador de un proyecto de liberación,
principalmente para los más pobres. El Reino de Dios que se ha de traer con el
dinamismo de la encarnación, es siempre anuncio y denuncia. De hecho la propia
muerte de Jesús fue una denuncia de que hay cosas inaceptables para Dios, de
que hay determinados valores y opciones por los que debemos sacrificar la vida para
poder mantenernos fieles a Dios y a los hombres. Y su propia muerte será una
paradoja, pues lo que es un acto de redención y salvación, a ojos del mundo
será el fracaso de un condenado a la muerte más ignominiosa.
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Se opone a los
planteamientos radicales, a las ideas nacionalistas pero reduce casi toda su
actividad pastoral al rebaño del pueblo de Israel y aunque si hace milagros a
extranjeros, la mayor parte de los casos en los que los hace los hace
riñéndoles y con esfuerzo.
Jesús
se opone a ser declarado mesías en un sentido político nacionalista. Él no se
interesa por el poder terrenal que no es redentor del género humano. Pero ya se
ha indicado en la cuestión segunda porque primero se dirige al pueblo de
Israel, como herederos de las promesas abrahamicas. Esto no quita a que se
acerque a los extranjeros y les presente la salvación que trae el también
comentado Reino de Dios, que es anuncio y denuncia de los males del mundo. De
hecho cuando les riñe y exige un esfuerzo a la actitud de los extranjeros
responde a una doble denuncia que Jesús hace de
aquellos que no tienen fe. En el
caso del funcionario, éste quería que Jesús fuera con él hasta la casa para
curar al hijo. Jesús le contesta: “no creen, si no ven señales y milagros”. Respuesta
de reproche porque podría ser tomado como un mago o un simple sanador del
cuerpo.
En
estas palabras del Señor se aprecia cierto reproche, que evidentemente no iba
dirigido exclusivamente al funcionario, sino a “todos en general”, incluso a
nosotros mismos dos mil años después. La razón de su queja fue porque lo único
que parecía interesarles era verle hacer algo extraordinario y sensacional.
Jesús nos quiere enseñar cómo debe ser la fe. Ahora bien, aunque
el funcionario, siendo un extranjero parecía que tenía la fe suficiente para
llegar hasta donde estaba Jesús y hacerle su petición, había dos errores que el
Señor se disponía a corregir.
El primero de ellos, es que el
funcionario creía que sólo si Jesús iba con él a su casa su hijo sanaría.
Porque si bien creía que allí donde Jesús estuviera la enfermedad huiría, no
alcanzaba a creer que pudiera hacer un milagro desde la distancia. Por tanto
consideraba a Jesús un ser limitado, un no dios, que tenía un poder limitado.
Y el segundo error por el que Jesús se lamentó fue
porque este hombre, como muchos de nosotros, aunque había oído y visto muchos
de los milagros de Jesús, su confianza tenía que ser constantemente alimentada
por nuevas señales y prodigios. Le costaba creer en Jesús y en su Palabra si no
iba acompañada por algún milagro. Él quería ver al Jesús que cura, que hace
milagros. En el fondo, es la actitud normal de todos nosotros. No nos damos cuenta
de que también a nosotros nos falta fe y tenemos que alimentarla con acciones
que se sientan, se palpen y se vean o perdemos la confianza.
Así
que, el Señor se dispuso a sanar a su hijo de tal manera que su fe fuera
depurada de estos dos errores y así pudiera crecer. De hecho, notemos que a
pesar de la urgencia del estado del hijo, Jesús comenzó por tratar la fe del
padre. Todo esto nos debe hacer pensar que en nuestras propias vidas y
circunstancias, Dios está más interesado en fomentar primero nuestra fe
antes de librarnos de todos los problemas y necesidades que pudiéramos tener y
claro el extranjero que aún no había conocido la revelación de Dios tenía un
problema mayor para entender esta fe, que el judío ya había recibido desde
Abraham, por los patriarcas y profetas.
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Jesús asume, o acepta
el pagar el tributo al extranjero tanto que le hace a Pedro sacar la moneda del
pez, símbolo de cristo, para mostrarle que está dentro de él, el pagar el
tributo al Estado por el templo y, sin embargo, se molesta cuando los
mercaderes del templo.
Esta
paradoja está mucho más clara. Jesús pide a Pedro que saque una moneda de
dentro del pez para pagar el impuesto del templo para no escandalizar a los
hombres (Mt. 17, 25-27). Pues Jesús no quiere ir en contra de las autoridades
político-religiosas de la época, sino anunciar la presencia de Dios en medio de
los hombres, el Reino de Dios. Además él se presenta como colaborador de las
realidades mundanas, pues no puede ser el que acuse sin dar fe a sus hermanos.
Sin embargo sí que se ofende con los comerciantes del templo, porque sus
funciones están contaminando el lugar santo por excelencia. No es la misma
acción que un hombre de Dios pague los impuestos, a que los cobradores de
impuestos vengan a poner sus tiendas en medio de la casa del padre.
La
acción de dar o recibir es diferente según la forma en que se obre. Un hombre
que libre y voluntariamente se siente responsable de colaborar con el templo, y
cumpliendo sus funciones cívicas, da aquello que se le reclama, es más digno
que aquel que comercializa con las cosas divinas. Los mercaderes del templo no
discuten la idoneidad de pagar o no el tributo, sino que directamente se
enriquecen a costa de las acciones que deberían conducir a Dios. No es lo mismo
mantenerte dentro de lo sagrado, y cumplir las obligaciones cívicas, que so
capa de santidad enriquecerte a costa de las cosas de Dios.
