Sección primera: La Eucaristía antes de
los libros litúrgicos
1.
De la
cena a la misa
Para comenzar la reflexión es bueno ver donde se sitúa en el
Nuevo Testamento la institución de la Eucaristía. Para ello tenemos que el
texto más antiguo que existe es la carta de san Pablo a los Corintios, escrita
en el año 55 y donde habla de un rito, práctica que se ha deformado en esta
comunidad fundada por él. De igual modo, los sinópticos hablan también de la
institución, pues el relato de Juan hace una interpretación diferente. Pero de
los tres sinópticos, el más cercano a Pablo es el de Lucas, que además cumple
con el ritualismo pascual judío. Gracias a estos testimonios observamos la
importancia de cuatro verbos, que han dado lugar a los momentos claves de la celebración: Tomó
(ofrendas), dio gracias (plegaria eucarística), partió (fracción del pan) y dio
(comunión).
Cabe señalar que existen testimonios en la Escritura, como
los discípulos de Emaús, en el que vemos que desde el principio la celebración
de la Eucaristía llevaba aparejada la explicación y lectura de las Escrituras.
Hay una continuidad y actualización del Antiguo Testamento desde el acontecimiento
de Jesús.
Los testimonios de la misa fuera de las Escrituras la
encontramos en el año 112 por Plinio el Joven que presenta al emperador Trajano
una consulta sobre el proceder de los neocristianos con referencia a sus
celebraciones. También en la literatura cristiana tenemos la “Didajé” y el modo
de celebrar que presenta Ignacio de Antioquía.
Cabe señalar un hecho insólito y es que ya en la “apología
primera” de san Justino, obra dedicada al emperador Antonino Pio (138-161), ya
aparece un esquema de la misa muy similar al actual: la reunión, la liturgia de
la Palabra, las lecturas, recibe las ofrendas y hace la plegaria eucarística.
La asamblea eucarística se convierte en el signo de la
Iglesia naciente. Es el vínculo que sirve para unir a todos los cristianos del
mundo en una celebración que constaba de una primera parte heredada de la
reunión sinagogal judía y una segunda parte que imitaba la cena del señor. Esto
se puede ver en el “Discurso a Diogneto” donde se presenta que los cristianos y
viven y actúan como cualquier ciudadano, pero que el signo que les diferencia
es la asamblea eucarística y la institución del primer día de la semana
dedicado al Señor (Domingo-día del sol pagano)
2.
De la
“bendición” judía a la plegaria eucarística cristiana
Partiendo de la tradición judía relativa a los banquetes
vemos como consistían estas en una serie de gestos ante la copa y la fracción
del pan que comenzaban con una alabanza a Dios, pero que continuaba
transformándose en una súplica para que la obra evocada se llevara a su
cumplimiento. Parece ser que Jesús, como buen judío, siguió este esquema pero
añadiendo de su propia cosecha palabras y fórmulas que se podía hacer al no ser
formulas rígidas de recitación.
En la plegaria que encontramos en la “Didajé” vemos que las
acciones de gracia son las herederas primeras de estas alabanzas y suplicas. La
celebración eucarística pasa pronto a ser una acción, la plegaria se convierte
en acción, y como tal en participación de los fieles en la misa.
En el año 225 se data una obra de Hipólito de Roma, llamada
la “Tradición apostólica”, en la cual se presenta la primera plegaria
eucarística parecida a las nuestras. En ésta plegaria escrita originalmente en
griego, pero que solo nos ha llegado por medio de traducciones, podemos
observar 6 partes: la expresión de la acción de gracias, el relato de la
institución, el memorial (anamnesis) con la ofrenda, la invocación de los
frutos del sacrificio sobre los comulgantes, la doxología y el amén.
Pero no solo contamos con el testimonio romano de Hipólito,
sino que también hay una antigua anáfora siríaca en la que se presenta un
formulario eucarístico. Posee una acción de gracias muy elaborada y compleja
con añadidos muy importantes. Pero sin embargo carece del relato de la
institución de la eucaristía, pero si hay un recuerdo, anamnesis, del
acontecimiento como asamblea al modo de Marcos y Mateo. Así mismo la invocación
de los frutos del sacrificio sobre los comulgantes tiene la particularidad de
poseer la oblación que debería haber aparecido antes y además cuenta con la
obra del Espíritu invocada sobre las ofrendas.
En conclusión podría decirse que en el origen las
eucaristías poseían distintas plegarias de acción de gracia. Pero después se
empiezan a unificar siguiendo la costumbre ritual judía en un esquema bipartito
de acción de gracias-petición. Así como la introducción de ceremoniales propios
de las sinagogas judías. Se convierte la cena del Señor en una conmemoración y
actualización del misterio que conmemora. Y por último, la súplica adquiere un
papel sacramental.
3.
De la
casa a la basílica
La misa del domingo se celebraba en una casa como se puede
ver en Hch. 20, 7-8.11. Se trata de una asamblea de toda la Iglesia.
Sin embargo lo de la misa en los cementerios es un mito. La
eucaristía en esta época es siempre un acto de la asamblea, por lo que es
difícil concebirla en un espacio subterráneo reducido. A veces se celebraba en
lugares de enterramiento como culto a los difuntos, y no en domingo.
La “casa del pueblo de Dios”. El día del Señor es el día de
la asamblea. Se acoge al forastero, se recibe al pobre, contrastando con las
divisiones de la sociedad. En el s. III, coincidiendo con el cambio de tercio
que efectúa el Edicto de Milán del 313 en el que los cristianos no tienen que
esconderse, se comienzan a realizar construcciones pensadas para lugares de
reunión tomando como modelo las basílicas: forma rectangular, tres o cinco
naves, cubiertas por un techo de armazón.
Sección
segunda: La creación de los formularios y la organización de los ritos desde el
siglo IV hasta el siglo VIII
Nos encontramos en un espacio más amplio en el que las
asambleas han crecido con el fin de las persecuciones. Las oraciones comienzan
a ponerse por escrito y a circular de una comunidad a otra. Los obispos
componen y adaptan los formularios para su iglesia., difundidos en forma de libelli.
Los Sacramentarios y Ordines.
Los sacramentarios son libros litúrgicos que contienen oraciones presidenciales.
Siguen el año litúrgico. Hay dos tradiciones: la gregoriana y la gelasiana. Los
ordines son guías que describen las ceremonias. Aparece también otro género que
explica de forma alegórica los ritos de la misa. La participación del pueblo. Es
una realidad importante en este período y en los siglos posteriores.
1.
Los
ritos de entrada
La entrada del
presidente y su saludo a la asamblea. El celebrante hace su entrada (s.IV), se
venera el altar mediante el beso del obispo, prosternación en un reclinatorio
con unos momentos de recogimiento. Saludo del presidente y respuesta de la
asamblea. No hay canto de entrada, la liturgia de la palabra empieza
inmediatamente después del saludo.
