martes, 13 de febrero de 2018

La historia de la Misa



Sección primera: La Eucaristía antes de los libros litúrgicos

1.       De la cena a la misa
Para comenzar la reflexión es bueno ver donde se sitúa en el Nuevo Testamento la institución de la Eucaristía. Para ello tenemos que el texto más antiguo que existe es la carta de san Pablo a los Corintios, escrita en el año 55 y donde habla de un rito, práctica que se ha deformado en esta comunidad fundada por él. De igual modo, los sinópticos hablan también de la institución, pues el relato de Juan hace una interpretación diferente. Pero de los tres sinópticos, el más cercano a Pablo es el de Lucas, que además cumple con el ritualismo pascual judío. Gracias a estos testimonios observamos la importancia de cuatro verbos, que han dado lugar  a los momentos claves de la celebración: Tomó (ofrendas), dio gracias (plegaria eucarística), partió (fracción del pan) y dio (comunión).
Cabe señalar que existen testimonios en la Escritura, como los discípulos de Emaús, en el que vemos que desde el principio la celebración de la Eucaristía llevaba aparejada la explicación y lectura de las Escrituras. Hay una continuidad y actualización del Antiguo Testamento desde el acontecimiento de Jesús.
Los testimonios de la misa fuera de las Escrituras la encontramos en el año 112 por Plinio el Joven que presenta al emperador Trajano una consulta sobre el proceder de los neocristianos con referencia a sus celebraciones. También en la literatura cristiana tenemos la “Didajé” y el modo de celebrar que presenta Ignacio de Antioquía.
Cabe señalar un hecho insólito y es que ya en la “apología primera” de san Justino, obra dedicada al emperador Antonino Pio (138-161), ya aparece un esquema de la misa muy similar al actual: la reunión, la liturgia de la Palabra, las lecturas, recibe las ofrendas y hace la plegaria eucarística.
La asamblea eucarística se convierte en el signo de la Iglesia naciente. Es el vínculo que sirve para unir a todos los cristianos del mundo en una celebración que constaba de una primera parte heredada de la reunión sinagogal judía y una segunda parte que imitaba la cena del señor. Esto se puede ver en el “Discurso a Diogneto” donde se presenta que los cristianos y viven y actúan como cualquier ciudadano, pero que el signo que les diferencia es la asamblea eucarística y la institución del primer día de la semana dedicado al Señor (Domingo-día del sol pagano)

2.      De la “bendición” judía a la plegaria eucarística cristiana
Partiendo de la tradición judía relativa a los banquetes vemos como consistían estas en una serie de gestos ante la copa y la fracción del pan que comenzaban con una alabanza a Dios, pero que continuaba transformándose en una súplica para que la obra evocada se llevara a su cumplimiento. Parece ser que Jesús, como buen judío, siguió este esquema pero añadiendo de su propia cosecha palabras y fórmulas que se podía hacer al no ser formulas rígidas de recitación.
En la plegaria que encontramos en la “Didajé” vemos que las acciones de gracia son las herederas primeras de estas alabanzas y suplicas. La celebración eucarística pasa pronto a ser una acción, la plegaria se convierte en acción, y como tal en participación de los fieles en la misa.
En el año 225 se data una obra de Hipólito de Roma, llamada la “Tradición apostólica”, en la cual se presenta la primera plegaria eucarística parecida a las nuestras. En ésta plegaria escrita originalmente en griego, pero que solo nos ha llegado por medio de traducciones, podemos observar 6 partes: la expresión de la acción de gracias, el relato de la institución, el memorial (anamnesis) con la ofrenda, la invocación de los frutos del sacrificio sobre los comulgantes, la doxología y el amén.
Pero no solo contamos con el testimonio romano de Hipólito, sino que también hay una antigua anáfora siríaca en la que se presenta un formulario eucarístico. Posee una acción de gracias muy elaborada y compleja con añadidos muy importantes. Pero sin embargo carece del relato de la institución de la eucaristía, pero si hay un recuerdo, anamnesis, del acontecimiento como asamblea al modo de Marcos y Mateo. Así mismo la invocación de los frutos del sacrificio sobre los comulgantes tiene la particularidad de poseer la oblación que debería haber aparecido antes y además cuenta con la obra del Espíritu invocada sobre las ofrendas.
En conclusión podría decirse que en el origen las eucaristías poseían distintas plegarias de acción de gracia. Pero después se empiezan a unificar siguiendo la costumbre ritual judía en un esquema bipartito de acción de gracias-petición. Así como la introducción de ceremoniales propios de las sinagogas judías. Se convierte la cena del Señor en una conmemoración y actualización del misterio que conmemora. Y por último, la súplica adquiere un papel sacramental.

