lunes, 9 de octubre de 2017

El hombre como persona y ser social

A lo largo de la siguiente recensión voy a elaborar un escueto resumen del capítulo titulado el hombre como persona y ser social, del libro de Alejandro Martínez Sierra: Antropología Teológica Fundamental. El cual se divide en dos sub-apartados para facilitar la lectura y comprensión del escrito. Por ello veremos primero el hombre como persona y después el hombre como ser social.

El hombre como persona
La persona nunca se entenderá aislada, sino sólo en comunicación creadora y amorosa con otras personas». Hay que esperar hasta la Edad Media para encontrar la primera definición. Su autor es Boecio (480-524). Persona es «Naturae rationalis individua substantia» (Sustancia individual de naturaleza racional.
Una consecuencia de todos estos debates es que en la persona hay que incluir dos aspectos: una realidad óntica que se posee a sí misma, y que al mismo tiempo entra en diálogo con otros seres y se comunica con ellos. Darse y recibir son características de la persona. La persona se dará únicamente allí donde «el ser esté en sí mismo y disponga de sí mismo. Persona significa que en mi ser mismo no puedo, en último término, ser poseído por ninguna otra instancia, sino que me pertenezco a mí mismo».
La Escritura no posee la definición de la persona, ni habla del hombre bajo este concepto. Pero sí lo presenta como el ser que se distingue de todos los demás seres, que forman su entorno vital, por la posesión de las notas que constituyen la persona humana.
Si por persona entendemos el ser inteligente que puede disponer de sí mismo, es evidente que al ser humano hay que considerarle como persona, y como tal ha sido reconocido en la revelación cristiana.

El hombre como ser social
Es en la sociedad donde el hombre participa de la cultura de su época, mediante la cual entra en el dinamismo de la historia. La cultura es la savia de la personalidad. Como por osmosis todo ser humano recibe la rica herencia de los que le precedieron. Hace suyos los hallazgos de la ciencia, se beneficia de las adquisiciones del pensamiento y goza de las manifestaciones artísticas creadas en el pasado.
En el orden sobrenatural el hombre está dentro de un plan de salvación, ideado por Dios desde toda la eternidad. La relación de Dios con cada hombre es personal y comunitaria. La fe es la respuesta personal del individuo a la llamada de Dios. Dios se relaciona con cada uno de los hombres, pero dentro de una comunidad. El destino del hombre es participar en la misma vida de Dios en comunión con sus semejantes.
Hay un concepto en el AT que expresa intensamente la solidaridad entre los hombres: la personalidad corporativa. La unión entre los miembros que forman el grupo es tan estrecha que el pecado o mérito de uno de ellos, sea o no el jefe o padre de familias, tiene repercusiones para bien o para mal en todos los demás.
El NT no es ajeno a estas ideas veterotestamentarias. Pecado y salvación son incomprensibles sin esta solidaridad en Adán y Cristo. Cristo no sería salvador, si los hombres no tuvieran una comunión con él. En los tratados sobre el pecado original y redención se analizan más detenidamente estos temas.
La constitución sobre «La Iglesia en el mundo actual» interpreta la creación de Adán y Eva como signo de la sociabilidad humana, sin la cual el hombre no puede realizarse. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (GS 12). La vocación del hombre es a formar una sola familia, en la que los hombres se traten como hermanos. Por eso el mandamiento del amor es el más importante.
Esta interdependencia entre individuo y comunidad lleva consigo el empeño por procurar el bien común y la construcción de una sociedad en la que cada persona tenga los medios necesarios para realizar su propia vocación.

«El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana». Existe ciertamente una relación muy profunda entre el individuo y la sociedad. El peligro de la armonización acecha por ambas partes. El individuo no puede diluirse en la sociedad. Ha de seguir siendo él con sus derechos y deberes. El individuo es anterior a la sociedad. Sus derechos no pueden ser conculcados por la comunidad. Pero al mismo tiempo el individuo no puede caer en un solipsismo esterilizante. Sería su propia muerte. La relación auténtica destruye el egoísmo alienante y abre de par en par las puertas al amor. El hombre tiene que vivir un doble movimiento: el de darse y el de recibir. Es el único camino para llegar a la realización plena de su personalidad.

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