miércoles, 25 de diciembre de 2019

La unción de los enfermos y el Viático


El sacramento de la unción de los enfermos no lo encontramos directamente redactado como tal en las Sagradas Escrituras, pero sí se encuentra ya insinuado en el texto de Mc. 6,13 y promulgado por Santiago en su carta (Stg. 5,14s).
Este sacramento se ha de entender unido al sentido de la muerte y la enfermedad que se produce en los hombres. El hombre experimenta dolor y sufrimiento en los momentos de máxima debilidad. Dios que no es indiferente a las carencias y sufrimientos de los hombres, da un sentido profundo a la muerte y la enfermedad acompañando y aliviando en Cristo a todos los hombres.
El viatico va unido a la Eucaristía como envío de la Iglesia terrena a la Iglesia celeste del bautizado. Por medio de la Eucaristía en las postrimerías de nuestra vida terrena, nos acercamos a la gloria de Dios que ya incoada en este mundo se despliega en la vida futura prometida tras la muerte del cuerpo. Por este motivo, y en vista a la vida futura, el sacramento de la unción perdona los pecados, ya que se acerca el bautizado a la vida plena y santa.
Luego acompañar al enfermo y aliviar sus sufrimientos, hace que también nos acerque a la imagen de Cristo como siervo sufriente y dócil a la voluntad del Padre. Al fin y al cabo es un acto de tremendo amor y aceptación de la enfermedad y la muerte, cuando ésta se recibe como voluntad de Dios: “Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rm. 8, 38-39)

1-     Historia de la salvación y la unción de los enfermos
Dios se hace presente siempre en la vida de los hombres, pero especialmente en los momentos más duros, como puede ser la enfermedad o la muerte. De hecho su acción consiste en otorgar el don del Espíritu Santo y la gracia de la Pascua.
Cristo por su Pascua no negó la enfermedad y la muerte, sino que las purificó de su significado de castigo y carencia al aceptarlas en su propia vida. De hecho plenifica ambas realidades del existir humano, otorgándoles el nuevo contenido de la Gracia que deriva de su Pascua de redención y de una nueva existencia en el Espíritu.