3.      De la casa a la basílica
La misa del domingo se celebraba en una casa como se puede ver en Hch. 20, 7-8.11. Se trata de una asamblea de toda la Iglesia.
Sin embargo lo de la misa en los cementerios es un mito. La eucaristía en esta época es siempre un acto de la asamblea, por lo que es difícil concebirla en un espacio subterráneo reducido. A veces se celebraba en lugares de enterramiento como culto a los difuntos, y no en domingo.
La “casa del pueblo de Dios”. El día del Señor es el día de la asamblea. Se acoge al forastero, se recibe al pobre, contrastando con las divisiones de la sociedad. En el s. III, coincidiendo con el cambio de tercio que efectúa el Edicto de Milán del 313 en el que los cristianos no tienen que esconderse, se comienzan a realizar construcciones pensadas para lugares de reunión tomando como modelo las basílicas: forma rectangular, tres o cinco naves, cubiertas por un techo de armazón.

Sección segunda: La creación de los formularios y la organización de los ritos desde el siglo IV hasta el siglo VIII
Nos encontramos en un espacio más amplio en el que las asambleas han crecido con el fin de las persecuciones. Las oraciones comienzan a ponerse por escrito y a circular de una comunidad a otra. Los obispos componen y adaptan los formularios para su iglesia., difundidos en forma de libelli.
Los Sacramentarios y Ordines. Los sacramentarios son libros litúrgicos que contienen oraciones presidenciales. Siguen el año litúrgico. Hay dos tradiciones: la gregoriana y la gelasiana. Los ordines son guías que describen las ceremonias. Aparece también otro género que explica de forma alegórica los ritos de la misa. La participación del pueblo. Es una realidad importante en este período y en los siglos posteriores.

1.       Los ritos de entrada
La entrada del presidente y su saludo a la asamblea. El celebrante hace su entrada (s.IV), se venera el altar mediante el beso del obispo, prosternación en un reclinatorio con unos momentos de recogimiento. Saludo del presidente y respuesta de la asamblea. No hay canto de entrada, la liturgia de la palabra empieza inmediatamente después del saludo.
Pero hay una evolución de los ritos de entrada en la liturgia romana a lo largo de los siglos. Por ejemplo:
-          El canto de entrada: Data de fines del s. VII-VIII. Comienza con la entrada de los ministros. Introduce en la fiesta o tiempo litúrgico.
-          La oración.: Constituye la conclusión de los ritos de entrada.
-          El Kyrie eleison.: En el s. VIII se fija su número en tres Kyrie y tres Christe.
-          El Gloria in excelsis Deo: Introducido en la misa romana de Navidad a principios del s. VI, se hizo común durante el s. VIII.
A estos cambios de los ritos de entrada hay que añadir a su vez una evolución de los ritos de entrada en las demás liturgias de Occidente, no solo a la romana. El autor a este respecto cita las siguientes:
-          En la liturgia ambrosiana: El canto de entrada se llama Ingressa. El Gloria precede a un triple Kyrie. Oratio super populum.
-          En las liturgias de la Galia e Hispania: Se añaden al principio unas antífonas y cantos que engloban el comienzo de la ceremonia litúrgica.
En las iglesias orientales se observan a su vez la siguiente evolución de los ritos de entrada:
-          El Trisagion y el tropario Ό Μονογενηής: Es la pieza más antigua del principio de la liturgia. Este himno tuvo gran fortuna en todas las Iglesias de Oriente.
-          En la oración: Entre los dos cantos se inserta una fórmula especial que es diferente de las colectas romanas. Va precedida de una breve letanía.

2.      La liturgia de la Palabra
Durante cerca de tres siglos se hace lectio continua de la Biblia. Se comienzan a tomar lecturas diversas y se comienza a terminar con el Evangelio.
Pero una vez constituido el año litúrgico se deja de hacer lectio divina continuada y se toman pasajes seleccionados para la fiesta celebrada. Se hacen guías de lectura con notas marginales o listas al principio o final del volumen. El lector se sitúa en un lugar elevado y visible.
Para la proclamación de las Escrituras. Hay que diferenciar por un lado las lecturas no evangélicas, se hacen más de dos lecturas (Ley, Profetas, Epístolas, Hechos). Son dos lecturas de cada Testamento. Las hace el lector o uno de los fieles. Por otro lado está el salmo responsorial. El salmo se hace cantado en forma responsorial. Lo canta el lector o diácono. Y por último la proclamación del evangelio que se hace el canto repetitivo del Alleluia con una salmodia que da carácter pascual. Se hace procesión del evangelio como signo de la presencia de Cristo. En principio la lectura la hacía el lector, después al diácono, presbítero o presidente. Se venera el libro con el beso.
Después la palabra de Dios se actualiza, se la hace presente en un hoy. Para ello  se realiza la distribución de la Biblia en la liturgia. Para cada día se propone un pasaje determinado. Es una forma de releer la Biblia y de actualizar el mensaje. Se realiza la homilía, como el modo de expresar el hoy de la Palabra. La realiza el obispo, presbítero o diácono, sobre la Escritura, signos sacramentales, Credo o Padrenuestro.
Posteriormente se pasa de la palabra al sacramento. La liturgia de la Palabra se orienta a la celebración del sacramento. Se hace analogía de las “dos mesas”, signos eficaces de la gracia.