Pero hay una
evolución de los ritos de entrada en la liturgia romana a lo largo de los
siglos. Por ejemplo:
-
El canto de entrada: Data de fines del
s. VII-VIII. Comienza con la entrada de los ministros. Introduce en la fiesta o
tiempo litúrgico.
-
La oración.: Constituye la conclusión de
los ritos de entrada.
-
El Kyrie eleison.: En el s. VIII se fija
su número en tres Kyrie y tres Christe.
-
El Gloria in excelsis Deo: Introducido
en la misa romana de Navidad a principios del s. VI, se hizo común durante el
s. VIII.
A estos cambios de los ritos de entrada hay que
añadir a su vez una evolución de los ritos de entrada en las demás liturgias de
Occidente, no solo a la romana. El autor a este respecto cita las siguientes:
-
En la liturgia ambrosiana: El canto de
entrada se llama Ingressa. El Gloria precede a un triple Kyrie. Oratio super populum.
-
En
las liturgias de la Galia e Hispania: Se añaden al principio unas antífonas
y cantos que engloban el comienzo de la ceremonia litúrgica.
En las iglesias orientales se observan a su vez
la siguiente evolución de los ritos de entrada:
-
El Trisagion y el tropario Ό Μονογενηής:
Es la pieza más antigua del principio de la liturgia. Este himno tuvo gran
fortuna en todas las Iglesias de Oriente.
-
En la oración: Entre los dos cantos se
inserta una fórmula especial que es diferente de las colectas romanas. Va
precedida de una breve letanía.
2. La liturgia de la Palabra
Durante cerca de tres siglos se hace lectio
continua de la Biblia. Se comienzan a tomar lecturas diversas y se comienza a
terminar con el Evangelio.
Pero una vez constituido el año litúrgico se
deja de hacer lectio divina continuada y se toman pasajes seleccionados para la
fiesta celebrada. Se hacen guías de lectura con notas marginales o listas al
principio o final del volumen. El lector se sitúa en un lugar elevado y
visible.
Para la proclamación de las Escrituras. Hay que
diferenciar por un lado las lecturas no evangélicas, se hacen más de dos
lecturas (Ley, Profetas, Epístolas, Hechos). Son dos lecturas de cada
Testamento. Las hace el lector o uno de los fieles. Por otro lado está el salmo
responsorial. El salmo se hace cantado en forma responsorial. Lo canta el
lector o diácono. Y por último la proclamación del evangelio que se hace el
canto repetitivo del Alleluia con una salmodia que da carácter pascual. Se hace
procesión del evangelio como signo de la presencia de Cristo. En principio la
lectura la hacía el lector, después al diácono, presbítero o presidente. Se
venera el libro con el beso.
Después la palabra de Dios se actualiza, se la
hace presente en un hoy. Para ello se
realiza la distribución de la Biblia en la liturgia. Para cada día se propone
un pasaje determinado. Es una forma de releer la Biblia y de actualizar el
mensaje. Se realiza la homilía, como el modo de expresar el hoy de la Palabra.
La realiza el obispo, presbítero o diácono, sobre la Escritura, signos
sacramentales, Credo o Padrenuestro.
Posteriormente se pasa de la palabra al
sacramento. La liturgia de la Palabra se orienta a la celebración del
sacramento. Se hace analogía de las “dos mesas”, signos eficaces de la gracia.
3. La oración universal
La oración universal comenzaba con el despido
de los catecúmenos. La oración universal era prerrogativa de los fieles. Los
catecúmenos abandonan la asamblea al final de la liturgia de la palabra pues al
no estar aún bautizados no se les consideraba miembros de la asamblea de los
fieles.
La oración universal en Oriente adopta la forma
de una letanía de intenciones diaconal que parece que ya está constituida de
formularios fijos a fines del s. IV y viene ritmada por una respuesta del
pueblo dirigida a Cristo.
Sin embargo, en la oración universal en África,
atestiguada en el año 200. El presidente proponía unas intenciones y el pueblo
respondía Amén. La formulación no
está fijada.
En la oración universal de Roma, podemos
distinguir: Las “orationes solemnes” que son invitatorios seguidos de silencio
y oración de súplica que da paso al Amén de los fieles; La “deprecatio gelasii”
inspirada en los textos latinos; y la oración universal y el Kyrie. Aparece el
Kyrie al principio de la misa y se suprime la oración universal.
La oración universal en la Galia está
atestiguada en el s. VI. No sabemos de qué modo se hacía. Y en Hispania,
ignoramos como se hacía y qué ministro las proponía. Pero sabemos que las
“orationes paschales” están en los sacramentarios hispánicos y galicanos
incluyendo en la vigilia pascual unos formularios que se presentan a la manera
de la antigua plegaria romana.
Como conclusión, podemos afirmar que la oración
universal es el final de la liturgia de la Palabra. Presenta a Dios los gritos
de llamada y esperanza de la humanidad.
4. La preparación de los dones
La preparación de los dones en la Eucaristía
consiste en poner sobre el altar el pan y el vino a lo que se añaden otros
elementos. Sobre la aportación del pan y el vino por los fieles, sabemos que
desde el s. II se solemniza y se introducen elementos nuevos que los fieles
aportan de sus propias mesas. La procesión de las ofrendas en cada región se
realiza de una forma.
En cuanto a la significación de la ofrenda.
Vemos que las intenciones de los oferentes se producían con la “lectura de los
nombres”. Los fieles participan en los frutos de la eucaristía aportando el pan
y el vino. Se leen los nombres de los oferentes para encomendarlos al Señor.
Esto se debe a que se entiende como una participación del pueblo sacerdotal. El
pan y el vino son una expresión del sacerdocio común de los fieles.
Toda la ofrenda se transforma en un compartir
fraternal. En la asamblea dominical, los cristianos lo comparten todo:
“comunión fraterna”. Se distinguen las ofrendas de las que van a ser
consagradas. Posteriormente se produce la oración sobre las ofrendas. Es la
oración del sacerdote sobre las ofrendas, cumplimiento de lo prescrito por el
Señor y reciben el fruto del sacramento.
5. La plegaria eucarística
La plegaria eucarística goza de una intensa
creatividad. De hecho en las Iglesias de Occidente, por ejemplo en Roma, sólo
conoce un único formulario de plegaria eucarística, aunque admite prefacios o
cláusulas variables después de san Gregorio (590-604). Así mismo, las diversas
denominaciones de la plegaria eucarística que se conoce también como: illatio, oratio oblationis, canon, prex.
