miércoles, 25 de diciembre de 2019

La teología de Juan Duns Scoto


1.      Vida
Juan Duns Escoto es uno de los grandes pensadores de la baja Edad Media y también de los que más ha influido en el pensamiento teológico posterior. Para entender su pensamiento, hay que comenzar englobándolo en su época y contexto cultural.
Nace en el año 1265, aunque no se sabe con exactitud el lugar es posible que fuera en el pueblo de Duns en Edimburgo (Escocia). Con 13 años ingresa en el convento franciscano de Dumfries donde profesa sus votos religiosos en 1280. Comenzando sus estudios en Haddington desde 1281 hasta 1283 cuando es enviado a París para formarse en la teología más avanzada de su época.
Permanecerá allí hasta que en 1287 regresa a la Gran Bretaña para continuar sus estudios en el studium escocés de Northampton, donde será ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1291. Año éste en el que regresa a París para continuar sus estudios de Bachiller bíblico que concluye en 1296. Un año después obtendrá a su vez el bachiller sentenciario.
Una vez concluidos sus estudios, se convirtió en profesor lector de las sentencias de Pedro Lombardo primero en la universidad de Cambridge (1297-1300) y después en su alma mater de París (1300-1303). Aunque tuvo que dejarlo por ser expulsado de Francia en 1303 al haber públicamente apoyado las pretensiones del Papa Bonifacio VIII frente al rey Felipe IV, el hermoso. Lo cual hace que durante un año enseñe en la Universidad de Oxford.
Puede regresar a Paris en 1304, donde obtendrá el grado de magister regens (es decir, el doctorado). Allí seguirá dedicándose a la enseñanza hasta que la Orden Franciscana lo traslada a Colonia en 1307, como lector principal studium franciscano. Donde residirá hasta su muerte el 8 de noviembre de 1308.
Es beatificado recientemente, en 1993 por Juan Pablo II.

2.     Obras
Es un autor muy prolífico en su pensamiento y que marcó una tendencia en su época frente al pensamiento del Aquinate. De hecho ambos autores darán lugar con sus escritos a dos corrientes de pensamiento que se enfrentarán en los siglos venideros.
Entre sus obras más importantes caben destacar las Cuestiones sobre los universales de Porfirio, las Categorías, el Tratado de la interpretación, las Refutaciones sofísticas, el Tratado del alma y la Metafísica de Aristóteles, una obra dogmática titulada Del primer principio de todas las cosas,  una colección de Cuestiones cuodlibetales, pero sobre todo dos comentarios seguidos de las Sentencias, conocidos bajo los títulos tradicionales de Obra de Oxford y de Reportaciones parisienses (que se tratan de notas tomadas por los auditores, no de un texto escrito directamente por el autor)[1].