3.      La oración universal
La oración universal comenzaba con el despido de los catecúmenos. La oración universal era prerrogativa de los fieles. Los catecúmenos abandonan la asamblea al final de la liturgia de la palabra pues al no estar aún bautizados no se les consideraba miembros de la asamblea de los fieles.
La oración universal en Oriente adopta la forma de una letanía de intenciones diaconal que parece que ya está constituida de formularios fijos a fines del s. IV y viene ritmada por una respuesta del pueblo dirigida a Cristo.
Sin embargo, en la oración universal en África, atestiguada en el año 200. El presidente proponía unas intenciones y el pueblo respondía Amén. La formulación no está fijada.
En la oración universal de Roma, podemos distinguir: Las “orationes solemnes” que son invitatorios seguidos de silencio y oración de súplica que da paso al Amén de los fieles; La “deprecatio gelasii” inspirada en los textos latinos; y la oración universal y el Kyrie. Aparece el Kyrie al principio de la misa y se suprime la oración universal.
La oración universal en la Galia está atestiguada en el s. VI. No sabemos de qué modo se hacía. Y en Hispania, ignoramos como se hacía y qué ministro las proponía. Pero sabemos que las “orationes paschales” están en los sacramentarios hispánicos y galicanos incluyendo en la vigilia pascual unos formularios que se presentan a la manera de la antigua plegaria romana.
Como conclusión, podemos afirmar que la oración universal es el final de la liturgia de la Palabra. Presenta a Dios los gritos de llamada y esperanza de la humanidad.

4.      La preparación de los dones
La preparación de los dones en la Eucaristía consiste en poner sobre el altar el pan y el vino a lo que se añaden otros elementos. Sobre la aportación del pan y el vino por los fieles, sabemos que desde el s. II se solemniza y se introducen elementos nuevos que los fieles aportan de sus propias mesas. La procesión de las ofrendas en cada región se realiza de una forma.
En cuanto a la significación de la ofrenda. Vemos que las intenciones de los oferentes se producían con la “lectura de los nombres”. Los fieles participan en los frutos de la eucaristía aportando el pan y el vino. Se leen los nombres de los oferentes para encomendarlos al Señor. Esto se debe a que se entiende como una participación del pueblo sacerdotal. El pan y el vino son una expresión del sacerdocio común de los fieles.
Toda la ofrenda se transforma en un compartir fraternal. En la asamblea dominical, los cristianos lo comparten todo: “comunión fraterna”. Se distinguen las ofrendas de las que van a ser consagradas. Posteriormente se produce la oración sobre las ofrendas. Es la oración del sacerdote sobre las ofrendas, cumplimiento de lo prescrito por el Señor y reciben el fruto del sacramento.

5.      La plegaria eucarística
La plegaria eucarística goza de una intensa creatividad. De hecho en las Iglesias de Occidente, por ejemplo en Roma, sólo conoce un único formulario de plegaria eucarística, aunque admite prefacios o cláusulas variables después de san Gregorio (590-604). Así mismo, las diversas denominaciones de la plegaria eucarística que se conoce también como: illatio, oratio oblationis, canon, prex.
Esta plegaria comienza con un diálogo introductorio. La plegaria eucarística es precedida de un diálogo entre el presidente y la asamblea. El presidente invita luego a una actitud espiritual que prepare la eucaristía y a hacer la acción de gracias, cumbre de todo el diálogo.
La expresión de la acción de gracias: “Es digno y justo darte gracias”. El mismo Dios en su grandeza y misericordia, así como las “maravillas del Señor” realizadas a lo largo de la historia de la salvación, son motivos que suscitan la acción de gracias. Se evocan la creación de los elementos y la del hombre, luego el cumplimiento de esta obra en la Encarnación, preparada por las promesas después de la caída.
En el recitativo del “¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! El Señor…”. Parece que no pertenece  la forma primitiva de la plegaria eucarística. Sacado de una visión inaugural de Isaías (Is 6,3), pertenece a la liturgia de la Sinagoga. Quizá de ahí pasó a las anáforas. Atestiguado desde el tercer cuarto del s. IV en casi todas las Iglesias orientales y en algunas de occidente. A la cita de Isaías se añade una aclamación sacada del Evangelio: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” “Hosanna en las alturas” (Mt 21,9), (Sal 117,26).
Posterior a este, se produce el relato de la institución, el “memorial” y la ofrenda. Cada uno de ellos con una singularidad:
-          El relato de la institución de la eucaristía.  Surge de una tradición independiente de la Escritura. El carácter propio se refleja en dos particularidades: el relato se integra en la plegaria y continúa dirigiéndose a Dios; y hallamos detalles que hay que buscar en otros lugares.  La evocación de la cena empieza siempre con una alusión a la muerte de Cristo y termina con el mandato del Señor de hacerlo en su memoria.
-          La anamnesis (Memorial). El objeto del memorial es el misterio pascual. Lo que se presenta al Padre son el “pan de vida eterna y el cáliz de eterna salvación” actualizándose en el hoy de la Iglesia que celebra.
-          Por último la invocación de los frutos de la eucaristía sobre los  comulgantes y la epíclesis. Es la petición de la intervención divina sobre las ofrendas.
Las plegarias de intercesión no pertenecen a la estructura antigua. Se introducen después de ordenar los elementos de la anáfora. Encomiendan a Dios a quienes han traído el pan y el vino y expresan comunión eclesial, nombrando al obispo del lugar y al Romano Pontífice.
La doxología final y el Amen de la asamblea. Todas las anáforas concluyen con una fórmula trinitaria de tono cristológico. La conclusión introduce en todas partes la participación de los fieles, manifestación del sacerdocio bautismal que se une a la acción eucarística.

