martes, 5 de agosto de 2025

¿Por qué se persiguió el Cristianismo en los primeros momentos?

 

En primer lugar habría que afirmar que frente a lo que se ha venido pensando, la historiografía moderna ha arrojado luz al tema de las persecuciones contra los cristianos. Se creía que hasta el edicto de Tolerancia (313), los cristianos habían estado sistemáticamente perseguidos, y en muchos casos condenados a torturas y muertes, por profesar su fe. A día de hoy, y como afirman, entre otros, el profesor Ramón Teja[1], son muchas las causas que explican las persecuciones a los cristianos. Pero éstas no fueron un fenómeno continuado en el tiempo y homogéneo en todos los lugares, sino que se trataron de persecuciones puntuales en momentos y territorios concretos a lo largo de los primeros siglos. No por una sola causa sino por diversos motivos.

Por tanto, las persecuciones fueron un fenómeno esporádico y disperso. No se las puede considerar un fenómeno generalizado y continuo durante los cuatro primeros siglos de nuestra era, que era lo que la historiografía cristiana, con autores como Tertuliano, quiso hacer pensar. Pero sí que existieron unos períodos más intensos de persecuciones contra los cristianos, con decretos generales de persecución contra los mismos, durante la segunda mitad del siglo III con los emperadores Decio y Valeriano y a comienzos del IV con Diocleciano.

Entre las causas que desataron estas persecuciones, tanto las esporádicas como las generales, se puede esgrimir un sentimiento anticristiano en muchas bases populares, unas veces auspiciadas por gobernadores en busca de “chivos expiatorios”, ante dificultades en sus gobiernos, y en otras ocasiones alentadas por actitudes cristianas que se entendían impías o incívicas para la sociedad romana.

Las causas que se fueron esgrimiendo en estas persecuciones no eran únicas, pero sí hay una principal. Los cristianos eran acusados de impiedad, porque se negaban a dar culto a la imagen del emperador, que era una de las bases de la religión y cultura romanas, pues este culto servía de cohesión a los súbditos de todo el Imperio. Pero los cristianos afirmaban no poder tributarle honores de deidad a un hombre mortal, lo que suponía un acto de impiedad para los romanos.

También se les acusó, en muchos casos, de ser desleales con el Imperio, o malos ciudadanos, puesto que despreciaban ciertas prácticas cívicas romanas; como por ejemplo, la asistencia a ciertos espectáculos, el rechazo a cargos públicos o el no cumplimiento del servicio militar. Estas prácticas tan importantes para el ciudadano romano, al no ser cumplimentadas por los cristianos hizo que se extendiera un sentimiento generalizado de que eran malos ciudadanos del Imperio. Se les acusaba de incívicos.

Por último, los cristianos también fueron perseguidos por considerar que realizaban prácticas inmorales. Debido a que se reunían en las casas y su culto no era en lugares público, comenzaron a circular rumores de que practicaban rituales con niños y que tenían reuniones ocultas, en las que conspiraban contra el poder romano. Así mismo, el rito de la comunión se entendió como una antropofagia, puesto que se comían a su salvador. Mientras que al llamarse entre sí hermanos, tras el bautismo, también se les consideró incestuosos pues se casaban entre “hermanos”.

Luego las principales causas de la persecución contra los cristianos podrían resumirse en un sentimiento de impiedad hacia la figura del emperador, y por tanto como un desprecio hacia todo el imperio, se les llegó a considerar ateos. También hay una comprensión de los cristianos como personas incívicas, que no participaban de las prácticas culturales romanas; y por otro lado, se les consideró inmorales por mal entender sus prácticas religiosas.



[1] Teja, R. El cristianismo primitivo en la sociedad romana. P. 29-30

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