1.1.           La enfermedad y sus significados
En el Antiguo Testamento la enfermedad se entendía como un límite humano y una debilidad física que se contraponían a la vida y la plenitud de fuerzas. Dios que era el dueño y señor de la vida, se situaba enfrente de aquellos que perdían el favor del mismo, los cuales eran condenados a la muerte o la enfermedad.
El israelita veterotestamentario se pregunta sobre la posibilidad de existencia de la debilidad en su propio pueblo, pues al considerarse ellos mismos como el pueblo escogido por Dios y, por tanto, los verdaderos depositarios de las promesas protectoras de Dios sobre sus hijos; no comprenden que ellos particularmente en individuos, o en colectividad como pueblo, experimenten la enfermedad y la muerte en igual número que los pueblos vecinos, como si el Dios de la vida los hubiera abandonado.
1.1.1.                 El vínculo entre enfermedad y pecado:
La primera explicación que el pueblo de Israel alcanza ante esta cuestión se trata de unir el concepto de enfermedad, con el de pecado. Por tanto, la enfermedad se entendería como una consecuencia del propio pecado. El pecado es entendido como un alejamiento a Yahvé que trae como consecuencia la enfermedad y en último término la muerte.
De hecho, para el israelita de esta época, Dios creó al hombre para la armonía pero el pecado de los primeros padres rompió esta armonía primigenia trayendo al mundo el mal y las enfermedades. Esta idea de entrada del mal por el pecado en el origen se extenderá tanto en el Antiguo Testamento que incluso se llegará a ver en cada enfermedad concreta una consecuencia directa del pecado personal del que se ve afectado por ella.
Frente a esta concepción, podríamos decir consecuencialista de pecado y enfermedad, se plantará Jesús al curar al ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-3) donde dirá que su enfermedad no es consecuencia del pecado de nadie. El vínculo entre enfermedad y pecado estaría en la condición humana herida, y no en las situaciones personales.
1.1.2.                 La enfermedad del justo:
¿Qué ocurre en la mentalidad judía veterotestamentaria cuando el impío goza de buena salud y el justo temeroso de Dios se enferma?
Esta cuestión va a plantear un cambio de paradigma en la primera concepción, pues es fácil entender que si uno peca cae en el castigo de la enfermedad, pero no se entiende igual de fácil que el justo sufra mientras el impío no es castigado por sus actos.
Para resolver esta problemática se utilizarán varias concepciones diferentes. La primera de explicación que se da a ello es que la felicidad del impío es aparente y se acabara (Sal. 73). Se trata de considerar esa buena suerte o apariencia de salud a algo circunstancial que en cualquier momento se traba o se transforma en retribución por el daño causado.
También se potencia  la consideración de una solidaridad cooperativa por la que los hijos pagan los pecados de sus padres. De manera que el pecado ya no es consecuencia de los propios actos, sino que se llega a heredar la culpa de unas generaciones a otras.
Pero, esta idea, ya empiezan a ponerla en duda los profetas (Jr. 31,30; Ez. 18, 3-4). Estos profetas llegan a afirmar que cada cual es responsable de sus propios actos y las consecuencias de estos, sin que se pueda culpar a otros o incluso heredar la culpa de unas generaciones a otras.
El libro de Job rompe con esta forma de entender el sufrimiento personal por cometer pecados propios. Pues, aunque Job reconoce ser un pecador, no está igualado el castigo recibido por la falta cometida. Es desproporcionado completamente la concepción del pecado de Job con los males que le atañen.
De esta manera aparece en el pensamiento israelita la idea de que el sufrimiento es en realidad una oportunidad de encuentro con Dios. Se la empieza a ver como una situación en la que el hombre puede demostrar su fidelidad hacia Dios. Sirve, por tanto, para tener un conocimiento más claro de Dios, por un lado; mientras que ya se comienza a vislumbrar un anhelo y un presagio de la futura resurrección.
1.1.3.                 El siervo sufriente:
En la plegaria de intercesión de Moisés por el pueblo de Israel (Ex. 17,11; 32,30; Nm. 11,2) y en el cuarto cántico del siervo de Yahvé del profeta Isaías (Is. 52,13-53,12) podemos vislumbrar como el sufrimiento del justo se convierte para el autor sagrado en un acto de intercesión y expiación por los pecados de los hombres.
Se produce un cambio radical en el pensamiento anterior con respecto a esta idea. Antes la solidaridad de todos se realizaba en unión con el pecado, ahora la solidaridad entre los hombres se realiza con relación a la salvación y a la liberación. Cuando el sufrimiento se vive con la disponibilidad en el Señor, se entra a formar parte de la alianza salvífica de Dios con la humanidad, realizándose como evento de gracia para todos.
1.2.           La curación como signo mesiánico
Dios quiere la vida y la sanación de los enfermos, por eso hay que integrar la revelación del Dios de Israel en la óptica de la salud y la vida. Dios es el pastor pero también el medico que cura a su pueblo. De esta manera, los enfermos van a dirigirse al representante de Dios en la tierra, es decir, a los sacerdotes y profetas, para confesar sus pecados y pedir la gracia de la curación.
La espera mesiánica consiste en que Dios vendrá a sanar a su pueblo de las heridas y tribulaciones que le afligen. Cuando aparezca Jesús, uno de los signos mesiánicos que él realizará es el de obrar milagros de sanación a los enfermos. Realiza gestos concretos pero también con su Palabra de llamada a la conversión está obrando el cumplimiento de esta llegada mesiánica.
1.3.           Redención y unción de los enfermos
Cristo ha llevado sobre sí la salvación de los hombres, Pablos invita a que los dolores completen la pasión de Cristo. Ya que si por el bautismo entramos a formar parte del cuerpo de Jesucristo, también se entiende que la enfermedad deviene en camino de redención.
1.3.1.                 El gesto de la unción:
En momentos de enfermedad la fe se puede tambalear y caer en manos del demonio, por eso desde el principio de su mandato, Jesús le da sus discípulos el poder de sanar y expulsar demonios. Aunque el gesto de sanar aun no es una institución sacramental, sí que se entrevé un poder simbólico muy grande. El aceite es muy simbólico para el pueblo de Israel, ya que se le puede otorgar dos connotaciones religiosas: símbolo de consagración y símbolo medicinal.
El ungir a los enfermos con oleo (símbolo de la consagración a Dios) era una práctica muy extendida entre los judíos, así como orar sobre ellos. Pero sin embargo, Jesús la dota de un nuevo contenido y profundidad simbólica.
1.3.2.                 La unción como gesto salvífico:
El acompañar y sanar a los enfermos aparece en los Evangelios como un signo de la venida del mesías en Cristo. Pero la institución sacramental solo se entiende tras la resurrección cuando Jesús lo ordena hacer con mayor diligencia y se instituye, él mismo, como médico del cuerpo y de las almas. El único testimonio escriturístico de que existen unos ritos con un significado esenciales aparece en la recomendación de la carta de Santiago.
1.3.3.                 La carta de Santiago:
El texto se encuentra en la tradición hebrea pero deja entrever una nueva conciencia del rito que ya se andaba practicando con los enfermos en el mundo semítico.
El sujete que se describe es un enfermo que llama a los presbíteros, luego es un sujeto consciente y no parece ser un moribundo. Los presbíteros actúan en nombre de la Iglesia, no para sí mismos, sino de manera vicaria, porque es el Señor el que hará que se levanten y se sanen.
La comunidad cristiana tiene un papel importante al estar orando por el enfermo, para que así Cristo pueda desplegar sobre el enfermo la eficacia de su Pascua. Es, por tanto, el Señor el que salvará al enfermo y no el acto de los presbíteros como tal. Se trata de una oración de intercesión y no de magia. Tiene dos sellos esta oración sobre el enfermo: uno corporal, “hará que se levante”; y otro espiritual, “si ha cometido pecados, le serán perdonados”.
“La oración de la fe salvará al enfermo”: con esta frase se recalca la acción mediadora de la oración y niega el que sea una acción mágica. Es, por tanto, necesario que el enfermo llame a los presbíteros con fe y tenga a sí mismo, una voluntad de que sea el Señor el que obre la cura sobre él. La Iglesia debe invocar el nombre del Señor para que actúe Dios mismo como hizo el profeta Elías al pedir la lluvia. Así el Resucitado se hará presente en la vida del enfermo.