3.     Pensamiento
3.1.                      Filosófico
Duns Escoto fue conocido ya en su época como el doctor sutil. Y es un rompedor de la filosofía de su época, ya que si hasta él la filosofía occidental se había caracterizado por un viraje más aristotélico, basado en el pensamiento de Averroes, del cual bebe Santo Tomás de Aquino. Escoto se caracterizará por beber más de la corriente de Avicena, desarrollando una metafísica de la esencia. Siendo además un innovador en el concepto de la libertad, el cual le otorga a Dios en su sumo grado potencial.
La base de su pensamiento teológico solo será comprendida dentro de su pensamiento filosófico, ya que éste es el armazón o estructura que lo vertebra. Para él es fundamental partir de una metafísica del ser trascendente, es decir, del ser infinito, Dios. Queda esbozado de una manera más claro en las siguientes explicaciones tomadas del filósofo francés Deleuze:
«Duns Escoto es sin duda quien más lejos llevó la empresa de una teología positiva. Denuncia a la vez la eminencia negativa de los neo-platónicos y la pseudo-afirmación de los tomistas. Les opone la univocidad del ser: el ser se dice en el mismo sentido de todo lo que es, infinito o finito, aunque no sea bajo la misma «modalidad». Pero precisamente, el ser no cambia de naturaleza al cambiar de modalidad, es decir, cuando su concepto es predicado del ser infinito y de los seres finitos (ya en Escoto, la univocidad no trae consigo pues ninguna confusión de esencias). Y la univocidad del ser trae consigo ella misma la univocidad de los atributos divinos: el concepto de un atributo que puede ser elevado al infinito es común él mismo a Dios y a las criaturas, a condición de ser tomado en su razón formal o en su cosidad, pues «la infinidad no suprime de ninguna manera la razón formal de aquello a lo que se la agrega». Pero, afirmándose formalmente y positivamente de Dios, ¿cómo los atributos infinitos o los nombres divinos no introducirían en Dios una pluralidad correspondiente a sus razones formales, a sus cosidades distintas?
Es a ese problema que Escoto aplica uno de sus conceptos más originales, que viene a completar aquel de la univocidad: la idea de la distinción formal. Ésta concierne a la aprehensión de cosidades distintas que no por ello dejan de pertenecer a un mismo sujeto. Remite evidentemente a un acto del entendimiento. Pero el entendimiento no se contenta aquí con expresar una misma realidad bajo dos aspectos que podrían existir aparte en otros sujetos, ni de expresar una misma cosa con diversos grados de abstracción, ni con expresar algo analógicamente con respecto a otras realidades. Aprehende objetivamente formas actualmente distintas, pero que, como tales, componen un sólo y mismo sujeto. Entre animal y racional, no hay solamente una distinción de razón como entre homo-humanitas es necesario que la cosa misma esté ya «estructurada según la diversidad pensable del género y de la especie». La distinción formal bien es una distinción real, porque expresa las diferentes capas de realidades que forman o constituyen un ser. En ese sentido es llamada formalis a parte rei o actualis ex natura rei. Pero es un mínimo de distinción real, porque las dos cosidades realmente distintas se coordenan y componen un ente único. Real y por lo tanto no numérico, tú es el estatuto de la distinción formal. Aún debe reconocerse que, en el finito, dos cosidades como animal y racional no comunican sino a través del tercer término con el que son idénticas. Pero no es así en el infinito. Dos atributos llevados al infinito serán aún distintos formalmente, siendo al mismo tiempo ontológicamente idénticos»[2]
Crea a su vez una demostración de la existencia de Dios con una prueba meramente metafísica, algo novedoso para la época ya que no se apoya en la idea de un ser perfecto, ni sobre las propiedades físicas o naturales del ser, tales como el movimiento, sino sobre las propiedades trascendentes.  Los seres que son creados gozan de alguien que los debió crear y dotarlos de ser. Este creador debe tener una triple primacía ante sus criaturas de eficiencia, de finalidad, de eminencia, luego se deben de encontrar por necesidad en un ser único, puesto que el que es primero en orden a la causa eficiente no puede no serlo en orden al fin y a la perfección. Este ser último sería inteligencia y voluntad. Pues crearía con un sentido y un orden, y además estaría impulsado por su voluntad libre a hacerlo.

