El sacramento de la unción de los enfermos no lo encontramos
directamente redactado como tal en las Sagradas Escrituras, pero sí se
encuentra ya insinuado en el texto de Mc. 6,13 y promulgado por Santiago en su
carta (Stg. 5,14s).
Este sacramento se ha de entender unido al sentido de la
muerte y la enfermedad que se produce en los hombres. El hombre experimenta
dolor y sufrimiento en los momentos de máxima debilidad. Dios que no es
indiferente a las carencias y sufrimientos de los hombres, da un sentido
profundo a la muerte y la enfermedad acompañando y aliviando en Cristo a todos
los hombres.
El viatico va unido a la Eucaristía como envío de la Iglesia
terrena a la Iglesia celeste del bautizado. Por medio de la Eucaristía en las
postrimerías de nuestra vida terrena, nos acercamos a la gloria de Dios que ya
incoada en este mundo se despliega en la vida futura prometida tras la muerte
del cuerpo. Por este motivo, y en vista a la vida futura, el sacramento de la
unción perdona los pecados, ya que se acerca el bautizado a la vida plena y
santa.
Luego acompañar al enfermo y aliviar sus sufrimientos, hace
que también nos acerque a la imagen de Cristo como siervo sufriente y dócil a
la voluntad del Padre. Al fin y al cabo es un acto de tremendo amor y
aceptación de la enfermedad y la muerte, cuando ésta se recibe como voluntad de
Dios: “Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rm.
8, 38-39)
1- Historia de la salvación y la unción de
los enfermos
Dios se hace presente siempre en la vida de los
hombres, pero especialmente en los momentos más duros, como puede ser la
enfermedad o la muerte. De hecho su acción consiste en otorgar el don del Espíritu
Santo y la gracia de la Pascua.
Cristo por su Pascua no negó la enfermedad y la
muerte, sino que las purificó de su significado de castigo y carencia al
aceptarlas en su propia vida. De hecho plenifica ambas realidades del existir
humano, otorgándoles el nuevo contenido de la Gracia que deriva de su Pascua de
redención y de una nueva existencia en el Espíritu.
1.1.
La enfermedad y sus significados
En el Antiguo Testamento la enfermedad se
entendía como un límite humano y una debilidad física que se contraponían a la
vida y la plenitud de fuerzas. Dios que era el dueño y señor de la vida, se
situaba enfrente de aquellos que perdían el favor del mismo, los cuales eran
condenados a la muerte o la enfermedad.
El israelita veterotestamentario se pregunta
sobre la posibilidad de existencia de la debilidad en su propio pueblo, pues al
considerarse ellos mismos como el pueblo escogido por Dios y, por tanto, los
verdaderos depositarios de las promesas protectoras de Dios sobre sus hijos; no
comprenden que ellos particularmente en individuos, o en colectividad como
pueblo, experimenten la enfermedad y la muerte en igual número que los pueblos
vecinos, como si el Dios de la vida los hubiera abandonado.
1.1.1.
El
vínculo entre enfermedad y pecado:
La primera explicación que el pueblo de Israel
alcanza ante esta cuestión se trata de unir el concepto de enfermedad, con el
de pecado. Por tanto, la enfermedad se entendería como una consecuencia del
propio pecado. El pecado es entendido como un alejamiento a Yahvé que trae como
consecuencia la enfermedad y en último término la muerte.
De hecho, para el israelita de esta época, Dios
creó al hombre para la armonía pero el pecado de los primeros padres rompió
esta armonía primigenia trayendo al mundo el mal y las enfermedades. Esta idea
de entrada del mal por el pecado en el origen se extenderá tanto en el Antiguo
Testamento que incluso se llegará a ver en cada enfermedad concreta una
consecuencia directa del pecado personal del que se ve afectado por ella.
Frente a esta concepción, podríamos decir
consecuencialista de pecado y enfermedad, se plantará Jesús al curar al ciego
de nacimiento (Jn. 9, 1-3) donde dirá que su enfermedad no es consecuencia del
pecado de nadie. El vínculo entre enfermedad y pecado estaría en la condición
humana herida, y no en las situaciones personales.
1.1.2.
La
enfermedad del justo:
¿Qué ocurre en la mentalidad judía
veterotestamentaria cuando el impío goza de buena salud y el justo temeroso de
Dios se enferma?
Esta cuestión va a plantear un cambio de
paradigma en la primera concepción, pues es fácil entender que si uno peca cae
en el castigo de la enfermedad, pero no se entiende igual de fácil que el justo
sufra mientras el impío no es castigado por sus actos.