6.      La comunión
Por último a este respecto nos encontramos con el rito de la comunión La celebración llega a su culmen con la comunión en el cuerpo y sangre de Cristo. Para ello hay una preparación privilegiada para la comunión con el rezo del Padrenuestro.
La fracción del pan se produce con el “pan partido” y el “Cordero de Dios”.
Este gesto de Cristo se perpetuó en la liturgia. Exigido para distribuir la comunión. Se desarrolla durante el canto del “Agnus dei”, añadiéndosele el simbolismo del Cordero inmolado de la Pascua.
Después el cuerpo y sangre reunidos en el cáliz. Para lo cual hay que poner en el cáliz un trozo de pan consagrado. Este gesto tiene diversas significaciones:
-          El fermentum. Manifiesta la unidad de la comunidad cristiana.
-          Los sancta. Parte del pan consagrado que se conservaba para los moribundos es puesto en el cáliz.
-          Un signo de resurrección. Presentar por separado el cuerpo y la sangre es evocar la muerte. Para significar que el Señor está vivo se mezclan.
-          El “calor ferviente de una fe llena del Espíritu”.
El rito del beso de la paz tiene lugar o bien antes de la comunión o bien en el momento en el que las ofrendas han sido colocadas en el altar. Al principio de la liturgia eucarística, los fieles son invitados a saludarse mutuamente antes de la preparación de los dones, después de la oración universal. Pero antes de la comunión la paz de da después del canon como sello que señala su conclusión.
Se produce tras la paz la bendición de los fieles y la presentación del santísimo sacramento. Una bendición de los fieles antes de la comunión que indica normalmente el fin de la celebración. Al aparecer la costumbre de no acercarse a la mesa del Señor, se dejaba marchar a los que no comulgaban. Después se repartía “las cosas santas a los santos”. Aunque en las Iglesias de Occidente no hallamos ninguna mención a tal rito. Quizá se utilizaba en ciertas comunidades.
En los ritos de comunión encontramos las siguientes partes:
“El cuerpo… la sangre de Cristo-Amén”. Una profesión de fe en la que cada fiel confiesa su fe y  las dos especies que siempre se ofrecieron pan y vino como alimento para el camino y cáliz de la Alianza respectivamente.
“El obispo, los presbíteros, los diáconos y todo el pueblo”. La presencia del Señor supone la mediación de un ministerio confiado a determinadas personas. Hay una jerarquía de orden sacramental.
“Con respeto, en adoración…”. Para recibir la comunión se adelantaban a la entrada del santuario con gestos devocionales. Todo acompañado del canto de comunión. Se canta un salmo.
Por último, los ritos de conclusión. Por un lado con cantos después de la comunión. La disminución de la comunión hizo que se confundieran los cantos de la procesión de los fieles al altar para comulgar con los posteriores. La oración. En la liturgia romana, los sacramentarios incluyen una oración después de la comunión que implora los efectos de la eucaristía. Y la bendición con la despedida. El diácono anuncia la disolución de la asamblea precedida por una bendición del celebrante.