3.2.                      Teológico
En teología conservó los valores principales del franciscanismo de su época. Por ejemplo, el sometimiento absoluto del hombre a Dios, que es el Ser infinito, necesario y omnipotente; la primacía de la libertad, como expresión de la plena vida espiritual de Dios, que debe reflejarse en la libertad cristiana de los fieles; la mayor excelencia de la voluntad sobre la inteligencia; y la recapitulación de todas las cosas en Cristo, no condicionada por la culpa de Adán.
En toda su teología se nota la tensión entre la tradición agustiniana y la tradición tomista. Ésta tensión toma el aspecto de oposición en las dos maneras de entender a Dios: bien como bondad (al igual que hizo san Buenaventura) o bien como verdad (como hizo santo Tomás de Aquino). Al final se resolverá a favor del nominalismo, y de la exclusión de Dios como verdad accesible a todo entendimiento humano. Poniendo, por tanto, los cimientos del nominalismo incipiente, aunque no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
Escoto sostiene la necesidad de la luz de la teología para el saber filosófico y que la noción unívoca de ente es el lugar metafísico de encuentro entre la fe y la razón. De esta forma el aspecto en el que más nos vamos a centrar, es en su aspecto teológico. Porque Escoto era ante todo «teólogo», y, como tal, permanecía en conflicto con las propiedades y los entes de razón. Es por ello que, en él, la distinción formal no tenía todo su alcance, ejerciéndose siempre sobre entes de razón, como los géneros y las especies, como las facultades del alma, o bien sobre las propiedades, como aquellos pretendidos atributos de Dios. Más aún, la univocidad en Escoto parecía comprometida por la preocupación de evitar el panteísmo. Pues la perspectiva teológica, es decir «creacionista», lo forzaba a concebir el ser unívoco como un concepto neutralizado, indiferente. Indiferente al finito y al infinito, a lo singular y a lo universal, a lo perfecto y a lo imperfecto, a lo creado y a lo increado[3]
De hecho él es un gran seguidor de la Teología de las esencias. Nos encontramos en Escoto, que cualquier esencia que podamos concebir sin contradicción, está en Dios como ser posible (con una existencia real en Dios), aun cuando no la encontremos en el mundo sensible; si ahora existe algo en el mundo sensible, es porque Dios ha querido su existencia: es una opción libre de Dios; la voluntad de Dios hace existir sensiblemente a esas esencias contingentes; esto es la creación; como, según Escoto, en la noción de ente se dan la mano el filósofo y el teólogo, las pruebas de la existencia de Dios tendrán que ser ontológicas, no cosmológica, como decía Sto. Tomás.
También potencia Escoto la Teología de la Omnipotencia divina. En ésta, él distingue dos tipos de omnipotencia: la filosófica y la teológica (esta última no se puede demostrar); Dios tiene un poder absoluto (potentia Dei absoluta): no conoce ninguna contingencia que lo limite, a no ser lo que es de suyo contradictorio; sin embargo, cuando Dios elige, se deja limitar por su elección; su poder se limita entonces por su fidelidad: es potentia ordinata;  la marcada acentuación en la infinitud y omnipotencia de Dios prepararían las tesis de Ockham, según el cual la infinitud de Dios se opondría dialécticamente con la racionalidad del proceder divino. Para Escoto, Dios tendría un poder absoluto (Potentia Dei absoluta) determinado sólo por su propia elección (potentia ordinata).
En su Cristología, Escoto insiste mucho en la realidad de la humanidad de Cristo. Aunque no tenga personalidad ni sustancia propia, tiene su propia existencia. La “union hypostatica” y la “communicatio idiomatum” se explican según la doctrina de la Iglesia, sin inclinarse ni al Nestorianismo ni al Adopcionismo Es cierto que Escoto explica la influencia de la unión hipostática sobre la naturaleza humana de Cristo y sobre su obra de forma distinta que Santo Tomás. Puesto que esta unión no cambia en manera alguna la naturaleza humana de Cristo, no imparte por si misma a la Humanidad la visión beatífica o la impecabilidad. Estas prerrogativas le fueron dadas a Cristo con la plenitud de la gracia que recibió como consecuencia de esa unión: Dios se habría hecho hombre aunque Adán ni hubiera pecado, puesto que quería eso en la Humanidad de Cristo y el mundo debía estar unido con El de la forma más íntima posible.
Así intentará armonizar libertad y necesidad en la generación del Verbo acudiendo a las dos tradiciones (agustiniana y tomista). De esta forma, será un defensor tenaz de la predestinación de Cristo a la Encarnación. Estimará que no era necesaria la Redención, pues Dios podría haber prescindido de toda satisfacción. Considera que el pecado no tiene una gravedad infinita ni los méritos de Cristo tienen intrínsecamente valor infinito.
En cuestiones morales identifica el alma con potencias y gracia con caridad. Por lo tanto, la voluntad es la sede de la gracia y no admite las virtudes morales infusas. Afirma que la voluntad tiene preeminencia en el cielo respecto de la inteligencia.  
Por último, decir que en mariología, defiende la tesis de la Inmaculada Concepción. Todas las objeciones basadas en el pecado original y la necesidad de redención universal se resuelven con él. Para Escoto, los méritos de Cristo son infinitos solo en un sentido más amplio y en sí mismos son enteramente suficientes para dar adecuada satisfacción a la divina justicia. No hay deficiencia que haya de ser completada por la misericordia divina, pero se necesita una misericordiosa aceptación de la obra de Cristo, puesto que a los ojos de Dios no hay mérito real, en el más estricto sentido de la palabra.
La Gracia es algo completamente sobrenatural y solo puede ser dada por Dios y lo que es más, sólo por un acto creativo. De ahí que los sacramentos no son, propiamente hablando, la causa física o instrumental de la gracia, porque solo Dios puede crear. La gracia santificante es idéntica a la virtud infusa de la caridad, y se asienta en la voluntad. Se concibe pues más desde un punto de vista ético.