Para resolver esta problemática se utilizarán
varias concepciones diferentes. La primera de explicación que se da a ello es
que la felicidad del impío es aparente y se acabara (Sal. 73). Se trata de
considerar esa buena suerte o apariencia de salud a algo circunstancial que en
cualquier momento se traba o se transforma en retribución por el daño causado.
También se potencia la consideración de una solidaridad
cooperativa por la que los hijos pagan los pecados de sus padres. De manera que
el pecado ya no es consecuencia de los propios actos, sino que se llega a
heredar la culpa de unas generaciones a otras.
Pero, esta idea, ya empiezan a ponerla en duda
los profetas (Jr. 31,30; Ez. 18, 3-4). Estos profetas llegan a afirmar que cada
cual es responsable de sus propios actos y las consecuencias de estos, sin que
se pueda culpar a otros o incluso heredar la culpa de unas generaciones a
otras.
El libro de Job rompe con esta forma de
entender el sufrimiento personal por cometer pecados propios. Pues, aunque Job
reconoce ser un pecador, no está igualado el castigo recibido por la falta
cometida. Es desproporcionado completamente la concepción del pecado de Job con
los males que le atañen.
De esta manera aparece en el pensamiento
israelita la idea de que el sufrimiento es en realidad una oportunidad de
encuentro con Dios. Se la empieza a ver como una situación en la que el hombre
puede demostrar su fidelidad hacia Dios. Sirve, por tanto, para tener un
conocimiento más claro de Dios, por un lado; mientras que ya se comienza a
vislumbrar un anhelo y un presagio de la futura resurrección.
1.1.3.
El
siervo sufriente:
En la plegaria de intercesión de Moisés por el
pueblo de Israel (Ex. 17,11; 32,30; Nm. 11,2) y en el cuarto cántico del siervo
de Yahvé del profeta Isaías (Is. 52,13-53,12) podemos vislumbrar como el
sufrimiento del justo se convierte para el autor sagrado en un acto de
intercesión y expiación por los pecados de los hombres.
Se produce un cambio radical en el pensamiento
anterior con respecto a esta idea. Antes la solidaridad de todos se realizaba
en unión con el pecado, ahora la solidaridad entre los hombres se realiza con
relación a la salvación y a la liberación. Cuando el sufrimiento se vive con la
disponibilidad en el Señor, se entra a formar parte de la alianza salvífica de
Dios con la humanidad, realizándose como evento de gracia para todos.
1.2.
La curación como signo mesiánico
Dios quiere la vida y la sanación de los
enfermos, por eso hay que integrar la revelación del Dios de Israel en la
óptica de la salud y la vida. Dios es el pastor pero también el medico que cura
a su pueblo. De esta manera, los enfermos van a dirigirse al representante de
Dios en la tierra, es decir, a los sacerdotes y profetas, para confesar sus
pecados y pedir la gracia de la curación.
La espera mesiánica consiste en que Dios vendrá
a sanar a su pueblo de las heridas y tribulaciones que le afligen. Cuando
aparezca Jesús, uno de los signos mesiánicos que él realizará es el de obrar
milagros de sanación a los enfermos. Realiza gestos concretos pero también con
su Palabra de llamada a la conversión está obrando el cumplimiento de esta
llegada mesiánica.
1.3.
Redención y unción de los enfermos
Cristo ha llevado sobre sí la salvación de los
hombres, Pablos invita a que los dolores completen la pasión de Cristo. Ya que
si por el bautismo entramos a formar parte del cuerpo de Jesucristo, también se
entiende que la enfermedad deviene en camino de redención.
1.3.1.
El
gesto de la unción:
En momentos de enfermedad la fe se puede
tambalear y caer en manos del demonio, por eso desde el principio de su
mandato, Jesús le da sus discípulos el poder de sanar y expulsar demonios.
Aunque el gesto de sanar aun no es una institución sacramental, sí que se
entrevé un poder simbólico muy grande. El aceite es muy simbólico para el
pueblo de Israel, ya que se le puede otorgar dos connotaciones religiosas:
símbolo de consagración y símbolo medicinal.
El ungir a los enfermos con oleo (símbolo de la
consagración a Dios) era una práctica muy extendida entre los judíos, así como
orar sobre ellos. Pero sin embargo, Jesús la dota de un nuevo contenido y
profundidad simbólica.
1.3.2.
