martes, 10 de octubre de 2017

Reflexión sobre algunas actitudes paradójicas de Jesús





¿Cómo se sintetiza el derecho a mandar y la opresión de los gobernantes según Jesús?
Jesús se encarnó en medio de una sociedad ocupada por un poder extranjero. Ya desde su misma condición de judío palestino del S. I podemos intuir que conoció desde su más tierna infancia la opresión de los tiranos, pues los judíos se encontraban bajo el mandato de la autoridad romana. Pero es curioso cómo podemos ver la actitud de Jesús dentro de una paradoja en la que se reconoce el derecho a mandar con su propia actitud que nunca ataca directamente al poder político. Aunque si da muestra de la actitud digna de aquellos que mandan y gobiernan las naciones. De hecho tenemos dos textos en los que observamos que Jesús presenta esta dicotomía: Mt 20, 25-28 y Lc. 22, 25-27.
En ambos textos vemos que sitúa la paradoja justificando que el poder es lógico que se ejerza, pero a estos gobernantes que tiranizan los presenta frente a la verdad que es él. Un líder que ejerce su autoridad desde el servicio. Él fue el que se abajó, siendo Dios mismo, para servir a la humanidad como un esclavo. Es por ello que nos encontramos con la paradoja de Jesús que podría resumirse como: Gobernó obedeciendo y sirviendo. Es más, en el relato con Pilatos de jn 19, 11, vemos que le acusa al gobernador de que su poder le ha sido otorgado de arriba, mientras que los culpables de su suerte son aquellos que viniendo desde abajo (sanedrín) le han presentado ante el poder romano. Es por tanto claro, que Jesús presenta con su ejemplo de vida el poder de la debilidad, del pobre y necesitado, que aun siendo poderosos (hasta el punto de Dios en la tierra), no usa sus influencias para mandar sino para obedecer en el servicio a los demás.
Y esta obediencia, conlleva el sufrimiento de verte despojado de tu condición de gobernante para ser tomado como un esclavo o un siervo. De hecho en la carta a los hebreos se nos presenta la actitud de Jesús como que “siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Heb. 5, 8-9). Así el gobernante que obedece a su razón, y al Evangelio, y sirve a sus hermanos será engrandecido y perfecto. Mientras que los tiranos no serán dignos de ostentar el derecho a mandar.
Porque la clave de este derecho a gobernar, emana de una ley natural que está inscrita en todos los hombres. De manera que a la hora de ejercer el poder, el gobernante tiene la libertad para actuar dentro de un margen de acción que acota el derecho natural, emanado del derecho divino. Para los gobernantes la libertad no está en que manden al azar y a su capricho, pues sería un proceder criminal que implicaría, al mismo tiempo, grandes daños para el Estado, sino que la eficacia de las leyes humanas consiste en su reconocida derivación de la ley eterna y en la sanción exclusiva de todo lo que está contenido en esta ley eterna, como en fuente radical de todo el derecho. En palabras de San Agustín sería: «Pienso que comprendes que nada hay justo y legítimo en la (ley) temporal que no lo hayan tomado los hombres de la (ley) eterna». Por tanto la forma de gobernar sería obedecer a la ley eterna y por tanto, esa obediencia a Jesús y su Padre, por eso puede decir “No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto” (jn. 19, 11)

