1. Puerta de acceso al edificio sacramental
En esta
obra Leonardo Boff pretende despertar en el lector, el amor por los
sacramentos. Los cuales ya desde el principio va presentando como algo más
amplio a la propia realidad sacramental de la Iglesia. El autor los presenta
como unos signos y símbolos que están presentes en el mundo que nos rodean, y
que trascienden la propia realidad sensible. Son aquello que nos rodea, con un
lenguaje propio y que conduce al hombre a una comprensión mayor de la realidad.
Para
Boff, las cosas del mundo pueden hablar, y el hombre es el único ser en la
tierra con capacidad de escucharlas, de leer en ellas aquello que quieren
comunicarnos. El mundo tiene en sí mismo un alfabeto propio que nos habla a
través de signos que nosotros, los seres humanos, somos capaces de leer. Todo
el mundo habla de una realidad mayor, de Dios que está escribiendo en el mundo,
y lo trasciende como autor del mismo.
Se dice
que el hombre, tras la modernidad ha perdido esta capacidad de escucha, de
lectura de la realidad. El ser humano que se ha quedado encerrado en la
inmanencia de la ciencia y no es capaz de leer más allá de los acontecimientos,
dice el autor, que se debe no a la perdida de la capacidad de trascendencia,
sino a que ya no se entienden los símbolos del mundo como antes. Los símbolos
han quedado momificados, y ya no es tan fácil ver más allá de ellos; el hombre
necesita que se le explique el símbolo, y eso hace que pierda su fuerza simbólica.
Los
sacramentos son un juego entre el hombre, el mundo y Dios. De ahí que el
símbolo no necesite explicación, sino vivencia, capacidad de vivirlo y
realizarlo existencialmente. Los antropólogos sitúan al hombre ante la realidad
en un proceso triple:
a)
Primero el hombre ve la realidad con
temor. Se admira de la realidad y estudia con miedo, por el desconocimiento qué
es lo que ocurre.
b)
Poco a poco va aplicando sus
conocimientos (Ciencia) para dominar esa realidad que le admira y aterra.
Empieza a ser dueño de ella
c)
Por último, acaba por acostumbrarse a la
realidad del mundo. Ya ve en los objetos que le rodean símbolos, que le evocan
ese temor primero y el esfuerzo que ha hecho por superar sus limitaciones.
Trasciende el mero objeto físico que le habla de un esfuerzo propio y a la vez
de un poder mayor a él, Dios.
Un objeto sencillo, como un cigarrillo, puede
por la publicidad llegar a simbolizar al hombre la posesión y control del
mundo. Un poder superior que anhela y busca con hechos concretos (fumar). Esto
se debe porque los hombres somos capaces de hacer de cualquier objeto un
símbolo y de las acciones, ritos. La materia física del mundo nos conduce al
sacramento, a ver el mundo como esa realidad trascendente.
Por eso, aunque la fuerza de trascendencia de
los siete Sacramentos es mayor al resto, no debemos quedarnos encerrados en
esta mera sacramentalidad, sino que debemos ver a la Iglesia como un sacramento
mayor, y ver a Dios en el sacramento del mundo, de la vida.
El sacramento nos habla cada día. Nos comunica
su fuerza simbólica, pero no con una capacidad descriptiva ni apologética, sino
con la fuerza de la narrativa. Nos habla del encuentro del hombre con otros
hombres, con los objetos y con Dios.
Aunque en muchas ocasiones, la Teología ha
olvidado este impulso vital, esta fuerza de vida, los sacramentos siempre han
estado presentes para potenciar este elemento de encuentro tan importante. Por
eso podemos evocar en el presente, el pasado y el futuro. El mundo es un
sacramento que nos abre la puerta a la trascendencia, que nos habla y conduce a
Dios.
2. El sacramento del vaso
En el presente capítulo, Boff, presenta la
esencia misma de los sacramentos y como estos pueden ser comprendidos desde la sensibilidad.
Para ello se vale de la imagen de un vaso, antiguo que durante generaciones ha
pertenecido a su familia y ha pasado de ser un mero objeto, incluso puede que
poco útil, para ser casi un miembro más de la familia. Porque evoca más que su
propio ser objeto, llega a ser sujeto.