La
unción como gesto salvífico:
El acompañar y sanar a los enfermos aparece en
los Evangelios como un signo de la venida del mesías en Cristo. Pero la institución
sacramental solo se entiende tras la resurrección cuando Jesús lo ordena hacer
con mayor diligencia y se instituye, él mismo, como médico del cuerpo y de las
almas. El único testimonio escriturístico de que existen unos ritos con un
significado esenciales aparece en la recomendación de la carta de Santiago.
1.3.3.
La
carta de Santiago:
El texto se encuentra en la tradición hebrea
pero deja entrever una nueva conciencia del rito que ya se andaba practicando
con los enfermos en el mundo semítico.
El sujete que se describe es un enfermo que
llama a los presbíteros, luego es un sujeto consciente y no parece ser un
moribundo. Los presbíteros actúan en nombre de la Iglesia, no para sí mismos,
sino de manera vicaria, porque es el Señor el que hará que se levanten y se
sanen.
La comunidad cristiana tiene un papel
importante al estar orando por el enfermo, para que así Cristo pueda desplegar
sobre el enfermo la eficacia de su Pascua. Es, por tanto, el Señor el que
salvará al enfermo y no el acto de los presbíteros como tal. Se trata de una
oración de intercesión y no de magia. Tiene dos sellos esta oración sobre el
enfermo: uno corporal, “hará que se levante”; y otro espiritual, “si ha
cometido pecados, le serán perdonados”.
“La oración de la fe salvará al enfermo”: con
esta frase se recalca la acción mediadora de la oración y niega el que sea una acción
mágica. Es, por tanto, necesario que el enfermo llame a los presbíteros con fe
y tenga a sí mismo, una voluntad de que sea el Señor el que obre la cura sobre
él. La Iglesia debe invocar el nombre del Señor para que actúe Dios mismo como
hizo el profeta Elías al pedir la lluvia. Así el Resucitado se hará presente en
la vida del enfermo.
2- La unción de los enfermos en la historia
de la salvación.
Dentro de los acontecimientos de la historia de
la salvación se ve que la unción representa la presencia del Kyrios en medio
del dolor y la enfermedad. Se subrayan de esta forma, dos formas tipológicas
bíblicas: el santificar-liberar y el llamar-enviar.
2.1. El evento de santificación y de
liberación.
La unción despliega en el enfermo la gracia de
Dios “en una renovada efusión del Espíritu que permite al enfermo santificar su
condición y transformarla en un evento salvífico para sí y para la Iglesia”
Además, siempre que no se pueda celebrar el
sacramento de la reconciliación, la unción tiene la capacidad de perdonar los
pecados para que el enfermo reciba la Gracia de Dios en su totalidad. De esta
forma, se hace participe al enfermo de la victoria pascual de Cristo, en la
espera de entrar en la patria prometida.
Aunque el centro del sacramento es la curación
corporal, se entiende que está subyugada a la espiritual. La sanación es un don
de Dios que se da con el fin último de la salvación total del enfermo.
2.2. El evento de vocación y misión.
Con la unción, la enfermedad, se convierte
también en un acontecimiento vocacional. No se trata del hacer, sino del ser,
del pertenecer al interior del cuerpo místico de Cristo y de la comunión de los
santos.
Se completa así la semejanza a Cristo que se
recibe por el bautismo y la confirmación. El Cristo sufriente es el que alcanza
la gloria. Pero también, por su contenido salvífico-sanador, complementa el
sacramento de la penitencia.
Es, por tanto, una llamada a la vida plena con
Jesús que se completa con los sacramentos de la iniciación cristiana y que dona
la gracia del Espíritu Santo para poder vivir la enfermedad según el proyecto
de Dios.
3- La historia de la salvación en el rito
de la unción de los enfermos.
El sacramento de la unción ha sido a lo largo
de la historia reducido a un acto final de la vida encaminado solo a despedir a
moribundos. Pero desde el Concilio Vaticano II se le ha querido reforzar y
recuperar en su sentido profundo de sanación y oración por todos los enfermos y
no reducirlo solo a los moribundos; aunque, como se verá más adelante, estos
últimos tienen reservado el viático como rito propio y peculiar dentro del
amplio rito de la unción.
3.1. La bendición del óleo
Esta bendición que se realiza sobre el óleo de
los enfermos guarda muchas similitudes teológicas con la bendición sobre el
agua del bautismo, aunque en este caso particular siempre se ha de bendecir y
no como en el bautismo que se puede excluir en caso de necesidad.