Esta plegaria comienza con un diálogo
introductorio. La plegaria eucarística es precedida de un diálogo entre el
presidente y la asamblea. El presidente invita luego a una actitud espiritual
que prepare la eucaristía y a hacer la acción de gracias, cumbre de todo el
diálogo.
La expresión de la acción de gracias: “Es digno
y justo darte gracias”. El mismo Dios en su grandeza y misericordia, así como
las “maravillas del Señor” realizadas a lo largo de la historia de la
salvación, son motivos que suscitan la acción de gracias. Se evocan la creación
de los elementos y la del hombre, luego el cumplimiento de esta obra en la
Encarnación, preparada por las promesas después de la caída.
En el recitativo del “¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
El Señor…”. Parece que no pertenece la
forma primitiva de la plegaria eucarística. Sacado de una visión inaugural de
Isaías (Is 6,3), pertenece a la liturgia de la Sinagoga. Quizá de ahí pasó a
las anáforas. Atestiguado desde el tercer cuarto del s. IV en casi todas las
Iglesias orientales y en algunas de occidente. A la cita de Isaías se añade una
aclamación sacada del Evangelio: “¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor!” “Hosanna en las alturas” (Mt 21,9),
(Sal 117,26).
Posterior a este, se produce el relato de la
institución, el “memorial” y la ofrenda. Cada uno de ellos con una
singularidad:
-
El relato de la institución de la
eucaristía. Surge de una tradición
independiente de la Escritura. El carácter propio se refleja en dos
particularidades: el relato se integra en la plegaria y continúa dirigiéndose a
Dios; y hallamos detalles que hay que buscar en otros lugares. La evocación de la cena empieza siempre con
una alusión a la muerte de Cristo y termina con el mandato del Señor de hacerlo
en su memoria.
-
La anamnesis (Memorial). El objeto del
memorial es el misterio pascual. Lo que se presenta al Padre son el “pan de
vida eterna y el cáliz de eterna salvación” actualizándose en el hoy de la
Iglesia que celebra.
-
Por último la invocación de los frutos
de la eucaristía sobre los comulgantes y
la epíclesis. Es la petición de la intervención divina sobre las ofrendas.
Las plegarias de intercesión no pertenecen a la
estructura antigua. Se introducen después de ordenar los elementos de la
anáfora. Encomiendan a Dios a quienes han traído el pan y el vino y expresan
comunión eclesial, nombrando al obispo del lugar y al Romano Pontífice.
La doxología final y el Amen de la asamblea.
Todas las anáforas concluyen con una fórmula trinitaria de tono cristológico.
La conclusión introduce en todas partes la participación de los fieles,
manifestación del sacerdocio bautismal que se une a la acción eucarística.
6. La comunión
Por último a este respecto nos encontramos con el rito de la
comunión La celebración llega a su culmen con la comunión en el cuerpo y sangre
de Cristo. Para ello hay una preparación privilegiada para la comunión con el
rezo del Padrenuestro.
La fracción del pan se produce con el “pan partido” y el
“Cordero de Dios”.
Este gesto de Cristo se perpetuó en la liturgia. Exigido
para distribuir la comunión. Se desarrolla durante el canto del “Agnus dei”,
añadiéndosele el simbolismo del Cordero inmolado de la Pascua.
Después el cuerpo y sangre reunidos en el cáliz. Para lo
cual hay que poner en el cáliz un trozo de pan consagrado. Este gesto tiene
diversas significaciones:
-
El
fermentum. Manifiesta la unidad de la comunidad cristiana.
-
Los sancta.
Parte del pan consagrado que se conservaba para los moribundos es puesto en el
cáliz.
-
Un
signo de resurrección. Presentar por separado el cuerpo y la sangre es evocar
la muerte. Para significar que el Señor está vivo se mezclan.
-
El
“calor ferviente de una fe llena del Espíritu”.
El rito del beso de la paz tiene lugar o bien antes de la
comunión o bien en el momento en el que las ofrendas han sido colocadas en el
altar. Al principio de la liturgia eucarística, los fieles son invitados a
saludarse mutuamente antes de la preparación de los dones, después de la
oración universal. Pero antes de la comunión la paz de da después del canon
como sello que señala su conclusión.
Se produce tras la paz la bendición de los fieles y la
presentación del santísimo sacramento. Una bendición de los fieles antes de la
comunión que indica normalmente el fin de la celebración. Al aparecer la
costumbre de no acercarse a la mesa del Señor, se dejaba marchar a los que no
comulgaban. Después se repartía “las cosas santas a los santos”. Aunque en las
Iglesias de Occidente no hallamos ninguna mención a tal rito. Quizá se
utilizaba en ciertas comunidades.
En los ritos de comunión encontramos las siguientes partes:
“El cuerpo… la sangre de Cristo-Amén”. Una profesión de fe
en la que cada fiel confiesa su fe y las
dos especies que siempre se ofrecieron pan y vino como alimento para el camino
y cáliz de la Alianza respectivamente.
“El obispo, los presbíteros, los diáconos y todo el pueblo”.
La presencia del Señor supone la mediación de un ministerio confiado a
determinadas personas. Hay una jerarquía de orden sacramental.
“Con respeto, en adoración…”. Para recibir la comunión se
adelantaban a la entrada del santuario con gestos devocionales. Todo acompañado
del canto de comunión. Se canta un salmo.
Por último, los ritos de conclusión. Por un lado con cantos
después de la comunión. La disminución de la comunión hizo que se confundieran
los cantos de la procesión de los fieles al altar para comulgar con los
posteriores. La oración. En la liturgia romana, los sacramentarios incluyen una
oración después de la comunión que implora los efectos de la eucaristía. Y la
bendición con la despedida. El diácono anuncia la disolución de la asamblea
precedida por una bendición del celebrante.
Sección tercera: Evolución y adaptación
de la liturgia de la misa desde el siglo VIII hasta el Concilio Vaticano II
1. La misa en la edad media (siglos VIII-XV). Nuevas
perspectivas
Se produce en esta época una expansión de la
misa romana; aunque desde antes de la época carolingia la liturgia de la Sede
Apostólica había ejercido influjo. Se produce de diferente forma según el
lugar.
La introducción de la misa romana en la Galia,
se produce por una imperiosa necesidad de reforma que se deja sentir en la
Galia al final del período merovingio. En el s. VII, iniciativas privadas hacen
venir unos sacramentarios romanos que son utilizados ampliamente para completar
los libros locales. Carlomagno contempla una solución radical: obtiene del papa
Adriano I un ejemplar del Sacramentario
gregoriano del que hace copias. Hay
una rápida difusión de la nueva liturgia.
En Hispania la introducción de la misa romana
se produce por la adopción del rito carolingio que se hizo de forma original,
mezclándose con los usos antiguos que seguían vigentes.