Todo este amar al vaso, y ver en él más se debe
a que la primera experiencia evocadora del hombre comienza en su ser y sentirse
en una familia. La propia vida bebe de ese vaso familiar. Es un vaso simbólico
que recoge tu propia realidad vital y que te sacia más que el contemplar la
realidad, beber el agua, del mundo con otro vaso. Puede ser esa fuerza
sacramental que transforma lo malo (metáfora del agua contaminada) en bueno
(agua limpia). Porque cambia la forma de trascender y leer la realidad.
Boff dirá que un sacramento es “una señal que
contiene, exhibe, rememora, visualiza y comunica otra realidad diversa de ella,
pero presente en ella.” Es decir, que es una realidad que no se agota en su objetivación
sino que apunta a una realidad mayor. En el caso del vaso, no es solo eso, sino
que es todo lo que significa la familia para el autor. Es un sacramento de su
propia vida.
De ahí que haya dos formas de acercarnos al
vaso: con una visión externa, es decir científica podríamos apuntar desde
distintas disciplinas que es el objeto, de que esta hecho, para que sirve,
incluso su lugar en la historia. Pero solo con una visión interna y profunda, alcanzaremos
su valor sacramental. Solo desde el sentirlo desde dentro, dejara de ser un objeto
(algo observable) para ser un sujeto (algo compartido, vivido).
3. El sacramento de la colilla
Boff presenta otra forma de comprender y vivir
los sacramentos. En este caso partiendo de la experiencia vivida, de aquella
realidad que te comprende, te constituye y te ha formado en tu ser-en-el-mundo.
De esta forma una basura, como puede ser una colilla, puede llegar a ser un
sacramento de vida; pues esta remite al último cigarro fumado por su difunto
padre. La colilla le evoca sus vivencias con él, lo lleva a la comunión con
aquel que ya no está físicamente presente. Pero que se puede rememorar, por
medio del símbolo (el cigarrillo) su vida y su obra con el hombre.
Por tanto, un sacramento también es una
realidad que nos recuerda experiencias y vivencias, que nos han ido edificando
y construyendo. Pueden ser personas que vemos en nuestra vida, casas, lugares,
monumentos, etc., que apuntan más allá de lo que se ve, porque nos recuerdan y
transportan a nuestras vivencias.
Por este motivo, según el autor, todo puede ser
sacramento. Pues el mundo entero nos está hablando y solo podremos
sacramentalizarlo cuando se mira con los ojos de la humanidad. Humanizar el
mundo es contemplar la realidad con los propios ojos del hombre, de aquel que
siente y atrae hacia si la fuerza evocadora de su vida, en símbolos que está a
nuestro alrededor. Esta es la vocación del hombre para con el mundo, ser capaz
de mirar con ojos humanos, trascendentes.
4. El sacramento del pan
Una bella imagen, que nos ofrece el profesor
Boff para la comprensión sacramental, es en este caso, el pan que elabora su
madre. Pan que es en sí una metáfora del esfuerzo de una mujer que actúa por
amor a su familia. Pero también es recuerdo de las peleas, la vida familiar, el
compartir la propia vida y existencia entre todos.
Las cosas, como este pan, pueden ser todas
iguales; o pueden, por medio del sacramento, ser diferentes a aquellas que se
le parecen. Ese pan para Boff, es único, aunque externamente muestre lo mismo
que cualquier otro. Es el pan de su madre, de su casa. Es único en el mundo.
Esto se debe porque los sacramentos gozan de
una realidad visible, tangible, in-manente, aquello que se ve y se palpa con
los sentidos corrientes. Pero que no se agota en ello, sino que gozan de la
capacidad de traer ante sí, una realidad trascendente. Hacen visible, aquello
que no lo está de manera sensible. Se produce una experiencia por la que lo
in-manente, evoca la trans-parencia de otra realidad, que trans-ciende lo
sensible, y visualiza lo que no está ante nosotros. El sacramento es por tanto
realidad inmanente y transcendente, mediatizado por su capacidad transparente
(capacidad de visibilizar lo que no se ve).