Sección tercera: Evolución y adaptación de la liturgia de la misa desde el siglo VIII hasta el Concilio Vaticano II
1.       La misa en la edad media (siglos VIII-XV). Nuevas perspectivas
Se produce en esta época una expansión de la misa romana; aunque desde antes de la época carolingia la liturgia de la Sede Apostólica había ejercido influjo. Se produce de diferente forma según el lugar.
La introducción de la misa romana en la Galia, se produce por una imperiosa necesidad de reforma que se deja sentir en la Galia al final del período merovingio. En el s. VII, iniciativas privadas hacen venir unos sacramentarios romanos que son utilizados ampliamente para completar los libros locales. Carlomagno contempla una solución radical: obtiene del papa Adriano I un ejemplar del Sacramentario gregoriano del que hace copias. Hay una rápida difusión de la nueva liturgia.
En Hispania la introducción de la misa romana se produce por la adopción del rito carolingio que se hizo de forma original, mezclándose con los usos antiguos que seguían vigentes.
Por ello hay que identificar lo que aportó la llamada misa romano-franca (siglos IX-X). Por ejemplo en el canto litúrgico, el antifonario gregoriano se transmite a partir del s. VIII por unos manuscritos sin notación musical. Las salmodias de la misa se toman de antífonas que dejaban poco espacio a los versículos. Estos cantos constituyen una evolución de las piezas del repertorio gregoriano.
Las oraciones privadas del celebrante y de sus ministros. Las oraciones del celebrante se llaman apologías (acusaciones, confesiones) destinadas a humillarse y purificarse antes de acercarse al altar y durante la celebración de la misa.
El credo pasó a formar parte de la liturgia del bautismo a la misa durante las luchas contra el arrianismo. Fue necesaria la controversia adopcionista para que se introdujera el Símbolo de Constantinopla después de la liturgia de la Palabra.
El pan ácimo se generalizó en Occidente en el s. XI. Desde entonces los teólogos condenarán el pan fermentado.
El canon en voz baja y la “secreta”. La liturgia del país franco, en la segunda mitad del s. IX añade “en voz baja”. Se sitúa después del Sanctus. Afecta también a otras oraciones. Puede que comenzase a imponerse también en Roma.
Además hay unas adaptaciones del canon romano. La plegaria eucarística va a recibir añadidos. Al comienzo del canon se designa a los obispos al pasar de Roma a las demás Iglesias. En la oración sobre las ofrendas se insiste en aquellos por los que se ruega. La anamnesis se reduce y se añade un memento de difuntos.
También hay una transformación de los ritos de comunión. Al mismo tiempo que se introduce el pan ácimo se introduce la costumbre de comulgar en la boca. La comunión en el cáliz por intención es reprobada por el Concilio de Braga del 675.
Surge a su vez la devoción medieval (siglos XI-XIII). Lo que dará lugar al “misal plenario” y las misas privadas. Los primeros ejemplares del “Misal plenario” aparecen durante el siglo XI. Es un volumen en el que los textos de los cantos, lecturas y oraciones figuran a continuación unos de otros en el orden de su utilización y según la ordenación de los ritos de la Misa. La Misa privada está regularizada por la existencia de los misales, que se generalizan alrededor del año 1200,  llegando incluso a contaminar la Misa pública.
También se introduce el rito de la elevación durante los primeros años del siglo XIII, aparece el uso de la elevación de la hostia después de la consagración. Se comulga muy poco pero se tiene gran deseo de ver el sacramento del cuerpo de Cristo. La elevación del pan se extiende con rapidez por todo Occidente; la del cáliz no aparece hasta el último cuarto del siglo.
En la comunión de los fieles surgen dos consecuencias litúrgicas que van a cambiar la forma de celebración:
-          La rarefacción de las comuniones: los laicos se acercan muy raras veces a la comunión; incluso algunos autores pretendieron que la comunión del sacerdote valiese para toda la asamblea quedando así éstos dispensados de acercarse al sacramento.
-          El abandono de la comunión en el cáliz: la costumbre de retirar el cáliz a los fieles se desarrolló poco a poco en el siglo XIII. A partir de dicha época la comunión bajo una sola especie se generalizó rápidamente.
Poco a poco se va a producir un declive de la participación de los fieles. Porque los fieles que participan en la misa se van convirtiendo poco a poco en asistentes pasivos, cuya presencia ni se menciona en los libros litúrgicos.
En cuanto a los tratados se volverán más didácticos y aparecerán las primeras rúbricas. Estos tratados se apoyarán en los comentarios alegóricos. Se añaden una serie de interpretaciones extrínsecas conocidas como alegorías durante toda la Edad Media conocidos como Exposiciones misae. Son libros de meditación para los fieles.
En cuanto a las rúbricas de la misa. Los ceremonieros romanos, durante los ss. XII y XIII redactan ordines, verdaderos costumbrarios de la misas y el año litúrgico. En lo esencial todo el mundo utiliza la misma liturgia. Hay espacios de libertad en los que se pueden introducir oraciones privadas. En el s. XIII cada diócesis estableció sus propias costumbres. Las órdenes mendicantes, por comodidad, tendrán una práctica común que dará lugar a cierta preocupación por la unidad.
Hay una evolución de la misa en las Iglesias de Oriente. Esta evolución afectará algunos elementos como por ejemplo el santuario y la nave. En el s. VIII hallamos la denominación de “santo de los santos” para calificar el espacio que rodea al altar, sólo accesible a los sacerdotes, mientras que el pueblo permanece fuera de las rejas (canceles).
La preparación de la oblata también cambia, ya que en los orientales han permanecido fieles al pan fermentado, pero en occidente se abandona por el pan ácimo.
El credo apareció primero en Oriente. Respuesta a la palabra de Dios en Occidente, purificación de fe antes de la celebración de los misterios en Oriente, quiere manifestar la comunión de todas las Iglesias.
Se produce el silencio de la plegaria eucarística. Tendencia a decir en voz baja la plegaria eucarística aparece pronto en ciertas Iglesias.  Hay también una confrontación entre si la eucaristía se realiza por medio del relato de la institución o por medio de la epíclesis.
Por último, el autor cita las alegorías. Construidas alrededor de un simbolismo fundamental: la “divina liturgia”; todo el universo queda transfigurado por el Espíritu Santo. Todos los ritos de la misa son comentados desde esta perspectiva alegórica.