Por ello hay que identificar lo que aportó la
llamada misa romano-franca (siglos IX-X). Por ejemplo en el canto litúrgico, el
antifonario gregoriano se transmite a partir del s. VIII por unos manuscritos
sin notación musical. Las salmodias de la misa se toman de antífonas que
dejaban poco espacio a los versículos. Estos cantos constituyen una evolución
de las piezas del repertorio gregoriano.
Las oraciones privadas del celebrante y de sus ministros.
Las oraciones del celebrante se llaman apologías (acusaciones, confesiones)
destinadas a humillarse y purificarse antes de acercarse al altar y durante la
celebración de la misa.
El credo pasó a formar parte de la liturgia del
bautismo a la misa durante las luchas contra el arrianismo. Fue necesaria la
controversia adopcionista para que se introdujera el Símbolo de Constantinopla
después de la liturgia de la Palabra.
El pan ácimo se generalizó en Occidente en el
s. XI. Desde entonces los teólogos condenarán el pan fermentado.
El canon en voz baja y la “secreta”. La
liturgia del país franco, en la segunda mitad del s. IX añade “en voz baja”. Se
sitúa después del Sanctus. Afecta también a otras oraciones. Puede que
comenzase a imponerse también en Roma.
Además hay unas adaptaciones del canon romano.
La plegaria eucarística va a recibir añadidos. Al comienzo del canon se designa
a los obispos al pasar de Roma a las demás Iglesias. En la oración sobre las
ofrendas se insiste en aquellos por los que se ruega. La anamnesis se reduce y
se añade un memento de difuntos.
También hay una transformación de los ritos de
comunión. Al mismo tiempo que se introduce el pan ácimo se introduce la
costumbre de comulgar en la boca. La comunión en el cáliz por intención es
reprobada por el Concilio de Braga del 675.
Surge a su vez la devoción medieval (siglos
XI-XIII). Lo que dará lugar al “misal plenario” y las misas privadas. Los
primeros ejemplares del “Misal plenario” aparecen durante el siglo XI. Es un
volumen en el que los textos de los cantos, lecturas y oraciones figuran a
continuación unos de otros en el orden de su utilización y según la ordenación
de los ritos de la Misa. La Misa privada está
regularizada por la existencia de los misales, que se generalizan alrededor del
año 1200, llegando incluso a contaminar
la Misa pública.
También se introduce el rito de la elevación durante
los primeros años del siglo XIII, aparece el uso de la elevación de la hostia
después de la consagración. Se comulga muy poco pero se tiene gran deseo de ver
el sacramento del cuerpo de Cristo. La
elevación del pan se extiende con rapidez por todo Occidente; la del cáliz no
aparece hasta el último cuarto del siglo.
En la comunión de los fieles surgen dos consecuencias
litúrgicas que van a cambiar la forma de celebración:
-
La
rarefacción de las comuniones: los
laicos se acercan muy raras veces a la comunión; incluso algunos autores
pretendieron que la comunión del sacerdote valiese para toda la asamblea
quedando así éstos dispensados de acercarse al sacramento.
-
El
abandono de la comunión en el cáliz: la
costumbre de retirar el cáliz a los fieles se
desarrolló poco a poco en el siglo XIII. A partir de dicha
época la comunión bajo una sola especie se generalizó rápidamente.
Poco a poco se va a producir un declive de la
participación de los fieles. Porque los fieles que participan en la misa se van
convirtiendo poco a poco en asistentes pasivos, cuya presencia ni se menciona
en los libros litúrgicos.
En cuanto a los tratados se volverán más
didácticos y aparecerán las primeras rúbricas. Estos tratados se apoyarán en los
comentarios alegóricos. Se añaden una serie de interpretaciones extrínsecas
conocidas como alegorías durante toda la Edad Media conocidos como Exposiciones misae. Son libros de meditación para los fieles.
En cuanto a las rúbricas de la misa. Los
ceremonieros romanos, durante los ss. XII y XIII redactan ordines, verdaderos
costumbrarios de la misas y el año litúrgico. En lo esencial todo el mundo
utiliza la misma liturgia. Hay espacios de libertad en los que se pueden
introducir oraciones privadas. En el s. XIII cada diócesis estableció sus
propias costumbres. Las órdenes mendicantes, por comodidad, tendrán una
práctica común que dará lugar a cierta preocupación por la unidad.
Hay una evolución de la misa en las Iglesias de
Oriente. Esta evolución afectará algunos elementos como por ejemplo el
santuario y la nave. En el s. VIII hallamos la denominación de “santo de los
santos” para calificar el espacio que rodea al altar, sólo accesible a los
sacerdotes, mientras que el pueblo permanece fuera de las rejas (canceles).
La preparación de la oblata también cambia, ya
que en los orientales han permanecido fieles al pan fermentado, pero en
occidente se abandona por el pan ácimo.
El credo apareció primero en Oriente. Respuesta
a la palabra de Dios en Occidente, purificación de fe antes de la celebración
de los misterios en Oriente, quiere manifestar la comunión de todas las
Iglesias.
Se produce el silencio de la plegaria
eucarística. Tendencia a decir en voz baja la plegaria eucarística aparece
pronto en ciertas Iglesias. Hay también
una confrontación entre si la eucaristía se realiza por medio del relato de la
institución o por medio de la epíclesis.
Por último, el autor cita las alegorías. Construidas
alrededor de un simbolismo fundamental: la “divina liturgia”; todo el universo
queda transfigurado por el Espíritu Santo. Todos los ritos de la misa son
comentados desde esta perspectiva alegórica.
2. Los orígenes medievales del ordo missae de 1570
Existen unos ritos iniciales que comienzan a
poner en práctica comenzando con la praeparatio ad missam, preparación personal
que se integra en el Ordo missae. Esta es el inicio de la celebración litúrgica
que se compone de oraciones para revestirse. Las oraciones para revestirse
tienen una significación alegórica con diferentes formularios para el obispo y
el presbítero.
Una vez preparado el sacerdote, y revestido
para la celebración, se inicia la misa con la procesión de entrada y una serie
de oraciones que se realizan al pie del altar. Cuando la misa es
cantada, empieza por el salmo de Introito.
Los celebrantes, en el desplazamiento dicen unas oraciones en forma de Confiteor, que conlleva el
reconocimiento del pecado y la petición de intercesión por los hermanos. Las
oraciones prosiguen al pie del altar. Mientras sube las gradas, el sacerdote
va recitando en voz baja una o varias oraciones que preceden al beso del altar.
En las Misas solemnes tiene lugar entonces la primera incensación, con la
fórmula de bendición del incienso.