-          ¿Cómo por un lado ofrece curaciones y milagros incluso al funcionario real, al que lo pone como ejemplo de fe, y por otra parte se enfrenta taxativamente con todos los grupos políticos a los que designa como zorros?
Jesús se presenta primeramente ante el pueblo de Israel como heredero de las promesas de salvación. Pero eso no niega a que se abra la posibilidad de salvarse para el resto de grupos. De hecho se admira cuando no es capaz de obrar milagros en tierra judía, sin embargo, obra curaciones a paganos e infieles, como la sirofenicia, el hijo del funcionario real o el endemoniado de Gerasa. Jesús es luz y salvación en medio del mundo, para todos aquellos que aceptan sus enseñanzas y creen en su palabra. Por eso no se deja llevar solo por la identificación a un grupo particular, sino que anuncia el Reino de Dios, a la espera de que sea acogido, primeramente por aquellos que ya conocen las promesas de Dios (los judíos) y después al resto de la humanidad que ha de ser redimida.
De hecho, él acepta el poder de Pilatos, porque le ha sido dado, pero sabe que no es dueño del mismo, sino administrador. De hecho la imagen del administrador va a explotarla varias veces como en Lc. 16, 1-13.  Donde se presenta un administrador astuto, aunque la clave del que maneja los asuntos de otros será el de 1co. 4, 1-4 cuando san Pablo nos diga “que la gente solo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.”.
Por tanto lo importante es no dejarse llevar por los mandatos del mundo temporal, y vivir absorto en la justicia de Dios que reboza sobre el mundo que administramos, sin ser nuestro. Por eso Jesús, que se presentó primero a judíos y después a todos, tiene como único interés hacernos ver el reino de Dios. Verdadera predicación de su palabra que nos sitúa ante la realidad de nuestro actuar. Lo importante no es quien eres o que posees, sino que tengas fe en Jesús y administres el Reino de Dios que él trae consigo y nos la entrega como un tesoro que está en vasijas de barro (2 cor. 4, 7). Para, como se veía en el punto anterior, lo que es débil y pequeño, es lo que Dios escoge para demostrar su poder y su gloria.

-          Por un lado Jesús afirma que su reino no es de este mundo, pero también afirma que el reino de Dios esta tan cerca que ya está entre nosotros. Utilizando un lenguaje político dice que el reino está llegando pero aún no.
Jesús utiliza el siempre limitado término político del reino, para simbolizar un momento cumbre en el mundo en el que se manifiesta el poder y acción de Dios. Una acción plena que solo es posible gozarla en la vida eterna, pero que ya desde Jesús se está gozando de una manera velada en esta carne mortal. Pues el que es Señor de cielo y tierra no puede dejar su gracia para la vida eterna, sino que necesita de extender su gracia ya en este mundo como primicia de aquello que está por llegar.
El Reino por tanto será el centro del mensaje y la vida de Jesús, porque él mismo es ese reino que anda y camina entre nosotros y nos trae la salvación y la esperanza para los mortales. Jesús se encarna para que el reino de Dios llegue a los hombres de manera que podamos tocarlo y palparlo. Nosotros somos, por tanto, los que a imagen de Jesús debemos encarnar con nuestro vivir ese Reino de Dios. El encarnarse siempre supone una tarea liberadora. A imagen de Jesús que se presenta como portador y articulador de un proyecto de liberación, principalmente para los más pobres. El Reino de Dios que se ha de traer con el dinamismo de la encarnación, es siempre anuncio y denuncia. De hecho la propia muerte de Jesús fue una denuncia de que hay cosas inaceptables para Dios, de que hay determinados valores y opciones por los que debemos sacrificar la vida para poder mantenernos fieles a Dios y a los hombres. Y su propia muerte será una paradoja, pues lo que es un acto de redención y salvación, a ojos del mundo será el fracaso de un condenado a la muerte más ignominiosa.

