jueves, 8 de marzo de 2012

Comentario sobre: ¿De quién es la Ciudadanía?

La autora de este artículo publicado por la fundación FAES (fundación para el análisis y los estudios sociales) es la filósofa Rosa María Rodríguez Magda. Esta autora es una gran crítica y pensadora de las teorías contemporáneas, que ha escrito mucho sobre el pensamiento contemporáneo y las visiones del feminismo, como concepción filosófica.

Ante la pregunta del texto la autora intenta despejar a través de un análisis pormenorizado de corrientes de pensamiento y filosofía a lo largo de la historia contemporánea sobre el concepto de ciudadanía. Y aunque no utiliza esa palabra en todo el texto, me ha parecido vislumbrar que lo que se pone en jaque, en tela de juicio, es en realidad la soberanía. La soberanía entendida como forma de poder que se ejerce en un territorio delimitado sobre una población.

Me parece que el tema que la autora saca a debate es el de la soberanía porque en realidad a la pregunta ¿de quien es la ciudadanía?, la respuesta es del poder. De ahí que se saque a debate por Rosa María todos los conceptos de poderes que se han dado en los últimos tiempos: liberalismo, socialdemocracia, república, comunitarismo, fascismo, democracia,…. Todos ellos tienen sus fallos y sus beneficios, pero no por eso debemos estigmatizarlos o elevarlos a la máxima categoría. Cosa esta que si realizan los partidos y fracciones políticas.

Al final parece ser que todo el mundo comparte que la ciudadanía es libre de organizarse y autoproclamarse bajo la organización que tuviera a bien otorgarse. Sin embargo seguimos a día de hoy sin querer afrontar realidades como que un país se divida en dos o varios, o que el régimen político pueda cambiar. Esto se debe, como bien se indica en el texto, a que nuestra lógica occidental nos invita a creer en el pluralismo político de un territorio, pero no podemos aceptar que en este mismo territorio pueda existir un multiculturalismo.

Los españoles tan acostumbrados a nuestra visión de las dos Españas contrapuestas e irreconciliables, tenemos que seguir creyendo que esto debe ser así. Hay que ser de izquierda o de derecha, monárquico o republicano, liberal o socialdemócrata; estas diferenciaciones bipartidistas no se quedan solo en la política sino que se transfieren a otros ámbitos de la vida social y cultural española. El mejor ejemplo de esas dos Españas que han de vivir enfrentadas la encontramos en mi ciudad de residencia: Sevilla, donde siempre te darán a elegir en que bando te encuentras: del Sevilla o del Betis (terreno deportivo), de la feria o de la semana santa (terreno festivo), de la Macarena o de la Trianera (terreno religioso), de Sevilla o de Triana (terreno geográfico),… Pero en Sevilla como en España siempre hay que elegir, no hay cabida a lo que la autora habla de las opciones híbridas.

Esas opciones que salen del propio debate entre dos formas que nos impulsan a ver el abanico de colores que existe en la diversidad humana. Esas que escapan de los conceptos academicistas y que nos llevan a un horizonte en el que todo no es opción 1 frente a opción 2, sino que se impulsan las opciones hacia una variedad infinita de posibilidades, tantas como personas haya. Pero eso no puede ser, porque de esa ilustrada y bonita comparativa entre las fuerzas maniqueas de lo mio es bueno y lo tuyo malo, puede que surjan terceras y cuartas fuerzas que rompan el maniqueísmo existente desde los tiempos de San Agustín.

El poder en definitiva solo busca llevarse a la ciudadanía y una vez que la ha conseguido, esta pierde su poder que le ha sido otorgada al estado. La pierde en pro de la defensa de unas libertades y unas garantías que casi nunca coinciden con el verdadero interés de sus legítimos dueños. Pero da igual porque ya se encargará el propio poder de otorgar los mecanismos suficientes para que sus poseídos, que a la vez son desposeídos de su soberanía, se sientan partícipes de la historia y del sistema.

Pero todo principio tiene un fin, y como se apunta en el texto el pluralismo que nuestras democracias han creado, está dando paso a un multiculturalismo que amenaza con acabar con ese poder. Porque en el pluralismo político se encierran muchas ideas que todas ellas pueden ser resumidas en la concepción izquierda-derecha, pero en el multiculturalismo entran elementos que no son controlables por una dicotomía política: elementos sociales, culturales, religiosos, históricos, linguisticos, etc. Un pluralismo político no daría respuesta a los problemas que surgen de una multiculturalidad en un territorio, esto al final desemboca siempre en una lucha fratricida, en una disputa por el control del gobierno por parte de las culturas dentro del territorio, por el fin del Estado como se conoce en ese momento o por la división del territorio en varios Estados-nación que no existían como tales pero cuyas naciones se empezaban a fraguar ya con el multiculturalismo.

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