miércoles, 25 de diciembre de 2019

La Teología de Joaquín de Fiore


1.      Vida
Me gustaría comenzar el presente estudio con aquellas palabras que Umberto Eco puso en boca del fraile Ubertino dirigidas al joven novicio Adso: “Joaquín de Fiore fue un gran profeta y fue el primero en comprender que la llegada de Francisco marcaría la renovación de la Iglesia. Pero los pseudoapóstoles utilizaron su doctrina para justificar las propias locuras”[1]. De esta forma me enmarcar el comienzo del trabajo que se va a poder observar como a lo largo de su vida y su pensamiento se fueron implicando asuntos y cuestiones cada vez más oscuros y en algunos casos casi heréticos.
Pocos son los datos biográficos con los que podemos contar de este autor, e incluso algunos de ellos son erráticos o se han ido alterando a través del tiempo. Si sabemos, con certeza, que nació en una familia rica siendo hijo de padre notario y, según parece, de ascendencia judía, por su conocimiento del latín y del griego podemos pensar en una educación de acuerdo con su condición social.
Hizo un viaje en peregrinación a Tierra Santa durante su juventud, tras el cual se hizo monje. En 1177 tenemos testimonio de que ya era abad del monasterio cisterciense de Corazzo, aunque a veces se retiraba a la casa madre de Casamri para estudiar.
Debido a sus ideas apocalípticas y su carácter profético abandonará el monasterio en 1191 y fundará San Giovanni en Fiore, cerca de Cosenza, que sería el centro de una congregación que comprendía más de treinta monasterios. Llevando una estricta vida ascética y siendo reputado como un gran profeta, fue grandemente respetado por potentados y papas, quienes le animaron en sus estudios bíblicos. Joaquín era muy leal al papado y exigió a los miembros de su orden no publicar escritos que él hubiera realizado sin que hubieran pasado el examen de la censura papal.
Murió en 1202, posiblemente en Fiore aunque no se sabe a ciencia cierta donde se produjo la muerte.

2.     Obras
Las tres obras que él consideraba más importantes son el Liber concordiae novi ac veteris testamenti, el Psalterium decem chordarum y la Expositio apocalypsis (también llamado Apocalypsis nova). Cabe señalar que sólo la primera estaba terminada y había sido sometida al examen de Roma cuando Joaquín escribía en 1200 su Epístola prologalis, que se considera su testamento espiritual.
Muchos escritos de menor importancia se unen a éstos, pero que cada uno de ellos merecería un comentario especial, pues muchas de las obras que se le han atribuido históricamente han sido después acusadas de habérselas atribuido con posterioridad. Tal es el caso de los comentarios de Isaías y Jeremías que le fueron atribuidos ya a mediados del siglo XIII pero que no son suyos y se diferencian de sus escritos auténticos, especialmente por su dura actitud hacia la Iglesia católica.