-          Se opone a los planteamientos radicales, a las ideas nacionalistas pero reduce casi toda su actividad pastoral al rebaño del pueblo de Israel y aunque si hace milagros a extranjeros, la mayor parte de los casos en los que los hace los hace riñéndoles y con esfuerzo.
Jesús se opone a ser declarado mesías en un sentido político nacionalista. Él no se interesa por el poder terrenal que no es redentor del género humano. Pero ya se ha indicado en la cuestión segunda porque primero se dirige al pueblo de Israel, como herederos de las promesas abrahamicas. Esto no quita a que se acerque a los extranjeros y les presente la salvación que trae el también comentado Reino de Dios, que es anuncio y denuncia de los males del mundo. De hecho cuando les riñe y exige un esfuerzo a la actitud de los extranjeros responde a una doble denuncia que Jesús hace de  aquellos que no tienen fe. En el caso del funcionario, éste quería que Jesús fuera con él hasta la casa para curar al hijo. Jesús le contesta: “no creen, si no ven señales y milagros”. Respuesta de reproche porque podría ser tomado como un mago o un simple sanador del cuerpo.
En estas palabras del Señor se aprecia cierto reproche, que evidentemente no iba dirigido exclusivamente al funcionario, sino a “todos en general”, incluso a nosotros mismos dos mil años después. La razón de su queja fue porque lo único que parecía interesarles era verle hacer algo extraordinario y sensacional.
Jesús nos quiere enseñar cómo debe ser la fe. Ahora bien, aunque el funcionario, siendo un extranjero parecía que tenía la fe suficiente para llegar hasta donde estaba Jesús y hacerle su petición, había dos errores que el Señor se disponía a corregir.
El  primero de ellos, es que el funcionario creía que  sólo si Jesús iba con él a su casa su hijo sanaría. Porque si bien creía que allí donde Jesús estuviera la enfermedad huiría, no alcanzaba a creer que pudiera hacer un milagro desde la distancia. Por tanto consideraba a Jesús un ser limitado, un no dios, que tenía un poder limitado.
Y el segundo error por el que Jesús se lamentó fue porque este hombre, como muchos de nosotros, aunque había oído y visto muchos de los milagros de Jesús, su confianza tenía que ser constantemente alimentada por nuevas señales y prodigios. Le costaba creer en Jesús y en su Palabra si no iba acompañada por algún milagro. Él quería ver al Jesús que cura, que hace milagros. En el fondo, es la actitud normal de todos nosotros. No nos damos cuenta de que también a nosotros nos falta fe y tenemos que alimentarla con acciones que se sientan, se palpen y se vean o perdemos la confianza.
Así que, el Señor se dispuso a sanar a su hijo de tal manera que su fe fuera depurada de estos dos errores y así pudiera crecer. De hecho, notemos que a pesar de la urgencia del estado del hijo, Jesús comenzó por tratar la fe del padre. Todo esto nos debe hacer pensar que en nuestras propias vidas y circunstancias, Dios está más interesado en fomentar  primero nuestra fe antes de librarnos de todos los problemas y necesidades que pudiéramos tener y claro el extranjero que aún no había conocido la revelación de Dios tenía un problema mayor para entender esta fe, que el judío ya había recibido desde Abraham, por los patriarcas y profetas.

 -          Jesús asume, o acepta el pagar el tributo al extranjero tanto que le hace a Pedro sacar la moneda del pez, símbolo de cristo, para mostrarle que está dentro de él, el pagar el tributo al Estado por el templo y, sin embargo, se molesta cuando los mercaderes del templo.
Esta paradoja está mucho más clara. Jesús pide a Pedro que saque una moneda de dentro del pez para pagar el impuesto del templo para no escandalizar a los hombres (Mt. 17, 25-27). Pues Jesús no quiere ir en contra de las autoridades político-religiosas de la época, sino anunciar la presencia de Dios en medio de los hombres, el Reino de Dios. Además él se presenta como colaborador de las realidades mundanas, pues no puede ser el que acuse sin dar fe a sus hermanos. Sin embargo sí que se ofende con los comerciantes del templo, porque sus funciones están contaminando el lugar santo por excelencia. No es la misma acción que un hombre de Dios pague los impuestos, a que los cobradores de impuestos vengan a poner sus tiendas en medio de la casa del padre.
La acción de dar o recibir es diferente según la forma en que se obre. Un hombre que libre y voluntariamente se siente responsable de colaborar con el templo, y cumpliendo sus funciones cívicas, da aquello que se le reclama, es más digno que aquel que comercializa con las cosas divinas. Los mercaderes del templo no discuten la idoneidad de pagar o no el tributo, sino que directamente se enriquecen a costa de las acciones que deberían conducir a Dios. No es lo mismo mantenerte dentro de lo sagrado, y cumplir las obligaciones cívicas, que so capa de santidad enriquecerte a costa de las cosas de Dios.