Después se producen los cantos y las oraciones
presidenciales, para las cuales el misal se coloca en el lado
situado hacia el sur, el celebrante lee el Introito,
y después de los Kyrie, el Gloria si hay, y el saludo, se proclaman
las Colectas.
Se da paso a la liturgia de la Palabra, en la
cual se leerán las lecturas. Las lecturas se leen en el mismo lado pero el
Evangelio en el lado norte. La Palabra de Dios se proclama en una lengua
extraña para el pueblo, por lo que están más pendientes de la proclamación que
del contenido. Se producen cantos como el gradual, el aleluya y el tracto,
algunas veces la secuencia, que sirven para englobar la liturgia de la Palabra.
Sin embargo la predicación tiende a desligarse de la liturgia,
tratándose en la mayoría de las ocasiones, no de una homilía sino de una
exposición dogmática y moral.
Algunas
veces se realizaban en su lugar
las
oraciones “du prône”. Aparecen, a
principios del siglo X, una invitación dirigida al pueblo a orar por diversas
intenciones diciendo un Padrenuestro
en voz baja, al que el sacerdote añadía una oración apropiada a cada admonitio. Posteriormente se integró en
el prône (o plática). El Concilio de
Trento dará a dicha práctica una gran extensión.
Pasando de la liturgia de la Palabra a la liturgia
eucarística, es importante señalar el momento del ofertorio, el cual es un
momento privilegiado para las oraciones privadas del celebrante y por ello
también se producen las mayores diferencias locales. Hay oraciones que
acompañan a determinados gestos, fórmulas de “apología” y duplicados de la
plegaria eucarística.
En
cuanto al texto del canon está ya fijado. Sólo se permite añadir nombres de
santos al Communicantes y al Nobis quoque.
La
plegaria eucarística se rodea de silencio, o de cantos y la elevación adquiere
gran importancia en la piedad popular.
En el rito de la comunión se producen
amplificaciones en el Padrenuestro, en el rito de la paz y en la fracción del
pan, los cuales varían según el lugar de celebración. La comunión del sacerdote
entraña una gran diversidad de oraciones silenciosas del celebrante. En la
comunión de los fieles se utilizan panes de reserva, aunque la rúbrica del
misal de Pío V supone que proceden de la misa en la que participan.
Por último, en los ritos de comunión es importante la
conclusión con las palabras “Ite missa est” o “Benedicamus domino”. En el siglo
XI se atribuyó la primera expresión de despedida a las celebraciones que tienen
el Gloria in excelsis, y la segunda a
las demás. Como al
principio de la Misa, el altar era saludado con un beso. En el Misal de Pío V,
la fórmula y el gesto siguen al ite missa
est y preceden la bendición. La bendición es un añadido tardío. El Misal
tridentino le concede el rango que le damos hoy. Antes de abandonar el altar se recitaba
el llamado último evangelio. El prólogo del Evangelio de san Juan fue
propuesto como oración privada para el celebrante, extendiéndose la costumbre
de recitarlo al dejar el altar.
3. La celebración de la eucaristía en occidente desde el
Concilio de Trento hasta el Concilio Vaticano II
El Concilio de Trento fue
convocado en el contexto de la reforma protestante con el deber de afirmar con
claridad la doctrina católica, y oponerse a determinados abusos como el caso de
la lengua litúrgica, que no debía ser la lengua vulgar del pueblo.
La misa
debe ser celebrada interiori cordis
munditia et puritate, atque exteriori devotionis pietatis specie, eliminando
de ella supersticiones, estipendios indebidos, músicas profanas… El Concilio
dejó al papa la misión de publicar un nuevo misal.
Por eso apoyado en esa misión
que el Concilio le encomienda al Papa, en 1570 se produce un proyecto
claramente reformador: desaparecen multitud de fiestas de los santos, se frena
la multiplicación de las Misas votivas, se pone orden en las oraciones privadas
y gestos del celebrante, se reducen los cantos a los de la misma liturgia de la
Misa (para Misas cantadas se establecen prescripciones especiales
denominándolas celebraciones “conventuales”). El
ambicioso programa innovador de Pío V no pudo ser plenamente realizado y se
conservaron muchos elementos añadidos después del período carolingio.
Gracias
a la imprenta, pudo llevarse a cabo una unificación con este ejemplar tipo para
todas las Iglesias de Occidente.
Existen así mismo
unas prácticas eucarísticas que se van a desarrollar y fomentar en los siglos
XVII al XIX. Por ejemplo el culto al Santísimo Sacramento. Llevó al desarrollo
de las devociones eucarísticas, purificadas y bien controladas, que escapaban a
la reglamentación de los rubricistas. Las bendiciones con el santísimo y las
adoraciones prolongadas adquirieron gran importancia.
Pero cabe señalar que
estas prácticas no menguaron el valor de la Eucaristía. De hecho el
desarrollo de las devociones eucarísticas (bendiciones con el santísimo,
adoraciones prolongadas), no hicieron perder su sentido a la misa
dominical, incluso se hace más inteligible por las demás festividades
eucarísticas. Suele celebrarse la misa ante el Santísimo Sacramento
expuesto. La ausencia de comunión sigue
siendo muy habitual llegándose incluso a una “Misa de comunión” para los que
querían comulgar sin ponerse en evidencia. Para muchos
cristianos la asistencia a la misa del domingo era una costumbre
inscrita en las obligaciones de la vida social. También estaba el aspecto
propiciatorio que los llevaba a presentar ofrendas para que el sacrificio se
celebrara para ellos y por los suyos.
Junto a las misas hay un auge
de las catequesis y de la participación de los fieles. Pero hay que tener en
cuenta que los cristianos sólo van a Misa los domingos. Por eso se hizo un gran
esfuerzo por formar a los fieles en la comprensión del sentido de la Eucaristía
gracias a una serie de comentarios litúrgicos. Estos van desde los libros de
formación para el clero hasta las “explicaciones de la Misa” para los laicos.
La
conclusión que se saca es que los asistentes tienen que orar inspirándose en lo
que es la Eucaristía, aunque no se comprendía el papel verdadero de una
asamblea celebrante.
Algunos elementos del Misal se
publicaron en varias lenguas en los siglos XVII y XVIII. Los “ejercicios para
la santa Misa”, proponen una serie de meditaciones de las fórmulas litúrgicas
para la celebración (podían recitarse en voz baja para unirse al sacerdote).
Así mismo, aparecen
los misales neogalicanos; que desde el segundo cuarto del s. XVIII hasta
mediados del s. XIX, numerosas diócesis francesas abandonando la edición
tridentina, editaron sus propios Misales (neogalicanos). La liturgia
neogalicana contiene grandes riquezas de las que se aprovecharán las reformas
más recientes.