3.     Pensamiento
Hay que señalar que el viaje que realiza por el oriente, la Iglesia Ortodoxa y la Tierra Santa le impacta hasta el punto de continuar por su cuenta, el estudio de diversos doctores y espirituales griegos, los cuales conoció entonces y que habían reinterpretado la visión platónica de una evolución emanatista del mundo, en el interior de las grandes etapas del plan divino tal como lo revela la Escritura: Dios, en la expansión de su amor, entra en comunión con la humanidad según el despliegue de una historia en la que el progreso de su revelación se mide por una especie de reproducción terrenal de su vida interior en la trinidad de personas.
Joaquín de Fiore dará más volumen a las posibles ambigüedades de las visiones tradicionalistas de las llamadas visiones evangélicas, profetizando la tensión escatológica del reino de Dios en una disolución de sus elementos institucionales. Con una violenta interpretación alegórica de los textos, expondrá el peligro de no ver más que figuras provisionales no sólo en el Antiguo Testamento, en el que reinaba la paternidad de Dios, sino en el Nuevo, donde la encarnación del Hijo no era más que un episodio preparatorio de la venida del Espíritu, decisiva en último término. La Iglesia, institución y sacramento, desaparecía en ese evolucionismo trinitario.
La clave más importante de su pensamiento es una filosofía y teología aplicada sobre la historia. Joaquín divide la Historia en tres dispensaciones: la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo o con referencia a las tres clases principales en la Iglesia, los tiempos de la preponderancia de los casados, de los clérigos y de los monjes. El primer tiempo comenzó con Adán, el segundo con Juan el Bautista, comenzando la preparación del tercero con Benito de Nursia y desarrollándose con la orden cisterciense, anunciándose para 1260 la etapa final. El poder, los Parvuli de ecclesia latina, vendrá de la Iglesia de occidente, que él considera una orden monástica, el ordo justorum. Los escogidos en la Iglesia griega se unirán con la Iglesia católica, teniendo lugar la conversión de gentiles y judíos. Éste será el tiempo en el que, como está escrito, el Espíritu y la Vida saturarán la Iglesia; el tiempo del Evangelio eterno. Pero entonces tendrá lugar una última batalla contra el poder del mal, que aparecerá en la persona del último y peor Anticristo, en Gog. Tras esto vendrá el juicio final y se inaugurará el gran sábado de la consumación.
En la visión del abad calabrés, cada una de dichas épocas revela, en la historia, una nueva dimensión de la divinidad y, por ese hecho, permite un perfeccionamiento progresivo de la humanidad, que en la última fase desemboca en la libertad espiritual absoluta.
Para él, los monjes son las personas más importantes en la tierra porque son las primicias de los discípulos del Espíritu Santo. Mientras que a los laicos conviene el temor, y a los clérigos la inquietud por el prójimo, los monjes dirigen su mirada solo hacia Dios, ya que su profesión es amar perfectamente. De ahí resulta, para él, un juicio pesimista sobre los estados de vida no monásticos: el de los clérigos seculares (manchados muchas veces por la simonía, los vicios carnales y el orgullo) y sobre todo el de los laicos. El espectáculo de la conducta moral de unos y otros fue sin duda uno de los elementos determinantes de su visión desengañada del mundo presente. El de las herejías y cismas fue otro.
Gracias a esta visión se planteó una moral que tiende hacia la llegada de la era nueva. En el caso de los monjes, es defendible, a condición de comprender la era nueva en un sentido interior. Pero Joaquín va más lejos: se trata, para él, de la regeneración de toda la economía presente, incluidos los aspectos exteriores, públicos, eclesiales. De ahí que, en su opinión, en la medida en que los no monjes están destinados a entrar en esa era, su tarea es adoptar en el presente, del mejor modo posible, el estilo de la vida monástica. Pero lo malo fue que las visiones apocalípticas de Joaquín dejaron después de él gérmenes de confusión y de inquietud, cuyos efectos se hicieron notar sobre todo durante los siglos venideros. Lo cual condujo a un declive del pensamiento medieval y a la consumación de movimientos apocalípticos y mileniaristas.