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Hay momentos en los
que el señor se niega a intervenir en acciones políticas o económicas, dando a
entender que los bienes materiales no tienen importancia, sin embargo en el
juicio de las naciones el juzga por la acción de bienes materiales (Vestir al
pobre, dar de beber, etc.,).
El
Señor sabe que las cosas materiales son importantes solo en la medida que
permiten al ser humano desarrollarse y crecer en la sociedad. Por eso no son
las que salvan al hombre pero sin ellas no puede desarrollarse ni vivir, luego
se le condena a una vida de necesidades que no le permite centrarse en los
asuntos de Dios. Por eso condena por un lado a aquellos que solo viven para
satisfacer sus necesidades corporales, pero por otro lado, premia en el juicio
de las naciones a aquellos que se han preocupado no solo de sus necesidades
básicas, sino de las del prójimo porque de esta forma les está facilitando la
vida en este mundo para que se acerquen a las grandezas de la vida eterna.
Esto
siempre sin olvidar que el cuerpo mortal es también terreno sagrado, es el
templo del divino Espíritu y por este motivo, todo hombre debe de entrar en sus
relaciones con el otro al igual que Moisés, descalzándose. Mirando al otro como
otro cristo al que tiene que cuidar y proteger, empezando por lo más básico el
darle de comer, de beber, protección, techo, y ropa. Si por la vida se pasa,
sin mirar al hermano, sin conocer sus necesidades e inquietudes, se vivirá como
el rico epulón de la parábola, que abra cubierto sus necesidades pero no abra
reconocido que a la puerta de nuestras casas vive ese Lázaro al que el mismo Jesús
le da la máxima dignidad de hijo de Dios mandándolo al seno de Abraham y
dotándolo de un nombre, mientras que el rico cae en la desesperación y el
olvido hasta de su nombre.
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En algunos pasajes
del evangelio Jesús se identifica con algunos israelitas o galileos que han
recibido la muerte por parte del imperio (Lc. 13) sin embargo aunque parece que
le duele tanto su nación, llega a la ciudad santa y llora por sus patriotas.
Jesús
en el pasaje de Lucas 13 nos presenta como varios compatriotas suyos habían
alcanzado la muerte, pero siempre con un llamado a la conversión para alcanzar
la vida. Después de lo cual nos presenta la parábola del viñador que ve como su
higuera no da fruto durante muchos años a pesar de sus cuidados. Es la
historia, que se ha estado viendo estas paradojas todo el tiempo, de como Dios
cuida y protege a su pueblo Israel aunque este no dé fruto, pero llega un
momento en el que le exige el compromiso de la fe en una entrega total y
creyente. Jesús no descuida a sus patriotas y por eso llora. Por aquellos que a
pesar de haberlo recibido todo para creer, niegan la salvación y se apartan de
ella.
De
hecho a mitad de ese capítulo 13 de Lucas vemos que nos dice que: «allí será el
llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a
todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera.
Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa
en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que
serán últimos». Esto es lo que apena a Jesús, que en su inmenso amor a los
hombres, muchos no se salvan aun siendo herederos de las promesas y habiendo
conocido la fe de sus padres. Él se esfuerza en traer el Reino, pero como
siempre respeta la libertad y la integridad del hombre deja que sea él el que
escoja su propio destino: vivir con el espíritu de las bienaventuranzas en una
vida beata en el Reino de Dios o apartarse de la mesa de Dios y errar en una
vida de egoísmo y pecado. Es importante que la vida moral del hombre sea
siempre en su propio beneficio, es decir siendo participe de la mesa celestial,
ya en este mundo. Solo así alcanzaremos el verdadero sentir político, social y
económico que será gozar de la comunión perfecta en Dios.
Así
para concluir esta reflexión podría decirse que, además de lo aquí comentado,
toda la vida de Jesús fue una paradoja. El hecho de que Dios se encarnarse ya
es paradójico. El inmenso, el inconmensurable y Señor de todo, toma la
condición de un esclavo, de un simple hombre, para manifestar la grandeza de
Dios. A lo largo de la historia, la elección de Dios siempre ha sido
paradójica, pues nadie esperaba que el anciano Abraham fuera el padre de todos
los pueblos, el tartamudo de Moisés el que hablara por Dios ante los poderes de
este mundo, el pequeño pastor David, ultimo de su casa, fuera el Rey, o incluso
que la Gracia de Dios se manifestara en la pobre mujer galilea, María. Jesús,
que pasó siendo un hombre cualquiera de su tiempo, viviendo en unas coordenadas
sociales muy concretas y humildes, resulta ser el mismo Dios que camina entre
nosotros y esto es la gran paradoja.
Desde
el instante en que Dios actúa, ya sabemos que lo que está muerto da fruto, lo
que parece rico es una condena y lo que es motivo de escándalo, lo es de
salvación. Dios es paradoja, y el cristiano debe aprender a convivir en el
mundo siendo a su vez un ser paradójico. Al fin y al cabo estamos en el mundo y
no somos del mundo, pertenecemos a nuestro tiempo pero somos de Dios. Tenemos
carne pero debemos obrar por el espíritu. Somos, en definitiva, la paradoja de
ser hijos de adán (pecado) e hijos de Dios (Gracia).
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