5. El sacramento de la vela de navidad
Cuando se encontraba en horas bajas Leonardo
Boff, al vivir la primera navidad lejos de su patria sintió el calor de la
fraternidad, con el don, el regalo de una vela. Esa vela pasa a ser un
sacramento que apunta el don de la fraternidad, que une las fronteras y hace
entrar en una comunión, no solo humana sino divina.
Esto le lleva a pensar que visto desde los ojos
de Dios, todo es sacramento. Si hasta ahora los símbolos lo habían dejado en el
terreno de lo meramente humano, a partir de ahora le apunta a Dios. Siente la
comunión sacramental con Dios. Él define esta unión con Dios como una
experiencia interior que alcanza las raíces de la propia existencia. Algo tan
profundo que solo puede ser obtenido por la luz del sobrenatural.
Por tanto, el que mira el mundo, y lo siente
desde la transcendencia divina, de un Dios que se esconde ante la realidad,
verá que todo es más de lo que parece. Con los ojos puestos en Dios, se es
capaz de transcender toda la realidad mundana
Porque el mundo como sacramental, posee dos
funciones: indicadora y reveladora. Hay un doble movimiento en la
transcendentalidad del hecho sacramental. Por un lado hay una acción de Dios
sobre las cosas (función reveladora), mediante la cual se observa la acción de
Dios y se puede conocer quien es; pero por otro lado, hay un movimiento que se
dirige de la cosa a Dios (función indicadora) la cual nos muestra desde lo
sensible a lo trascendente. Todo el mundo apunta hacia Dios y revela a Dios,
solo hay que saber mirar la realidad con esa mirada trascendente, como
sacramento.
6. El sacramento de la historia de la vida
En este caso el sacramento es la propia
historia del hombre. Por eso, cuando él en su vocación es ordenado sacerdote,
puede hacer presente aquello que lo impulsó a seguir una vocación específica.
Toda su vida es leída desde los acontecimientos del pasado, las decisiones, las
experiencias vividas que lo han constituido lo que él es.
El pasado es un sacramento para el presente. La
historia personal y colectiva de un pueblo es sacramento que hace un presente
feliz (por la liberación de Dios) o desdichado (la opresión). La historia
humana, por tanto, está sacramentalmente vivida para hablar del presente de
cada uno, pudiendo revivir el pasado, como signo de liberación o de perdición.
7. El sacramento del profesor de enseñanza primaria
Partiendo de la experiencia vital de su
profesor de primaria rural, el autor, va presentando como una persona puede
llegar a ser sacramento como imagen de entrega, abnegación y esfuerzo de
trabajar por los demás. Para él, el testimonio de este hombre humanista supuso
un encuentro sacramental con una realidad superior.
Tomando este símil, él ve en Jesús de Nazaret
el sacramento frontal de Dios en el mundo. La presencia sacramental de Dios, es
Jesús, el cual encarnó en la tierra todas las virtudes y características
propias de Dios. Para él todo hombre bondadoso y entregado es sacramento de Jesús,
como Jesús lo es de Dios.
Al encontrarte con Jesús, al convivir con él y
conocerlo, puedes experimentar la grandeza de Dios, y también el verdadero amor
humano. Jesús aúna en su persona los dos sentidos propios de ser Dios y hombre,
es por tanto, el sacramento que une ambas experiencias. Por eso es sacramento
de unión entre Dios y los hombres.
8. El sacramento de la casa
La casa es el lugar donde sacramentalmente uno
tiene su lugar concreto en el mundo, y donde además encuentra su sentido
existencial. Todo en ella le resulta familiar, y está tranquilo y agusto cuando
la siente y vive. Además, desde la casa, el poder sacramental se va agrandando
abarcando toda la realidad circundante en forma de círculos concéntricos que
van creciendo y haciendo sacramental todo lo que rodean.
Si en el epígrafe anterior se veía que Jesús es
sacramento de Dios, la Iglesia es el sacramento de Jesús. La Iglesia es como
una casa, en la cual su sentido de familiaridad se la da el ser sacramento de
Cristo, es por tanto, un lugar familiar para todo aquel que lo sigue. Se
convierte así en un organismo vivo, una comunidad de salvación donde todos se
sienten sacramentalmente como en casa.