2-    La unción de los enfermos en la historia de la salvación.
Dentro de los acontecimientos de la historia de la salvación se ve que la unción representa la presencia del Kyrios en medio del dolor y la enfermedad. Se subrayan de esta forma, dos formas tipológicas bíblicas: el santificar-liberar y el llamar-enviar.


2.1. El evento de santificación y de liberación.
La unción despliega en el enfermo la gracia de Dios “en una renovada efusión del Espíritu que permite al enfermo santificar su condición y transformarla en un evento salvífico para sí y para la Iglesia”
Además, siempre que no se pueda celebrar el sacramento de la reconciliación, la unción tiene la capacidad de perdonar los pecados para que el enfermo reciba la Gracia de Dios en su totalidad. De esta forma, se hace participe al enfermo de la victoria pascual de Cristo, en la espera de entrar en la patria prometida.
Aunque el centro del sacramento es la curación corporal, se entiende que está subyugada a la espiritual. La sanación es un don de Dios que se da con el fin último de la salvación total del enfermo.
2.2. El evento de vocación y misión.
Con la unción, la enfermedad, se convierte también en un acontecimiento vocacional. No se trata del hacer, sino del ser, del pertenecer al interior del cuerpo místico de Cristo y de la comunión de los santos.
Se completa así la semejanza a Cristo que se recibe por el bautismo y la confirmación. El Cristo sufriente es el que alcanza la gloria. Pero también, por su contenido salvífico-sanador, complementa el sacramento de la penitencia.
Es, por tanto, una llamada a la vida plena con Jesús que se completa con los sacramentos de la iniciación cristiana y que dona la gracia del Espíritu Santo para poder vivir la enfermedad según el proyecto de Dios.

3-    La historia de la salvación en el rito de la unción de los enfermos.
El sacramento de la unción ha sido a lo largo de la historia reducido a un acto final de la vida encaminado solo a despedir a moribundos. Pero desde el Concilio Vaticano II se le ha querido reforzar y recuperar en su sentido profundo de sanación y oración por todos los enfermos y no reducirlo solo a los moribundos; aunque, como se verá más adelante, estos últimos tienen reservado el viático como rito propio y peculiar dentro del amplio rito de la unción.