2.      Los orígenes medievales del ordo missae de 1570
Existen unos ritos iniciales que comienzan a poner en práctica comenzando con la praeparatio ad missam, preparación personal que se integra en el Ordo missae. Esta es el inicio de la celebración litúrgica que se compone de oraciones para revestirse. Las oraciones para revestirse tienen una significación alegórica con diferentes formularios para el obispo y el presbítero.
Una vez preparado el sacerdote, y revestido para la celebración, se inicia la misa con la procesión de entrada y una serie de oraciones que se realizan al pie del altar. Cuando la misa es cantada, empieza por el salmo de Introito. Los celebrantes, en el desplazamiento dicen unas oraciones en forma de Confiteor, que conlleva el reconocimiento del pecado y la petición de intercesión por los hermanos. Las oraciones prosiguen al pie del altar. Mientras sube las gradas, el sacerdote va recitando en voz baja una o varias oraciones que preceden al beso del altar. En las Misas solemnes tiene lugar entonces la primera incensación, con la fórmula de bendición del incienso. Después se producen los cantos y las oraciones presidenciales, para las cuales el misal se coloca en el lado situado hacia el sur, el celebrante lee el Introito, y después de los Kyrie, el Gloria si hay, y el saludo, se proclaman las Colectas.
Se da paso a la liturgia de la Palabra, en la cual se leerán las lecturas. Las lecturas se leen en el mismo lado pero el Evangelio en el lado norte. La Palabra de Dios se proclama en una lengua extraña para el pueblo, por lo que están más pendientes de la proclamación que del contenido. Se producen cantos como el gradual, el aleluya y el tracto, algunas veces la secuencia, que sirven para englobar la liturgia de la Palabra. Sin embargo la predicación tiende a desligarse de la liturgia, tratándose en la mayoría de las ocasiones, no de una homilía sino de una exposición dogmática y moral. Algunas veces se realizaban en su lugar las oraciones “du prône”.  Aparecen, a principios del siglo X, una invitación dirigida al pueblo a orar por diversas intenciones diciendo un Padrenuestro en voz baja, al que el sacerdote añadía una oración apropiada a cada admonitio. Posteriormente se integró en el prône (o plática). El Concilio de Trento dará a dicha práctica una gran extensión.
Pasando de la liturgia de la Palabra a la liturgia eucarística, es importante señalar el momento del ofertorio, el cual es un momento privilegiado para las oraciones privadas del celebrante y por ello también se producen las mayores diferencias locales. Hay oraciones que acompañan a determinados gestos, fórmulas de “apología” y duplicados de la plegaria eucarística. En cuanto al texto del canon está ya fijado. Sólo se permite añadir nombres de santos al Communicantes y al Nobis quoque. La plegaria eucarística se rodea de silencio, o de cantos y la elevación adquiere gran importancia en la piedad popular.
En el rito de la comunión se producen amplificaciones en el Padrenuestro, en el rito de la paz y en la fracción del pan, los cuales varían según el lugar de celebración. La comunión del sacerdote entraña una gran diversidad de oraciones silenciosas del celebrante. En la comunión de los fieles se utilizan panes de reserva, aunque la rúbrica del misal de Pío V supone que proceden de la misa en la que participan.
Por último, en los ritos de comunión es importante la conclusión con las palabras “Ite missa est” o “Benedicamus domino”. En el siglo XI se atribuyó la primera expresión de despedida a las celebraciones que tienen el Gloria in excelsis, y la segunda a las demás. Como al principio de la Misa, el altar era saludado con un beso. En el Misal de Pío V, la fórmula y el gesto siguen al ite missa est y preceden la bendición. La bendición es un añadido tardío. El Misal tridentino le concede el rango que le damos hoy. Antes de abandonar el altar se recitaba el llamado último evangelio. El prólogo del Evangelio de san Juan fue propuesto como oración privada para el celebrante, extendiéndose la costumbre de recitarlo al dejar el altar.