Por último hay que
darle un pequeño repaso a las últimas reformas que se hicieron, antes de la
publicación del Misal de Pablo VI. Con San Pío X se realizó
una nueva edición del Graduale Romanum, publicó
un Decreto sobre la comunión frecuente y cotidiana, y una reforma del Misal. Pío XII vio que al
multiplicarse los Misales de los fieles, éstos podían ya seguir la Misa y tomar
parte activa en ella, redescubriéndose además el sentido de la asamblea; Pío
XII consagra los resultados de dicha tarea y la aspiración de una reforma
litúrgica empezaba a ser seriamente contemplada. San Juan XXIII en el Codex rubricarum de 1960 reunió y
unificó las modificaciones en las reglas de celebración, introduciendo algunos
cambios. El papa hace un retoque del canon con la mención de la Virgen María y
san José en el Communicantes. Así mismo el beato
Pablo VI cuando estaba a la espera de la publicación del nuevo
Misal, introduce modificaciones en el Ordo
missae.
Sección cuarta: La celebración de la
eucaristía después del Vaticano II
1. El ordo missae de Pablo VI
El ordo
Missae de Pablo VI, nace dentro del espíritu propio de la reforma del Concilio
Vaticano II. La Institutio generalis
está animada por una voluntad de interpretación y un deseo de pedagogía: a
medida que se dan las reglas, se van explicando, relacionándolas con la
tradición y de acuerdo con las aspiraciones pastorales de la Iglesia.
De
hecho surgen de una fe inalterada y una tradición ininterrumpida. Manifiesta la continuidad en la
doctrina católica de la Eucaristía (naturaleza sacrificial de la Misa,
presencia real del Señor bajo las dos especies, naturaleza del sacerdocio
ministerial y bautismal, así como el sentido auténtico de la tradición viva de
la Iglesia).
Podemos
verlo, por ejemplo en la asamblea que es
presentada
como el primer actor de la celebración; la Misa normal es aquella en que el
pueblo está presente, en otras circunstancias se harán las necesarias
adaptaciones. Por
su parte, los ministros por su
ordenación, que le hace representante de Cristo cabeza, por la que debe ejercer
su servicio al Pueblo de Dios. Los demás ministros están previstos según las
necesidades de la comunidad. Además se produce un
retorno a las fuentes propias de la Iglesia. A menudo el Misal hace volver a las
formas más antiguas para aprovechar sus aportaciones positivas.
Hay que
ver algunos cambios, sobretodo litúrgicos, y teológicos que se aplican a
algunos de los ritos eucarísticos. Lo que da sentido, por ejemplo, a los ritos
iniciales es el paso de la dispersión de la vida cotidiana a la asamblea que se
constituye. El canto de entrada es el primer acto de la celebración en su triple
función: fomentar la unión de quienes se han reunido; introducir a la
contemplación del misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta; acompañar la
procesión del sacerdote y los ministros.
En el saludo, es importante que éste se sitúe en su lugar al principio de la
acción litúrgica porque manifiesta la presencia del Señor significada por el
ministro ordenado y el carácter gratuito de la reunión (convocada por Dios). Hay
distintas fórmulas de saludo a tener en cuenta, y se realiza la señal de la
cruz para significar la presencia de estar ante Dios. La monición de entrada introduce
al pueblo en la misa del día.
En
la preparación penitencial el
pueblo se vuelve hacia su Señor para reconocerse pecador y prepararse a aceptar
el don de Dios realizando sus misterios (acto
penitencial); tras un tiempo de silencio todos dicen el “Yo confieso…” (Sustituible por las palabras del salmo 84,2,
o bien por dos Kyrie, dos Christe y dos Kyrie).
El
Gloria in excelsis se reserva sólo
para “los domingos, fuera de los tiempos de adviento y de cuaresma, en las
solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes”.
La colecta es única en cada Misa, ofrece gran
variedad y siempre termina con una conclusión trinitaria.
En la
liturgia de la Palabra hay que tener en cuenta que es una parte de la
celebración que se realiza en presencia del Señor pues “es Él quien habla,
cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura” y los fieles son alimentados
en “la mesa de la palabra”.
Por
eso las lecturas, el salmo responsorial y el aleluya, se pretendieron que al proclamarse, la Palabra
de Dios se leyera más ampliamente, de forma que en un determinado periodo de
años, se vean las partes más significativas de la Sagrada Escritura. Para ello,
el Leccionario se hizo independiente del Misal, siendo el ambón el lugar desde
el que se anuncia la palabra. Los domingos y
solemnidades tienen dos lecturas bíblicas antes del Evangelio; los demás días,
sólo una. Después de la primera lectura se canta un salmo en él participa la
asamblea repitiendo la antífona. El Evangelio es proclamado por un diácono o
presbítero distinto al celebrante cuando es posible. El aleluya se canta antes
del Evangelio con un versículo bíblico; en Cuaresma se omite. Se conservan las
secuencias del misal anterior. Al final de las lecturas se dicen las fórmulas
del antiguo Ordo missae.
Además
se produce una nueva ordenación del Leccionario dominical, atendiendo a la
siguiente estructura:
-
El
Evangelio:
los evangelios sinópticos se proclaman, repartidos en tres años, en los
domingos del tiempo ordinario (Mateo año A, Marcos año B, Lucas año C, Juan
completa Marcos, que es más breve, del domingo 17 al 26 del año B, y sobre todo
es proclamado en cuaresma y pascua).
-
El
Antiguo Testamento: no se establece una lectura continua, sino que para cada
evangelio se busca un pasaje del Antiguo Testamento que pueda corresponderse
con él pues el Evangelio es cumplimiento de las profecías, promesas y
esperanzas de Israel. No obstante, en adviento y navidad domina Isaías, y en el
tiempo pascual las lecturas veterotestamentarias se sustituyen por los Hechos
de los apóstoles. El salmo se escoge en función de la lectura que lo precede.
-
El
“Apóstol”:
la segunda lectura sigue su orden propio con pasajes del Apocalipsis y epístolas
de Pedro y Juan durante la pascua y Santiago y Pablo en el resto del año. En
adviento, navidad y cuaresma es sustituida por diversos libros del Nuevo
Testamento.
Sin
embargo, en los tiempos de ferial, la organización del Leccionario responde a
este otro esquema:
ü Los tiempos privilegiados: las lecturas se
establecen por una especie de compromiso entre una cierta adaptación a los
misterios celebrados y cierta lectio
continua, de esta manera en adviento tenemos la alegría y esperanza del
libro de Isaías; las ferias que siguen a la fiesta de Navidad se lee la primera
epístola de Juan que ilumina significativamente el misterio de la encarnación,
en cuaresma el evangelio se escoge en función del tema de la llamada a la
conversión y la penitencia, etc.