3.1. La bendición del óleo
Esta bendición que se realiza sobre el óleo de los enfermos guarda muchas similitudes teológicas con la bendición sobre el agua del bautismo, aunque en este caso particular siempre se ha de bendecir y no como en el bautismo que se puede excluir en caso de necesidad.
Se trata de una bendición trinitaria en la que Dios santifica el óleo, por medio de su hijo Jesucristo, para que el enfermo reciba la fuerza del Espíritu Santo que le permita soportar la enfermedad.
3.2. El rito de la unción de los enfermos
Hay cuatro momentos fundamentales en el rito de la unción de los enfermos que van a ser detallados a continuación: Los ritos iniciales, la liturgia de la Palabra, la liturgia del sacramento y los ritos de conclusión.
-         Los ritos iniciales unen éste sacramento con el del bautismo a través de la aspersión del agua sobre el enfermo y también unen con el sacramento de la penitencia al recitarse el acto penitencial.
-         La liturgia de la Palabra pone el sacramento en relación con la historia e la salvación y presenta como Dios ha realizado curaciones a lo largo de la misma historia. Así mismo se subraya la importancia de la fe para acoger la unción y sus dones.
-         La liturgia del sacramento se relaciona con la historia de la salvación y se contextualiza en los sacramentos de la iniciación cristiana. Por eso, tras la letanía que manifiesta las obras salvíficas de Dios, el ministro impone en silencio las manos sobre el enfermo. Después es la bendición del óleo y la acción de gracias sobre éste ya bendecido, la unción sobre el enfermo se realiza sobre le frente y las manos, y la formula sacramental (que se extrae de la carta de Santiago)
-         En los ritos de conclusión se encuentra la recitación del Padrenuestro  como confianza del hijo enfermo en su Padre que lo sanará; y también hay una bendición final para vivir la enfermedad desde la gracia, la oferta de sí mismo y la comunión eclesial.
3.3. La fórmula de la unción
La fórmula del sacramento de la unción de los enfermos es la siguiente:
«Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad»
Como se puede observar es la ratificación sobre el enfermo de aquello que ha confesado en su vida desde el bautismo y que ha corroborado en cada celebración eucarística de las que ha participado.
El enfermo recibe así la fuerza del Espíritu Santo que lo ha de salvar y reconfortar en línea con la idea mesiánico-escatológica. Especialmente es así cuando se trata de un enfermo moribundo que entonces se le une el rito del viático como inicio de la eternidad en el bautizando que está a punto de partir hacia la vida eterna.

4-    El viático: evento que realiza la historia de la salvación en el bautizado
El viático siempre se ha practicado en la Iglesia, incluso cuando el perdón de los pecados quedaba reservado a una sola confesión en la vida. Siempre se ha administrado el viático al final de la vida, incluso a aquellos que no habían recibido esa penitencia única.
4.1. La muerte del cristiano como un “tránsito” pascual
El viático es el sacramento del paso de la muerte a la vida. De hecho toda la vida del cristiano está orientada a la muerte y posterior resurrección, de ahí la importancia de vivir la vida como Jesús lo hizo en torno a su propio sacrificio.
El hombre fue creado para la vida y la inmortalidad pero el pecado ha truncado esta naturaleza primigenia; por eso, hay que restituir de alguna forma ese daño esperando que Dios haga por nosotros lo mismo que ha obrado en su hijo. El creyente resucitará a través de Cristo para una vida que no tiene fin. Para el cristiano el morir es entrar en la casa del Padre para participar de la victoria de Cristo.
4.2. El sacramento de la muerte del cristiano
El hombre comienza a serlo porque se plantea, sobre todas las criatura de la naturaleza, el problema de la muerte. Es algo que lo rodea en toda su existencia y que va experimentando en toda su vida. La muerte siempre está presente en el existir del hombre. La sociedad contemporánea intenta obviar esta realidad, pues al no poder evitarla, se cree que al ignorarla nunca podrá llegar a producirse. Pero por mucho que se la intente evitar o prorrogar en el tiempo, el acontecimiento de la muerte siempre nos alcanza y no se puede frenar el deseo de más allá que surge en el corazón del hombre
4.3. Presencia salvífica del Resucitado
El viático une el realismo de la muerte con la nostalgia de eternidad que poseen los hombres. Es, por tanto, parte de la antropología teológica de la muerte y de su justificación redentora.
4.3.1. Dimensión Pascual
La muerte es un momento de extrema soledad, se sitúa el hombre ante su pasado y su futuro. Para ello el viático se convierte en el alimento y provisión para el nuevo vivir que comienza tras la muerte.
Se recomienda que el viático se otorgue unido a la celebración de la Eucaristía, incluso en la casa del enfermo, para que al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo se una el enfermo al sacrificio redentor de Cristo.
Se trata así, del sacramento del paso de Cristo de éste mundo al Padre y símbolo de su triunfo glorioso. Es en el viático, como nunca en ningún sitio, dónde se consigue unir la Pascua, la Eucaristía, la realización de la vida del bautizado y la escatología.
4.3.2. Dimensión bautismal
El viático es la realización y último cumplimiento del Bautismo. Si por la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) el cristiano se inserta en la Iglesia y en la vida de fe; la última iniciación (Penitencia, unción y Viático) inserta en la comunidad de la Trinidad.
Tras la aspersión con el agua en el viático, se otorga un nuevo sentido a la profesión de fe y el rezo del Padrenuestro se hace ahora desde la confianza de participar en la filiación divina del Padre con el Hijo.
4.3.3. Dimensión eclesial
Este momento se vive dentro de la Iglesia, con la Iglesia y como Iglesia. Por eso es la propia comunidad eclesial la que debe participar de manera comunitaria en la celebración del viático, bien como la gran comunidad reunida o como una pequeña representación de la misma (familia del enfermo)
Especialmente hermoso es en la celebración el rito de la paz, en el que se contempla abrazar al enfermo o darle el beso de la paz, que se convierte así en un gesto de amor hacia el hermano, y también como acto de despedida hacia aquél que parte a la Iglesia celeste, desde la terrena. Se trata, por tanto, de superar la soledad de la muerte y sentirse acogido en el abrazo de la comunidad de los santos.
4.3.4. Dimensión escatológica
Cuando se come el cuerpo y la sangre de Cristo se une el cristiano a él y participa de su gloria. De manera que Cristo ha prometido la vida eterna al que participa con él de su celebración pascual. Se convierte el viático en ese compartir la resurrección y ser glorificados en Cristo, unidos en el mismo corazón de la Trinidad y en la comunión de los santos.