3.      La celebración de la eucaristía en occidente desde el Concilio de Trento hasta el Concilio Vaticano II
El Concilio de Trento fue convocado en el contexto de la reforma protestante con el deber de afirmar con claridad la doctrina católica, y oponerse a determinados abusos como el caso de la lengua litúrgica, que no debía ser la lengua vulgar del pueblo. La misa debe ser celebrada interiori cordis munditia et puritate, atque exteriori devotionis pietatis specie, eliminando de ella supersticiones, estipendios indebidos, músicas profanas… El Concilio dejó al papa la misión de publicar un nuevo misal.
Por eso apoyado en esa misión que el Concilio le encomienda al Papa, en 1570 se produce un proyecto claramente reformador: desaparecen multitud de fiestas de los santos, se frena la multiplicación de las Misas votivas, se pone orden en las oraciones privadas y gestos del celebrante, se reducen los cantos a los de la misma liturgia de la Misa (para Misas cantadas se establecen prescripciones especiales denominándolas celebraciones “conventuales”). El ambicioso programa innovador de Pío V no pudo ser plenamente realizado y se conservaron muchos elementos añadidos después del período carolingio. Gracias a la imprenta, pudo llevarse a cabo una unificación con este ejemplar tipo para todas las Iglesias de Occidente.
Existen así mismo unas prácticas eucarísticas que se van a desarrollar y fomentar en los siglos XVII al XIX. Por ejemplo el culto al Santísimo Sacramento. Llevó al desarrollo de las devociones eucarísticas, purificadas y bien controladas, que escapaban a la reglamentación de los rubricistas. Las bendiciones con el santísimo y las adoraciones prolongadas adquirieron gran importancia.
Pero cabe señalar que estas prácticas no menguaron el valor de la Eucaristía. De hecho el desarrollo de las devociones eucarísticas (bendiciones con el santísimo, adoraciones prolongadas), no hicieron perder su sentido a la misa dominical, incluso se hace más inteligible por las demás festividades eucarísticas. Suele celebrarse la misa ante el Santísimo Sacramento expuesto. La ausencia de comunión sigue siendo muy habitual llegándose incluso a una “Misa de comunión” para los que querían comulgar sin ponerse en evidencia. Para muchos cristianos la asistencia a la misa del domingo era una costumbre inscrita en las obligaciones de la vida social. También estaba el aspecto propiciatorio que los llevaba a presentar ofrendas para que el sacrificio se celebrara para ellos y por los suyos.
Junto a las misas hay un auge de las catequesis y de la participación de los fieles. Pero hay que tener en cuenta que los cristianos sólo van a Misa los domingos. Por eso se hizo un gran esfuerzo por formar a los fieles en la comprensión del sentido de la Eucaristía gracias a una serie de comentarios litúrgicos. Estos van desde los libros de formación para el clero hasta las “explicaciones de la Misa” para los laicos. La conclusión que se saca es que los asistentes tienen que orar inspirándose en lo que es la Eucaristía, aunque no se comprendía el papel verdadero de una asamblea celebrante.  Algunos elementos del Misal se publicaron en varias lenguas en los siglos XVII y XVIII. Los “ejercicios para la santa Misa”, proponen una serie de meditaciones de las fórmulas litúrgicas para la celebración (podían recitarse en voz baja para unirse al sacerdote).
Así mismo, aparecen los misales neogalicanos; que desde el segundo cuarto del s. XVIII hasta mediados del s. XIX, numerosas diócesis francesas abandonando la edición tridentina, editaron sus propios Misales (neogalicanos). La liturgia neogalicana contiene grandes riquezas de las que se aprovecharán las reformas más recientes.
Por último hay que darle un pequeño repaso a las últimas reformas que se hicieron, antes de la publicación del Misal de Pablo VI. Con San Pío X se realizó una nueva edición del Graduale Romanum, publicó un Decreto sobre la comunión frecuente y cotidiana, y una reforma del Misal. Pío XII vio que al multiplicarse los Misales de los fieles, éstos podían ya seguir la Misa y tomar parte activa en ella, redescubriéndose además el sentido de la asamblea; Pío XII consagra los resultados de dicha tarea y la aspiración de una reforma litúrgica empezaba a ser seriamente contemplada. San Juan XXIII en el Codex rubricarum de 1960 reunió y unificó las modificaciones en las reglas de celebración, introduciendo algunos cambios. El papa hace un retoque del canon con la mención de la Virgen María y san José en el Communicantes. Así mismo el beato Pablo VI cuando estaba a la espera de la publicación del nuevo Misal, introduce modificaciones en el Ordo missae.