4.     Influencias
A la hora de estudiar a Duns Escoto, observamos como abundan en su obra, discusiones sutiles y distinciones que no tenían sentido en su época y sin embargo, sus investigaciones fueron causadas en la mayoría de los casos por las afirmaciones de otros filósofos escolásticos, especialmente Enrique de Gante, al que ataca aún más que al Aquinate.
Sin embargo el verdadero espíritu de la escolástica no está quizás tan pronunciado en ningún otro escolástico como en Escoto. En la profundidad del pensamiento, que al fin y al cabo es lo importante, ninguno de sus contemporáneos le superó. Era hijo de su tiempo, un aristotélico total quizás más que Santo Tomás, pero también critica duramente al Estagirita y a sus comentaristas. Siempre trata de explicarlos favorablemente, pero no duda en discrepar de ellos.
La enseñanza de Duns Escoto es completamente eclesial. Aunque varios teólogos a lo largo de la historia le han cargado con variados errores y herejías,  la Iglesia no ha condenado ni una sola de sus proposiciones, sino que al contrario, la doctrina de la Inmaculada Concepción que defendía tan intensamente, ha sido declarada dogma.
Fue un teólogo tan fundamental en la historia del pensamiento que influyó en varios alumnos suyos y especialmente en  Francisco de Mairón (+1328), Guillermo de Alnwick (+ 1333) y en Hugo de Novocastro (+ 1317). Todos ellos escribieron comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo, que era la materia que Duns Escoto enseñaba en las universidades por las que pasó.
Pero también se ha de considerar en el influjo de este autor que fue criticado y hostigado por los maestros de la orden dominicana, que seguían la doctrina de Santo Tomás, con lo cual intentaron desprestigiarlo durante mucho tiempo. Aunque siempre encontró muchos admiradores y discípulos entre los miembros de su orden.
De cualquier manera, siempre tuvo el apoyo más decidido de la legislación escolástica de los franciscanos y la escuela escotista se consolidó hasta el punto de continuar su vida por siglos. Fue el principal maestro de la escuela franciscana, aunque no de modo oficial, hasta el Capítulo General de Valladolid de 1593.
Algunos autores opinan que es impropio hablar de «escotismo», y de «escotistas» porque, aunque las doctrinas de Escoto fueron bien acogidas entre los franciscanos, sus más directos discípulos fueron más bien eclécticos que pronto decidieron fundir las doctrinas del maestro con las tesis teológicas de la tradición agustiniana.
A lo largo de la historia ha influido en otros pensadores posteriores incluso algunos han afirmado que “no debe descartarse que los escritos de Duns Escoto hayan influido sobre el pensamiento de Tomás Moro (+1535). Escoto, como era de esperar, da también al Espíritu Santo un lugar importante en la penetración de la fe por la Iglesia”[4]. Siendo esta la base del pensamiento moreano y que ya había sido esbozado por el propio Escoto.


Bibliografía:
-         CANO, V.J.: Historia de la teología, Apuntes, 2013.
-         DELEUZE, G.: Spinoza y el problema de la expresión, Muchnik editores, 1999.
-         ILLANES, J.L. et SARANYANA, J.I..: Historia de la teología. BAC, 1995.
-         LLORCA, B. et GARCÍA VILLOSLADA, R. et MONTALBAN, F.J.: Historia de la Iglesia Católica. Tomo II: Edad Media (800-1303). BAC, 1958.
-         MORALES, J.: La formación espiritual e intelectual de Tomas Moro y sus contactos con la doctrina y obras de Santo Tomás de Aquino,  in Studiorum Navarrensis Universitas, 2002. PP. 439-489.
-         VILANOVA, E.: Historia de la teología cristiana, Tomo I: De los orígenes al siglo XV. Herder, 1987.


[1] Cf. EVANGELISTA, 830
[2] DELEUZE, 56-58
[3] DELEUZE, 60-61
[4] MORALES, 473

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