9. Los ejes sacramentales de la vida
En toda casa hay lugares que tienen una
significación mayor que otras, como por ejemplo el comedor o el dormitorio de
los padres. Así como hay acontecimientos y fiestas (cumpleaños, aniversarios,
etc.) que hacen que la sacramentalidad de la convivencia familiar se vea
potenciado y mayormente sacramentalizado para todos.
En la Iglesia, como en la casa, esto también
ocurre pero especialmente se refleja en los llamados siete sacramentos. Estos
responden a un doble nivel de entendimiento y se explican desde ellos:
Desde un nivel histórico-consciente son siete
sacramentos porque el devenir de la historia así los ha estipulado, desde
Jesucristo hasta el Concilio de Trento se han ido fraguando y concretando como
tal, es una forma positiva de acercarse a ellos.
Pero también podemos ahondar más profundamente
en el misterio de los siete sacramentos, para verlos desde un sentido
estructural-inconsciente. Desde esta visión, los sacramentos se presentan como
un acompañar la propia vida desde el nacimiento hasta la muerte, con Dios y los
hermanos. Es la forma de vivir la vida, acompañado de la Gracia de Dios.
Estos siete sacramentos desdoblan y subliman la
propia existencia humana. Hacen que los acontecimientos diarios, se vean desde
el prisma de Dios y se potencien en nuestro actuar humano, acompañados por la
presencia de Dios mismo. Desde ellos nos comprendemos necesitados y siempre más
pequeños que un Dios que nos ama.
El significado, del número siete responde a un
elemento mistérico y arquetípico que ya se recoge en la Biblia, es la totalidad
de la propia vida con Dios. El siete resulta de la suma de tres y cuatro, donde
el tres representa a Dios que es Trinidad; y el cuatro a los elementos de la
naturaleza, lo cual lleva a la totalidad. Es por tanto un número de totalidad
de la vida unida a Dios que nos acompaña en nuestra propia existencia.
10. ¿En qué sentido es Jesucristo el autor de los sacramentos?
Los papas del Concilio Vaticano II (Juan XXIII
y Pablo VI) sirven al autor, para presentar este capítulo, como los artífices
de un ambiente propicio para la recepción de los cambios de la Iglesia. Es, por
tanto, una comprensión de como ellos solos no fueron los responsables de todo
lo que cambió en la Iglesia en esos años, pero si los que permitieron que el
ambiente fuera propicio a ellos.
Así el autor ve que los sacramentos son
anteriores a la propia Iglesia, pues el hombre desde la antigüedad los ha
practicado de una forma u otra. Incluso el que se cree fuera de la religión o
piensa en ritos seculares, está viviendo en una sacramentalidad ritual fruto de
su conexión existencial con el Verbo Eterno. Por tanto, Jesucristo está
presente en todos los sacramentos, como Verbo Eterno, desde el principio de la
humanidad. Es una primera visión de corte vertical.
Pero también los instituyó, por su paso por la
Tierra, de forma horizontal. Es autor de los sacramentos al modo de dotó de
eficacia salvífica a los ritos que ya existían y conectaban con el Verbo. Es
por tanto, autor, principalmente del Bautismo, de la Eucaristía y la
Penitencia. Pero también de la fuerza presencial suya en los otros. De la unión
vertical y horizontal nace el sentido cristiano de los sacramentos.
11. El sacramento de la palabra dada
La Palabra define a la propia persona, por eso
es sagrada como la persona. La palabra escrita se puede borrar o tachar, pero
la Palabra dada es expresión de aquel que la pronuncia, posee su fuerza e
impronta.
Los sacramentos que actúan “ex opere operato”
son la expresión de Dios en el mundo, con los hombres. De esta forma se reciben
una vez realizado el rito sacramental, no por arte de magia, sino por la
promesa de Cristo de que él se haría presente. Actúan con indiferencia del
propio ministro que los realiza. La Gracia de Dios se recibe por la acción
sacramental y no por magia, o santidad del ministro que es simplemente un
instrumento de Dios.