Se trata de una bendición trinitaria en la que
Dios santifica el óleo, por medio de su hijo Jesucristo, para que el enfermo
reciba la fuerza del Espíritu Santo que le permita soportar la enfermedad.
3.2. El rito de la unción de los enfermos
Hay cuatro momentos fundamentales en el rito de
la unción de los enfermos que van a ser detallados a continuación: Los ritos iniciales,
la liturgia de la Palabra, la liturgia del sacramento y los ritos de
conclusión.
-
Los ritos iniciales unen éste sacramento
con el del bautismo a través de la aspersión del agua sobre el enfermo y
también unen con el sacramento de la penitencia al recitarse el acto
penitencial.
-
La liturgia de la Palabra pone el
sacramento en relación con la historia e la salvación y presenta como Dios ha
realizado curaciones a lo largo de la misma historia. Así mismo se subraya la
importancia de la fe para acoger la unción y sus dones.
-
La liturgia del sacramento se relaciona
con la historia de la salvación y se contextualiza en los sacramentos de la
iniciación cristiana. Por eso, tras la letanía que manifiesta las obras
salvíficas de Dios, el ministro impone en silencio las manos sobre el enfermo.
Después es la bendición del óleo y la acción de gracias sobre éste ya
bendecido, la unción sobre el enfermo se realiza sobre le frente y las manos, y
la formula sacramental (que se extrae de la carta de Santiago)
-
En los ritos de conclusión se encuentra
la recitación del Padrenuestro como
confianza del hijo enfermo en su Padre que lo sanará; y también hay una
bendición final para vivir la enfermedad desde la gracia, la oferta de sí mismo
y la comunión eclesial.
3.3. La fórmula de la unción
La fórmula del sacramento de la unción de los
enfermos es la siguiente:
«Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia,
te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad»
Como se puede observar es la ratificación sobre
el enfermo de aquello que ha confesado en su vida desde el bautismo y que ha
corroborado en cada celebración eucarística de las que ha participado.
El enfermo recibe así la fuerza del Espíritu
Santo que lo ha de salvar y reconfortar en línea con la idea
mesiánico-escatológica. Especialmente es así cuando se trata de un enfermo
moribundo que entonces se le une el rito del viático como inicio de la
eternidad en el bautizando que está a punto de partir hacia la vida eterna.
4- El viático: evento que realiza la
historia de la salvación en el bautizado
El viático siempre se ha practicado en la
Iglesia, incluso cuando el perdón de los pecados quedaba reservado a una sola
confesión en la vida. Siempre se ha administrado el viático al final de la
vida, incluso a aquellos que no habían recibido esa penitencia única.
4.1. La muerte del cristiano como un “tránsito”
pascual
El viático es el sacramento del paso de la
muerte a la vida. De hecho toda la vida del cristiano está orientada a la
muerte y posterior resurrección, de ahí la importancia de vivir la vida como Jesús
lo hizo en torno a su propio sacrificio.
El hombre fue creado para la vida y la
inmortalidad pero el pecado ha truncado esta naturaleza primigenia; por eso,
hay que restituir de alguna forma ese daño esperando que Dios haga por nosotros
lo mismo que ha obrado en su hijo. El creyente resucitará a través de Cristo
para una vida que no tiene fin. Para el cristiano el morir es entrar en la casa
del Padre para participar de la victoria de Cristo.
4.2. El sacramento de la muerte del cristiano
El hombre comienza a serlo porque se plantea,
sobre todas las criatura de la naturaleza, el problema de la muerte. Es algo
que lo rodea en toda su existencia y que va experimentando en toda su vida. La
muerte siempre está presente en el existir del hombre. La sociedad
contemporánea intenta obviar esta realidad, pues al no poder evitarla, se cree
que al ignorarla nunca podrá llegar a producirse. Pero por mucho que se la
intente evitar o prorrogar en el tiempo, el acontecimiento de la muerte siempre
nos alcanza y no se puede frenar el deseo de más allá que surge en el corazón del
hombre
4.3. Presencia salvífica del Resucitado
El viático une el realismo de la muerte con la
nostalgia de eternidad que poseen los hombres. Es, por tanto, parte de la
antropología teológica de la muerte y de su justificación redentora.
4.3.1.
Dimensión Pascual
La muerte es un momento de extrema soledad, se
sitúa el hombre ante su pasado y su futuro. Para ello el viático se convierte
en el alimento y provisión para el nuevo vivir que comienza tras la muerte.
Se recomienda que el viático se otorgue unido a
la celebración de la Eucaristía, incluso en la casa del enfermo, para que al
comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo se una el enfermo al sacrificio
redentor de Cristo.