-          Hay momentos en los que el señor se niega a intervenir en acciones políticas o económicas, dando a entender que los bienes materiales no tienen importancia, sin embargo en el juicio de las naciones el juzga por la acción de bienes materiales (Vestir al pobre, dar de beber, etc.,).
El Señor sabe que las cosas materiales son importantes solo en la medida que permiten al ser humano desarrollarse y crecer en la sociedad. Por eso no son las que salvan al hombre pero sin ellas no puede desarrollarse ni vivir, luego se le condena a una vida de necesidades que no le permite centrarse en los asuntos de Dios. Por eso condena por un lado a aquellos que solo viven para satisfacer sus necesidades corporales, pero por otro lado, premia en el juicio de las naciones a aquellos que se han preocupado no solo de sus necesidades básicas, sino de las del prójimo porque de esta forma les está facilitando la vida en este mundo para que se acerquen a las grandezas de la vida eterna.
Esto siempre sin olvidar que el cuerpo mortal es también terreno sagrado, es el templo del divino Espíritu y por este motivo, todo hombre debe de entrar en sus relaciones con el otro al igual que Moisés, descalzándose. Mirando al otro como otro cristo al que tiene que cuidar y proteger, empezando por lo más básico el darle de comer, de beber, protección, techo, y ropa. Si por la vida se pasa, sin mirar al hermano, sin conocer sus necesidades e inquietudes, se vivirá como el rico epulón de la parábola, que abra cubierto sus necesidades pero no abra reconocido que a la puerta de nuestras casas vive ese Lázaro al que el mismo Jesús le da la máxima dignidad de hijo de Dios mandándolo al seno de Abraham y dotándolo de un nombre, mientras que el rico cae en la desesperación y el olvido hasta de su nombre.

 -          En algunos pasajes del evangelio Jesús se identifica con algunos israelitas o galileos que han recibido la muerte por parte del imperio (Lc. 13) sin embargo aunque parece que le duele tanto su nación, llega a la ciudad santa y llora por sus patriotas.
Jesús en el pasaje de Lucas 13 nos presenta como varios compatriotas suyos habían alcanzado la muerte, pero siempre con un llamado a la conversión para alcanzar la vida. Después de lo cual nos presenta la parábola del viñador que ve como su higuera no da fruto durante muchos años a pesar de sus cuidados. Es la historia, que se ha estado viendo estas paradojas todo el tiempo, de como Dios cuida y protege a su pueblo Israel aunque este no dé fruto, pero llega un momento en el que le exige el compromiso de la fe en una entrega total y creyente. Jesús no descuida a sus patriotas y por eso llora. Por aquellos que a pesar de haberlo recibido todo para creer, niegan la salvación y se apartan de ella.
De hecho a mitad de ese capítulo 13 de Lucas vemos que nos dice que: «allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Esto es lo que apena a Jesús, que en su inmenso amor a los hombres, muchos no se salvan aun siendo herederos de las promesas y habiendo conocido la fe de sus padres. Él se esfuerza en traer el Reino, pero como siempre respeta la libertad y la integridad del hombre deja que sea él el que escoja su propio destino: vivir con el espíritu de las bienaventuranzas en una vida beata en el Reino de Dios o apartarse de la mesa de Dios y errar en una vida de egoísmo y pecado. Es importante que la vida moral del hombre sea siempre en su propio beneficio, es decir siendo participe de la mesa celestial, ya en este mundo. Solo así alcanzaremos el verdadero sentir político, social y económico que será gozar de la comunión perfecta en Dios.

Así para concluir esta reflexión podría decirse que, además de lo aquí comentado, toda la vida de Jesús fue una paradoja. El hecho de que Dios se encarnarse ya es paradójico. El inmenso, el inconmensurable y Señor de todo, toma la condición de un esclavo, de un simple hombre, para manifestar la grandeza de Dios. A lo largo de la historia, la elección de Dios siempre ha sido paradójica, pues nadie esperaba que el anciano Abraham fuera el padre de todos los pueblos, el tartamudo de Moisés el que hablara por Dios ante los poderes de este mundo, el pequeño pastor David, ultimo de su casa, fuera el Rey, o incluso que la Gracia de Dios se manifestara en la pobre mujer galilea, María. Jesús, que pasó siendo un hombre cualquiera de su tiempo, viviendo en unas coordenadas sociales muy concretas y humildes, resulta ser el mismo Dios que camina entre nosotros y esto es la gran paradoja.

Desde el instante en que Dios actúa, ya sabemos que lo que está muerto da fruto, lo que parece rico es una condena y lo que es motivo de escándalo, lo es de salvación. Dios es paradoja, y el cristiano debe aprender a convivir en el mundo siendo a su vez un ser paradójico. Al fin y al cabo estamos en el mundo y no somos del mundo, pertenecemos a nuestro tiempo pero somos de Dios. Tenemos carne pero debemos obrar por el espíritu. Somos, en definitiva, la paradoja de ser hijos de adán (pecado) e hijos de Dios (Gracia).

No hay comentarios:

Publicar un comentario