Jesús es la palabra dada por Dios, y por tanto,
la propia garantía que Dios da a los hombres de su acción salvífica en los
sacramentos y en la Iglesia. Por Jesús y su resurrección sabemos que Dios nos
amó desde siempre, es la constatación de este amor.
12. El sacramento de la respuesta dada y del encuentro celebrado
Partiendo de la relación de enemistad entre dos
familias de su pueblo, Boff, nos presenta que todo está en relación en el
mundo. Nadie, ni nada, puede vivir aislado y sin relación con todo lo demás.
Ante esto existen dos posibilidades, la de acoger o la de rechazar. Para las
peleas, dos deben querer pelear, e igualmente para la reconciliación.
De esta forma los sacramentos, son dados por
Dios, pero exigen que el hombre los acoja como aquel que nos sale al encuentro.
Es tener apertura a dios que viene a nosotros. No violenta Dios en su actuar,
sino que viene a nosotros y se nos presenta pidiendo ser acogido en nuestro
interior.
Por eso, lo que el rito celebra es el encuentro
con Dios, pero que no se realiza en ese momento concreto, sino que es fruto de
una experiencia que comenzó antes y que continuará tras el hecho sacramental.
El rito visibiliza y celebra el encuentro que se ha ido realizando, y
preparando desde tiempo atrás para acoger a Dios. De otra forma sería falso y
no serviría para santificar, sino para disgustar y ofender a Dios.
Por último, a este respecto es muy importante
saber que el sacramento que se recibe necesita de un compromiso del creyente.
Es un proceso de liberación humano mediante el cual, quien recibe el sacramento
se ha ido comprometiendo cada vez más en su relación con Dios, con la comunidad
eclesial y con todos los hombres. Cada sacramento que se realiza, debe llevar
un compromiso de vivirlo en autenticidad, o no servirá su recepción.
13. Lo dia-bólico y lo sim-bólico en el universo sacramental
En este último capítulo el mejor ejemplo para
ilustrarlo es la propia vida de Jesús. Sus contemporáneos al verlo actuar,
predicar y vivir, se dividieron entre los que entendieron que sus gestos eran
un sentido más profundo que apuntaba a Dios (simbólico) y aquellos que lo
acusaron de ser un separador de la realidad y rompedor de tradiciones
(diabólico). Jesús es la luz que alumbra al mundo, y por ello también permite
desde él ver si las cosas están unidas a Dios por el simbolismo, o dividida de
la santidad por el movimiento diabólico.
Con la recepción de los sacramentos pasa igual,
se pude acudir a ellos con un sentido simbólico o diabólico:
El sentido simbólico en los sacramentos
necesita en primer lugar de la Fe. La fe es necesaria para vivir en
autenticidad ese encuentro con Dios por el Sacramento. Además esta misma fe se
expresa por medio del sacramento, y se alimenta de éste. Se han de celebrar, de
igual modo, desde la Iglesia pues es la continuación de la Gracia de Jesús en
el mundo. Y para que realmente posean su sentido simbólico, deben de ir
acompañados de la propia conversión, entendida como ese volverse continuamente
a Dios, buscarlo para unirte con él.
Si lo anterior no se cumpliera, entonces el
sentido de los sacramentos sería diabólico. Se pude dar por un afán de recibir
la gracia, como algo que se acumula y se comercia. O también puede ser fruto de
un espíritu mágico, en el que el ritualismo supera el propio sentido último del
sacramento, se pierde en su realidad última de unir con Dios y termina siendo
diabólico (separando).
Conclusión:
Con esta obra, Leonardo Boff abre el concepto
de sacramento. El público al que se dirige esta obra tiene una concepción
cerrada de los sacramentos a solo los siete sacramentos de la Iglesia católica,
en esa ceguera del hombre que no puede percibir la sacramentalidad de la vida
cotidiana. Por eso este Sacramentos de la
vida supone un pararse a pensar, a percatarse de la realidad sacramental
que nos rodea, a ampliar el horizonte. Nuestra mente se libera y vuela sobre el
mundo para percibir el sentido de las cosas, para leer en profundidad la
realidad. Una realidad que es sacramento y evoca a Dios, evoca a Jesús, puesto
que de Dios nacen todos los Sacramentos de la vida.