Se trata así, del sacramento del paso de Cristo
de éste mundo al Padre y símbolo de su triunfo glorioso. Es en el viático, como
nunca en ningún sitio, dónde se consigue unir la Pascua, la Eucaristía, la
realización de la vida del bautizado y la escatología.
4.3.2.
Dimensión bautismal
El viático es la realización y último
cumplimiento del Bautismo. Si por la iniciación cristiana (Bautismo,
Confirmación y Eucaristía) el cristiano se inserta en la Iglesia y en la vida
de fe; la última iniciación (Penitencia, unción y Viático) inserta en la
comunidad de la Trinidad.
Tras la aspersión con el agua en el viático, se
otorga un nuevo sentido a la profesión de fe y el rezo del Padrenuestro se hace
ahora desde la confianza de participar en la filiación divina del Padre con el
Hijo.
4.3.3.
Dimensión eclesial
Este momento se vive dentro de la Iglesia, con
la Iglesia y como Iglesia. Por eso es la propia comunidad eclesial la que debe
participar de manera comunitaria en la celebración del viático, bien como la
gran comunidad reunida o como una pequeña representación de la misma (familia
del enfermo)
Especialmente hermoso es en la celebración el
rito de la paz, en el que se contempla abrazar al enfermo o darle el beso de la
paz, que se convierte así en un gesto de amor hacia el hermano, y también como
acto de despedida hacia aquél que parte a la Iglesia celeste, desde la terrena.
Se trata, por tanto, de superar la soledad de la muerte y sentirse acogido en
el abrazo de la comunidad de los santos.
4.3.4.
Dimensión escatológica
Cuando se come el cuerpo y la sangre de Cristo
se une el cristiano a él y participa de su gloria. De manera que Cristo ha
prometido la vida eterna al que participa con él de su celebración pascual. Se
convierte el viático en ese compartir la resurrección y ser glorificados en
Cristo, unidos en el mismo corazón de la Trinidad y en la comunión de los
santos.
Conclusión:
A modo de conclusión del presente comentario
voy a realizar una síntesis sobre lo visto referente al sacramento de la unción
de los enfermos y recalcando con especial consideración el recibimiento del
viático.
Referente a la unción se la debe entender
enmarcada en la totalidad de la vida del hombre. Pues éste ante el sufrimiento
y la muerte puede experimentar la soledad, el miedo, incluso el alejamiento de
Dios. Por eso, la unción es el sacramento que une y reconcilia con Dios y con
la Iglesia.
Ya desde el principio de la predicación apostólica,
la misión de Cristo invitaba a curar a los enfermos, ungirlos con óleo y
resucitar a los muertos. La Iglesia lo ha conservado desde sus orígenes mismos.
El gesto de imponer las manos, no en el
enfermo, sino “sobre” el enfermo se entiende como un acto salvífico del Señor
resucitado y un evento de curación total con efecto en lo espiritual y lo
corporal. Se repite así, por medio de la Iglesia y en el nombre de Cristo, los
mismos gestos y acciones que él mismo obró en su vida.
El óleo es la materia del sacramento y la
oración de los presbíteros es la forma del mismo. Ambas, materia y forma,
convierten el acto sacramental en un evento de santificación y liberación, de
vocación y misión en perspectiva de los “mirabilia Dei” de la historia de la
salvación. Como dice Lumen Gentium
11:
«Con la unción de los enfermos y la oración de
los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y
glorificado, para que los alivie y los salve, e incluso les exhorta a que,
asociándose voluntaria-mente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyan así al
bien del Pueblo de Dios»
En cuanto al Viático habría que concluir que es
la forma de unir el sacramento de la unción con el de la Eucaristía, siendo
ésta una tradición muy antigua en la Iglesia. Se nos invita así a recordar las Palabras
de Cristo que nos dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn. 6,54). Es, por tanto, la unión
de la vida terrena con la futura vida eterna.
Frente a los sacramentos de la iniciación
cristiana, los de la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía en forma de
viático son la preparación para entrar a formar parte de la Patria celeste. Así
como la Confirmación perfecciona los efectos del Bautismo y culmina en la
Eucaristía toda la iniciación cristiana; la unción perfecciona los efectos de
la Penitencia, celebrada en el momento de la muerte y culmina también en la
Eucaristía, como viático. Se constituye así la iniciación escatológica de los
bautizados a la visión beatífica. Es la entrada en la Jerusalén celestial.
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