Conclusión:
A modo de conclusión del presente comentario voy a realizar una síntesis sobre lo visto referente al sacramento de la unción de los enfermos y recalcando con especial consideración el recibimiento del viático.
Referente a la unción se la debe entender enmarcada en la totalidad de la vida del hombre. Pues éste ante el sufrimiento y la muerte puede experimentar la soledad, el miedo, incluso el alejamiento de Dios. Por eso, la unción es el sacramento que une y reconcilia con Dios y con la Iglesia.
Ya desde el principio de la predicación apostólica, la misión de Cristo invitaba a curar a los enfermos, ungirlos con óleo y resucitar a los muertos. La Iglesia lo ha conservado desde sus orígenes mismos.
El gesto de imponer las manos, no en el enfermo, sino “sobre” el enfermo se entiende como un acto salvífico del Señor resucitado y un evento de curación total con efecto en lo espiritual y lo corporal. Se repite así, por medio de la Iglesia y en el nombre de Cristo, los mismos gestos y acciones que él mismo obró en su vida.
El óleo es la materia del sacramento y la oración de los presbíteros es la forma del mismo. Ambas, materia y forma, convierten el acto sacramental en un evento de santificación y liberación, de vocación y misión en perspectiva de los “mirabilia Dei” de la historia de la salvación. Como dice Lumen Gentium 11:
«Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve, e incluso les exhorta a que, asociándose voluntaria-mente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyan así al bien del Pueblo de Dios»
En cuanto al Viático habría que concluir que es la forma de unir el sacramento de la unción con el de la Eucaristía, siendo ésta una tradición muy antigua en la Iglesia. Se nos invita así a recordar las Palabras de Cristo que nos dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn. 6,54). Es, por tanto, la unión de la vida terrena con la futura vida eterna.
Frente a los sacramentos de la iniciación cristiana, los de la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía en forma de viático son la preparación para entrar a formar parte de la Patria celeste. Así como la Confirmación perfecciona los efectos del Bautismo y culmina en la Eucaristía toda la iniciación cristiana; la unción perfecciona los efectos de la Penitencia, celebrada en el momento de la muerte y culmina también en la Eucaristía, como viático. Se constituye así la iniciación escatológica de los bautizados a la visión beatífica. Es la entrada en la Jerusalén celestial.

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