ü El tiempo ordinario: los evangelios son los
mismos cada año, se lee primero Marcos (semanas 1 a 9), después Mateo (semanas
10 a 21) y Lucas (semanas 22 a 34).Para la primera lectura, todas las
epístolas, excepto la de Judas y la primera de Juan, proporcionan perícopas
abundantes así como el Apocalipsis. La elección pretende dar una visión de
conjunto de la historia de la salvación antes de la encarnación.
La
ordenación del resto de leccionarios se realiza eligiendo lecturas que pongan de relieve
un aspecto de la vida espiritual o actividad del santo que se celebra. Las
simples memorias tienen lecturas propias pero su uso es facultativo, excepto si
se trata de personajes bíblicos que se mencionan en las mismas. También existe
una ordenación propia para las misas votivas, las misas de difuntos, las misas ad diversa, y las misas rituales. Hay
posibilidades de elegir unas lecturas u otras, dependiendo de si la lectura continua quedó
interrumpida por una solemnidad, fiesta o celebración particular, se pueden
tomar otro día las perícopas omitidas, si se las prefiere a las que están
asignadas para aquel día, incluso se podrían juntar las dos lecturas. Caso de
comunidades que no participen de la Misa cada día y no puedan aprovecharse de
la lectio continua, la elección es
más flexible, en función del bien espiritual de los fieles. En grupos
particulares se podrán leer textos adaptados a la circunstancia, siempre que sean de un
Leccionario aprobado.
La
homilía es la parte
integrante de la liturgia de la Misa, explica los textos proclamados y
constituye un punto de unión del misterio celebrado con la vida de los fieles.
Debe hacerse los domingos y fiestas de precepto y es muy recomendable los demás
días.
La
profesión de fe es como se
designa al Credo en el nuevo Misal.
Es una expresión que evoca el bautismo y la recepción de la palabra para
acceder al sacramento. El símbolo sólo se recita los domingos de todo el año,
solemnidades y celebraciones particulares que se quieran destacar.
Por
último en la oración universal
el pueblo ejerce su oficio sacerdotal rogando por todos los hombres. Es
introducida por una invitación y concluida por una oración del presidente.
Pasando
a la liturgia eucarística, propiamente el momento central de la eucaristía,
vemos que ésta comienza con la preparación de los dones. Se trata de repetir lo
que Cristo hizo en la cena, siendo la colocación sobre el altar de la materia
del sacrificio, la manera más significativa de expresarlo. Este conjunto de ritos ya no se
denomina “Ofertorio” sino Praeparatio
donorum. Es deseable que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles y
el sacerdote que los recibe no tiene que elevar la patena y el cáliz en gesto
de ofrenda sino disponerlos sobre el corporal, sosteniéndolos primero un poco
por encima de la mesa, mientras pronuncia una oración que designa el pan y el
vino como frutos de la naturaleza siendo tanto dones de Dios como producto del
trabajo humano. El cáliz puede preparase en al credencia con una oración
privada del diácono o sacerdote mientras derrama el vino. Se pueden incensar
los dones una vez dispuestos sobre el altar y después el diácono o un ministro
pueden incensar al sacerdote y al pueblo.
Aunque
desaparecen muchas de las oraciones privadas que había antiguamente, el nuevo Ordo conserva todavía tres oraciones privadas, que deben decirse en
voz baja. La primera acompaña a la inmixtión del agua (per huius aquae et vini mysterium…); la segunda proviene del
antiguo ofertorio (In spiritu
humilitatis…); la tercera acompaña al lavabo y expresa el deseo de
purificación interior (Lava me, Domine,
ab iniquitate mea,…). Después se pasa al
“Orate frates” donde se
dirige a todo el pueblo como invitación a entrar en la acción eucarística. De
ahí se realiza la oración sobre las ofrendas que ya no se dice en secreto y
concluye la preparación de los dones. En las memorias que carecen de texto
propio, esta oración puede tomarse del común o de la feria.
Se han
producido una serie de modificaciones en la plegaria eucarística. En el relato
de la institución y la aclamación de anamnesis a las palabras Hoc est enim corpus meum, se añade, quod pro vobis tradetur, que expresa la
referencia al misterio pascual. Después
de la evocación de la cena se ha introducido una aclamación que se dirige a
Cristo, y de la que el Misal da tres formulaciones distintas. La cláusula Mysterium fidei fue trasladada al final
del relato de la institución, como introducción a la aclamación de los fieles. El
aumento del número de prefacios: el nuevo Misal ofrece más de veinticuatro que intentan
expresar la acción de gracias en armonía con la teología propia de los tiempos
y fiestas.
También
se han añadido nuevas plegarias eucarísticas. Los tres nuevos formularios
presentan características comunes: el Espíritu
Santo es invocado sobre el
pan y el vino, para que los cambie en el cuerpo y sangre de Cristo. Al final de la anáfora, se ponen
todas las intercesiones de una sola vez. La conclusión es siempre la misma: “Por Cristo, con Él y en
Él…”. También hay diferencias entre las distintas plegarias
eucarísticas:
la
expresión de la acción de gracias, las palabras consagratorias, la
anamnesis y la invocación de los frutos del sacrificio sobre los comulgantes, las
intercesiones. En el
canon romano se admite, además de los diversos prefacios, unas cláusulas
variables según las circunstancias, son los embolismos de la plegaria
eucarística. Para la Misa romana, la Institutio generalis da algunas
indicaciones sobre el uso de cada formulario, siendo el criterio esencial de
orden pastoral.
La meta
de toda la celebración y cumbre de la participación de los fieles es la
comunión. Ésta viene preparada por unos ritos que forman una secuencia de
unidades ordenadas: En
primer lugar el Padrenuestro que se reza o canta por toda la asamblea. Tras
éste va el rito de la paz una
invitación del diácono o, en su defecto, del sacerdote, cada uno intercambia
con sus vecinos un gesto fraterno. Todo esto va precedido de una oración del
presidente que procedía de la devoción privada del ministro antes de la
comunión, pero que ha cambiado de función: Señor
Jesucristo, que dijiste… La fracción del pan significa que nosotros, que
somos muchos, en la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos
un solo cuerpo. Asimismo es recomendable, para una participación más perfecta
en la Misa, que los fieles reciban, después del sacerdote, la comunión del mismo
sacrificio (por lo menos una parte de los comulgantes, para lo que pueden
usarse panes lo bastante grandes). La invocación del Agnus Dei, puede repetirse varias veces para que se tenga tiempo de
partir todos los panes.
