A lo largo de la siguiente recensión voy a
elaborar un escueto resumen del capítulo titulado el hombre como persona y ser social, del libro de Alejandro
Martínez Sierra: Antropología Teológica
Fundamental. El cual se divide en dos sub-apartados para facilitar la
lectura y comprensión del escrito. Por ello veremos primero el hombre como
persona y después el hombre como ser social.
El
hombre como persona
La
persona nunca se entenderá aislada, sino sólo en comunicación creadora y
amorosa con otras personas». Hay que esperar hasta la Edad Media para encontrar
la primera definición. Su autor es Boecio (480-524). Persona es «Naturae rationalis
individua substantia» (Sustancia individual de naturaleza racional.
Una
consecuencia de todos estos debates es que en la persona hay que incluir dos
aspectos: una realidad óntica que se posee a sí misma, y que al mismo tiempo
entra en diálogo con otros seres y se comunica con ellos. Darse y recibir son
características de la persona. La persona se dará únicamente allí donde «el ser
esté en sí mismo y disponga de sí mismo. Persona significa que en mi ser mismo
no puedo, en último término, ser poseído por ninguna otra instancia, sino que
me pertenezco a mí mismo».
La
Escritura no posee la definición de la persona, ni habla del hombre bajo este
concepto. Pero sí lo presenta como el ser que se distingue de todos los demás
seres, que forman su entorno vital, por la posesión de las notas que
constituyen la persona humana.
Si
por persona entendemos el ser inteligente que puede disponer de sí mismo, es
evidente que al ser humano hay que considerarle como persona, y como tal ha
sido reconocido en la revelación cristiana.
El
hombre como ser social
Es
en la sociedad donde el hombre participa de la cultura de su época, mediante la
cual entra en el dinamismo de la historia. La cultura es la savia de la
personalidad. Como por osmosis todo ser humano recibe la rica herencia de los
que le precedieron. Hace suyos los hallazgos de la ciencia, se beneficia de las
adquisiciones del pensamiento y goza de las manifestaciones artísticas creadas
en el pasado.
En
el orden sobrenatural el hombre está dentro de un plan de salvación, ideado por
Dios desde toda la eternidad. La relación de Dios con cada hombre es personal y
comunitaria. La fe es la respuesta personal del individuo a la llamada de Dios.
Dios se relaciona con cada uno de los hombres, pero dentro de una comunidad. El
destino del hombre es participar en la misma vida de Dios en comunión con sus
semejantes.
Hay
un concepto en el AT que expresa intensamente la solidaridad entre los hombres:
la personalidad corporativa. La unión entre los miembros que forman el grupo es
tan estrecha que el pecado o mérito de uno de ellos, sea o no el jefe o padre
de familias, tiene repercusiones para bien o para mal en todos los demás.
El
NT no es ajeno a estas ideas veterotestamentarias. Pecado y salvación son
incomprensibles sin esta solidaridad en Adán y Cristo. Cristo no sería
salvador, si los hombres no tuvieran una comunión con él. En los tratados sobre
el pecado original y redención se analizan más detenidamente estos temas.
La
constitución sobre «La Iglesia en el mundo actual» interpreta la creación de
Adán y Eva como signo de la sociabilidad humana, sin la cual el hombre no puede
realizarse. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la
comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima
naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin
relacionarse con los demás» (GS 12). La vocación del hombre es a formar una
sola familia, en la que los hombres se traten como hermanos. Por eso el
mandamiento del amor es el más importante.
Esta
interdependencia entre individuo y comunidad lleva consigo el empeño por
procurar el bien común y la construcción de una sociedad en la que cada persona
tenga los medios necesarios para realizar su propia vocación.
«El
ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia
humana». Existe ciertamente una relación muy profunda entre el individuo y la
sociedad. El peligro de la armonización acecha por ambas partes. El individuo
no puede diluirse en la sociedad. Ha de seguir siendo él con sus derechos y
deberes. El individuo es anterior a la sociedad. Sus derechos no pueden ser
conculcados por la comunidad. Pero al mismo tiempo el individuo no puede caer
en un solipsismo esterilizante. Sería su propia muerte. La relación auténtica
destruye el egoísmo alienante y abre de par en par las puertas al amor. El
hombre tiene que vivir un doble movimiento: el de darse y el de recibir. Es el
único camino para llegar a la realización plena de su personalidad.
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