Habiendo, pues, recibido de la fe la justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la ira! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
(Carta de San Pablo a los Romanos 5, 1-11)
La perícopa que nos atañe está bien delimitada
por el tema que trata, la reconciliación. Además sirve de paso entre dos
conjuntos importantes en la carta: En Rm. 1-4, el tema principal podría
enmarcarse como el paso de la condenación de los hombres a la salvación de
todos los creyentes; ahora comienza una nueva sesión en la que el sentido de
Rm. 5-8 será explicitar los conceptos de paso de la muerte a la vida, de la ley
al Espíritu. En medio de estas sesiones se encuentra, esta perícopa de Rm. 5, 1-11,
en la que aún resuenan palabras utilizadas con anterioridad como justicia y fe;
pero dando paso a nuevos conceptos que serán posteriormente desarrollados como
los de muerte y vida.
Este proceso de enmarcar la nueva trama que se
va a desarrollar en adelante, tiene un sentido único y especial porque nos
conduce al fin del hombre, a la gloria. Así, se ve como en los versículos 6-11
indican el paso del pecado de ayer a la fe de hoy. Pasamos de débiles,
pecadores y enemigos, a justificados, reconciliados, salvados; estamos
alcanzando el vivir en paz con Dios, teniendo acceso a él, en el sentido de
haber obtenido una condición nueva. Condición que hemos obtenido, gracias al
sacrificio de Jesús, al gesto salvador de la muerte en cruz. Lo cual nos salva
a todos nosotros. Pablo habla, por tanto, de las bendiciones que trae la
justificación: la paz con Dios y la plena certeza de la gloria futura.
La acción justificadora de Dios a través de
Cristo, desborda en nosotros en primer lugar la paz de Dios. La paz de Dios
sería, para el apóstol, que nosotros hemos alcanzado la relación con Dios por
medio de Jesucristo, es un don divino que se nos ha otorgado con la vida
entregada de Jesús. Pero no debe desfigurarse entendiéndola como un descanso,
como un dormirse sin tener que actuar, pues ya Dios nos ha salvado; sino que
necesita de nuestro actuar, nuestras obras y no solo la fe. La «paz» es aquella
paz escatológica a la que, desde un punto de vista histórico, debemos tender
siempre, pero que en el fondo ya la tenemos aquí habiéndonosla ganado Jesucristo.
Junto al don de la paz aparece en el versículo
2 la esperanza. Como justificados, podemos gloriarnos en dicha esperanza, sin
que el hecho se convierta en una jactancia vana, porque Dios ha habilitado para
la esperanza a quienes creen en Jesucristo y todo lo esperan de él. La «gloria
de Dios» es, por ello, el objeto adecuado de la esperanza. En ella se anuncia
la prolongación futura y escatológica del presente estado de justificación.
Pero, en cuanto don esperado, la participación en el mismo no es sólo una
realidad pendiente, sino que fundamentalmente ya está dada en Jesucristo. De
ahí que la esperanza pueda constituir también un título de gloria. Este
gloriarse escapa al peligro de un vano engreimiento, en la medida en que se
sabe sustentado por la obra de Jesucristo. Por esa misma razón la esperanza de
la que se enorgullece el cristiano no es un sentimiento fantástico y exaltado.
Sino una realidad, que lo engloba totalmente, forma parte de su propia esencia
de cristiano.
La esperanza del cristiano tiene su razón de
ser en las nuevas relaciones del hombre con Dios, por eso forma parte de su
esencia de creyente cristiano; son relaciones establecidas por el acto único de
Jesucristo. Esto es lo que afirma el versículo 5 al referirse al amor de Dios
que «ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos
ha sido dado». Así, según el versículo 8, Dios nos ha demostrado su amor en
esto: en que Cristo murió por nosotros, pecadores. Este amor, «derramado en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo», es decir, por el Espíritu de
Cristo, es un constante don de Dios, como ya se ha afirmado de los dones que
otorga la justificación.
Así mismo se observa en el texto que la acción
de Dios se encuadra dentro de un contexto de tribulaciones, que también debe
ser explicado. De hecho es importante el sentido de éstas; pues las
«tribulaciones» para Pablo le sirven aquí para designar el estado cristiano. Es
propio del cristiano gloriarse de la esperanza en la gloria de Dios lo mismo
que gloriarse en los sufrimientos. Tales sufrimientos no son únicamente las
persecuciones padecidas por la fe, sino las miserias de la vida con las que la
muerte irrumpe ya, o sigue irrumpiendo todavía, en nuestra vida: el temor, la
preocupación por el futuro, los desengaños, los dolores, las enfermedades, la
estrechez y todo lo que la vida trae consigo, pero que ahora junto con la vida
hay que afirmar también que es don de Dios. El cristiano, sin embargo, no tiene
sólo que superar los padecimientos, sino que para él son a la vez un don y una
tarea que debe aceptar. De cara, pues, a los padecimientos que hay que
soportar, el cristiano no tiene el camino más fácil que el no cristiano. Pero a
diferencia del no cristiano, gracias a su fe el cristiano descubre una coherencia
de sus padecimientos, cuyo conocimiento no es posible al no creyente. Pablo
describe paradójicamente la postura del cristiano frente a las tribulaciones
como un gloriarse. Lo cual no significa naturalmente enorgullecerse de las
tribulaciones que se padecen, andar exaltándolas, sino que se quiere decir más
bien que es preciso acogerlas como venidas de Jesucristo. Ese gloriarse excluye
cualquier vano intento de triunfalismos, o meritorios solo humanos y de sus
capacidades.
Será clave también en esta perícopa, el amor de
Dios. Amor que se demuestra de un modo decisivo para la salvación, en la entrega
que Jesús hace de su vida por los hombres; a los que Pablo llama impíos y
desvalidos, porque, pese a la aparente seguridad, estaban completamente
necesitados de la acción de Dios. Esta situación negativa es precisamente el
punto en que Dios toma su amorosa iniciativa. El versículo 7 pone de relieve lo
extraordinario de la muerte de Jesús por nosotros. La conducta que puede
observarse entre los hombres ofrece una imagen bien distinta: el que uno salga
fiador por otro no es en modo alguno la norma general. Pero Dios, por amor,
rompe esta mala conducta, y ofrece a Cristo por la justificación de los
hombres.
Por tanto, podría resumirse todo lo
anteriormente dicho como el éxito de la justificación del pecador, debida a
Dios, donde se demuestra en la paz que ahora, una vez reconciliados, tenemos
con él, y en la esperanza que en medio de las tribulaciones presentes nos abre
la perspectiva de la gloria de Dios.
·
Bibliografía
-
BOVER, J. M. et O´CALLAGHAN,
J., Nuevo testamento trilingüe. BAC,
Madrid, 2005.
-
DE AUSEJO, S., Comentario
a La Biblia. Herder. Barcelona, 1975.
-
PERROT, C., La
carta a los Romanos. Verbo Divino. Estella (Navarra), 1989.
-
VV.AA., La
Nueva Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998.
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