Para
la preparación inmediata a la comunión es conveniente que la comunión vaya precedida de un momento
de recogimiento, para lo cual el sacerdote puede recitar en voz baja la oración
Domine Iesu Christe Fili Dei vivi…
(Había otra posible oración pero fue integrada en al rito de la paz, como ya
vimos). El celebrante muestra luego a los fieles el pan eucarístico. A la
expresión Agnus Dei (que se responde
con Domine non sum dignus), viene
añadida un versículo del Apocalipsis: Beati
qui ad cenam Agni vocati sunt.
El diálogo entre el ministro y
el comulgante que profesa su fe en la Eucaristía (Corpus Christi-Amen) es una novedad del rito a la que se añade: la
facultad de recibir la comunión en la mano: costumbre que se abandonó en la edad
media por motivos de respeto hacia la Eucaristía, la misma razón que invocan
muchos ahora pues extender las manos les parece más humano que abrir la boca y
sacar la lengua.
La comunión en el cáliz: se restituye el acceso de los fieles
al cáliz en determinadas circunstancias. Aunque la realidad sea la misma en
ambas especies, los signos del pan y de la copa expresan toda la riqueza del
sacramento.
Los ministros de la comunión: la mediación de un ministerio,
manifiesta que la Eucaristía es un don que se recibe. Solo la toman
directamente de la mesa del sacrificio el obispo y los presbíteros, que en
cierto modo constituyen una sola cosa en el altar. Son ministros ordinarios de
este rito los que han recibido ordenación, que cuando no son suficientes pueden
recurrir a ministros extraordinarios (laicos que han recibido el acolitado). La
procesión y el canto de comunión: la antífona de comunión es bíblica, y a menudo evangélica.
Es la indicación del canto que suele acompañar la procesión de fieles que se
acercan a recibir al Señor. Cuando no se canta, es leída por uno o varios
miembros de la asamblea o por el mismo sacerdote, con el fin de alimentar la
oración.
Después
de la comunión el diácono o el sacerdote, purifica la patena y el cáliz en un
lado del altar o en la credencia (también puede hacerse después de la Misa). Después el sacerdote y los
fieles pueden orar recogidos durante un rato (puede también cantarse un himno,
salmo o canto de alabanza). La
“oración después de la comunión”.
Por
último en los ritos de conclusión observamos que constan de: el saludo del celebrante; la bendición (que puede ser más
solemne según circunstancias), el Misal ofrece diversos formularios en apéndice; la despedida: Ite missa est, traducida por “Podéis ir
en paz”.
En
conclusión, el nuevo Ordo missae
aporta los elementos de una participación de los fieles conforme al objetivo
primero que se le había señalado. La armonía de las diversas funciones queda
bien establecida: cada ministro y la misma asamblea cumplen respectivamente la
que les compete.
2. La concelebración eucarística
Hay que partir de la idea de la unidad del sacerdocio, para
entender que ya desde la antigüedad ésta se comprendía en el mismo altar. En
los primeros años del siglo II, en un texto de san Ignacio de Antioquia se hace
hincapié en la unidad: una sola eucaristía, un solo cáliz, un solo altar, un
solo obispo con el colegio de ancianos y diáconos. Posteriormente, con la Tradición apostólica de Hipólito de
Roma, se tienen indicaciones más precisas sobre la participación de los
presbíteros en la Misa del obispo. Otro testimonio existente es el de la Didascalia de los apóstoles, donde
aparecen dos celebrantes ofreciendo un único sacrificio y ejerciendo un único
ministerio sacerdotal.
El
Ordo III (siglo VIII) señala a los
cardenales presbíteros rodeando a su obispo en el altar y diciendo con él el
canon, sosteniendo tres panes, dentro de la Misa estacional para las grandes
fiestas del año.
La persistencia de las concelebraciones varió
en todos los ámbitos de la Iglesia. En Oriente se conservó según las costumbres
diversas de cada una de las Iglesias. Pero en occidente en la
edad media se conservaron las ceremonias colegiales para las solemnidades. En
Roma celebran los obispos junto con los presbíteros recién consagrados en la
Misa de su ordenación. Santo Tomás señala solo la
concelebración de los recién ordenados subrayando que “el sacerdote consagra in persona Christi” y que “varios son
uno solo en Cristo”, por lo que “poco importa que sean uno o varios los que consagren, a condición de que se
observe el rito de la Iglesia. Pío XII dirá que en la
“concelebración Cristo, en lugar de actuar por medio de un solo ministro, actúa
por medio de varios…los celebrantes deben decir por sí mismos sobre el pan y el
vino: Esto es mi cuerpo, esto es mi
sangre; de lo contrario su concelebración es meramente ceremonial”.
En el actual ritual, la concelebración está
contemplada y muy recomendada en algunos casos. El celebrante principal es
normalmente el obispo, cuando no está se puede decir que la presidencia es
colectiva, pues el celebrante principal es sólo un primus inter pares; cualquier sacerdote puede desempeñar este
papel. Es importante que ese ministerio colegial esté significado por una
persona que sea la única que salude a la asamblea, dialogue con ella, pronuncie
las moniciones y oraciones presidenciales, muestre el pan y el vino consagrados
y bendiga al pueblo reunido.
Los demás concelebrantes de la celebración contribuyen
con su participación a la acción común:
-
Las
palabras: algunas se dicen unánimemente por todos
(primera epíclesis, relato de la institución, anamnesis, segunda epíclesis y
conclusión), prescribiéndose se pronuncien en voz baja para hacer distinguir la
voz del celebrante principal.
-
Las
actitudes: los concelebrantes se agrupan
alrededor del altar después de la preparación de los dones; los otros ministros
deben evitar colocarse entre ellos y la mesa del sacrificio. La primera de las
oraciones comunes se dice con las manos extendidas, y se les invita a mantener
la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz. A estos gestos hay que
añadir la inclinación profunda después de cada una de las dos elevaciones, y
durante el Supplices del canon
romano.
-
La
comunión y las acciones de suplencia: los
concelebrantes comulgan bajo ambas especies. Si preside el obispo conviene que
reciban de él el pan consagrado; de lo contrario lo toman ellos mismos del
altar o se pasan la patena. La copa les es presentada por el diácono; también
puede estar sobre la mesa del sacrificio, a la que se acercan sucesivamente.
-
El
ornamento: los concelebrantes se revisten como
si celebrasen solos; por un motivo justo, pueden contentarse con la estola
sobre el alba.
La actividad de los celebrantes se inserta en el marco de la
participación de todos. Toman parte en el canto del pueblo, y muy especialmente
en el Sanctus. El círculo de los
ministros alrededor del altar tiene que permanecer ampliamente abierto hacia el
lado en que se hallan los fieles. La unidad que expresa este rito se extiende a
todo el pueblo sacerdotal, alrededor de quienes han recibido la gracia de presidirlo
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