4.     Influencias
Joaquín de Fiore, profeta autodidacta, inclinado a un misticismo extrañamente cerebral, ha sido objeto de los juicios más contrapuestos por parte ya de sus contemporáneos. Sin embargo, el interés por esa figura desconcertante se manifiesta en los innumerables estudios que aparecen sobre él a lo largo de la historia. Por un lado, no se puede evitar hablar de Joaquín en las obras generales que tratan del estudio de la Biblia y de su interpretación, o en los estudios sobre la historia del pensamiento medieval debido a la influencia que ha tenido sobre estos estudios. Una de las mejores contribuciones en esta línea y que ofrece una primera introducción de gran valor al pensamiento joaquinita es el amplio y curioso análisis que le dedicó De Lubac en su monumental y clásico estudio sobre la exégesis medieval.
Hay otro ámbito en el que Joaquín no cesa de ser estudiado: el de los historiadores de la marginalidad. Todo erudito que se interesa por el fenómeno de las herejías, desde la apocalíptica hasta el milenarismo, no puede dejar de encontrarse con Joaquín y su descendencia espiritual. Basta con citar los nombres de Benz, Grundmann, Hirsch-Reich y Reeves. Sólo hay que añadir que la conclusión de la obra de H. Mottu que se titula L'dge théologique de la Révolution, que recapitula todo el paciente trabajo de elucidación del pensamiento joaquinita sugiriendo resituarlo en el terreno de la exégesis monástica donde tiene sus raíces, con el fin de favorecer una lectura revolucionaria del Evangelio
Todas las ideas mileniaristas y místicas del autor fueron favorablemente recibidas. El siglo XIII estuvo más repleto que el siglo XII de las más extravagantes expectativas y los celosos franciscanos, que pensaban más en el ideal de la pobreza que la Iglesia oficial, no fueron los únicos en defenderlas. Aquí las ideas de Joaquín hallaron tierra abonada, recibiendo una interpretación y expansión que era contraria a su propio significado.
Gerhar de Borgo San Donnino fue el más extremista. Llegando a considerar que las tres principales obras de Joaquín, anteriormente citadas, estaban inspiradas y eran escritos canónicos, sobrepasando el Evangelium aeternum al Antiguo y Nuevo Testamento. Preparó una edición de la obra, acompañándola con glosas y una Introductorius in evangelium aeternum. Johannes Petrus Olivi y Ubertino de Casale (el cual es citado al principio de este trabajo en la obra del Nombre de la Rosa) y en general los espirituales de los franciscanos estuvieron bajo su influencia. Hubo seguidores suyos que se adhirieron al papa, habiendo huellas por toda la Edad Media de joaquinismo.
Algunos autores contemporáneos también se refieren a sus doctrinas como éstas palabras de Mircea Elíade:
“Fue una verdadera tragedia para el mundo occidental que las especulaciones profético-escatológicas de Joaquín de Flore, aun cuando inspiraron y fecundaron el pensamiento de un San Francisco de Asís, de un Dante, de un Savonarola, cayeran tan pronto en el vacío, sobreviviendo el nombre del monje calabrés tan solo para cubrir una multitud de escritos apócrifos. La inminencia de la libertad espiritual no solo con relación a los dogmas, sino también respecto de la sociedad (libertad que Joaquín concebía como una necesidad a la vez de la dialéctica divina y de la dialéctica histórica), fue profesada de nuevo, posteriormente, por las ideologías de la Reforma y del Renacimiento, pero en términos muy distintos y siguiendo otras perspectivas espirituales.”[2]
Por último, me gustaría concluir este trabajo y especialmente el apartado de influencias posteriores al autor con la cita a Henri de Lubac que en su obra La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore observa las metamorfosis y los avatares de una idea surgida también en los confines de los siglos XII y XIII y que promovió tanto el abad de Fiore: la de una Iglesia del Espíritu más allá de la de Cristo, es decir, la de una Iglesia sin dogmas, sin sacramentos, sin instituciones. De este modo aborda el origen histórico y espiritual de una fatal desviación del pensamiento occidental que tiende a separar al Espíritu Santo del Hijo de Dios encarnado, arrancando así la realidad espiritual a la historia antes de imponer a la historia la ley de un espíritu dominador. A donde se debe conducir la Iglesia, o por lo menos dejarse impulsar por ese Espíritu Santo que tantas veces olvidamos en su presencia.[3]


Bibliografía:
-         DE LUBAC, H.: Catolicismo. Aspectos sociales del dogma. Ediciones encuentro, 1988.
-         ECO, U. El nombre de la rosa, Editorial Lumen, 1992.
-         ELÍADE, M.: El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición. Editorial Libera tus libros, 2009.
-         GARAVASSO, P.: Joaquín de Fiore (Voz) in «Audi, R. (Ed.): Diccionario de Filosofía». Akal ediciones, 2004.
-         ILLANES, J.L. et SARANYANA, J.I..: Historia de la teología. BAC, 1995.
-         LLORCA, B. et GARCÍA VILLOSLADA, R. et MONTALBAN, F.J.: Historia de la Iglesia Católica. Tomo II: Edad Media (800-1303). BAC, 1958.
-         VILANOVA, E.: Historia de la teología cristiana, Tomo I: De los orígenes al siglo XV. Herder, 1987.


[1] ECO,  184
[2] ELÍADE, 88-89
[3] DE LUBAC, 12

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