Sección cuarta: La celebración de la eucaristía después del Vaticano II
1.       El ordo missae de Pablo VI
El ordo Missae de Pablo VI, nace dentro del espíritu propio de la reforma del Concilio Vaticano II. La Institutio generalis está animada por una voluntad de interpretación y un deseo de pedagogía: a medida que se dan las reglas, se van explicando, relacionándolas con la tradición y de acuerdo con las aspiraciones pastorales de la Iglesia.
De hecho surgen de una fe inalterada y una tradición ininterrumpida. Manifiesta la continuidad en la doctrina católica de la Eucaristía (naturaleza sacrificial de la Misa, presencia real del Señor bajo las dos especies, naturaleza del sacerdocio ministerial y bautismal, así como el sentido auténtico de la tradición viva de la Iglesia).
Podemos verlo, por ejemplo en la asamblea que es presentada como el primer actor de la celebración; la Misa normal es aquella en que el pueblo está presente, en otras circunstancias se harán las necesarias adaptaciones. Por su parte, los ministros por su ordenación, que le hace representante de Cristo cabeza, por la que debe ejercer su servicio al Pueblo de Dios. Los demás ministros están previstos según las necesidades de la comunidad. Además se produce un retorno a las fuentes propias de la Iglesia. A menudo el Misal hace volver a las formas más antiguas para aprovechar sus aportaciones positivas.
Hay que ver algunos cambios, sobretodo litúrgicos, y teológicos que se aplican a algunos de los ritos eucarísticos. Lo que da sentido, por ejemplo, a los ritos iniciales es el paso de la dispersión de la vida cotidiana a la asamblea que se constituye. El canto de entrada es el primer acto de la celebración en su triple función: fomentar la unión de quienes se han reunido; introducir a la contemplación del misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta; acompañar la procesión del sacerdote y los ministros. En el saludo, es importante que éste se sitúe en su lugar al principio de la acción litúrgica porque manifiesta la presencia del Señor significada por el ministro ordenado y el carácter gratuito de la reunión (convocada por Dios). Hay distintas fórmulas de saludo a tener en cuenta, y se realiza la señal de la cruz para significar la presencia de estar ante Dios. La monición de entrada introduce al pueblo en la misa del día.
En la preparación penitencial el pueblo se vuelve hacia su Señor para reconocerse pecador y prepararse a aceptar el don de Dios realizando sus misterios (acto penitencial); tras un tiempo de silencio todos dicen el “Yo confieso…”  (Sustituible por las palabras del salmo 84,2, o bien por dos Kyrie, dos Christe y dos Kyrie).
El Gloria in excelsis se reserva sólo para “los domingos, fuera de los tiempos de adviento y de cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes”. La colecta es única en cada Misa, ofrece gran variedad y siempre termina con una conclusión trinitaria.
En la liturgia de la Palabra hay que tener en cuenta que es una parte de la celebración que se realiza en presencia del Señor pues “es Él quien habla, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura” y los fieles son alimentados en “la mesa de la palabra”.
Por eso las lecturas, el salmo responsorial y el aleluya, se pretendieron que al proclamarse, la Palabra de Dios se leyera más ampliamente, de forma que en un determinado periodo de años, se vean las partes más significativas de la Sagrada Escritura. Para ello, el Leccionario se hizo independiente del Misal, siendo el ambón el lugar desde el que se anuncia la palabra. Los domingos y solemnidades tienen dos lecturas bíblicas antes del Evangelio; los demás días, sólo una. Después de la primera lectura se canta un salmo en él participa la asamblea repitiendo la antífona. El Evangelio es proclamado por un diácono o presbítero distinto al celebrante cuando es posible. El aleluya se canta antes del Evangelio con un versículo bíblico; en Cuaresma se omite. Se conservan las secuencias del misal anterior. Al final de las lecturas se dicen las fórmulas del antiguo Ordo missae.
Además se produce una nueva ordenación del Leccionario dominical, atendiendo a la siguiente estructura:
-          El Evangelio: los evangelios sinópticos se proclaman, repartidos en tres años, en los domingos del tiempo ordinario (Mateo año A, Marcos año B, Lucas año C, Juan completa Marcos, que es más breve, del domingo 17 al 26 del año B, y sobre todo es proclamado en cuaresma y pascua).
-          El Antiguo Testamento: no se establece una lectura continua, sino que para cada evangelio se busca un pasaje del Antiguo Testamento que pueda corresponderse con él pues el Evangelio es cumplimiento de las profecías, promesas y esperanzas de Israel. No obstante, en adviento y navidad domina Isaías, y en el tiempo pascual las lecturas veterotestamentarias se sustituyen por los Hechos de los apóstoles. El salmo se escoge en función de la lectura que lo precede.
-          El “Apóstol”: la segunda lectura sigue su orden propio con pasajes del Apocalipsis y epístolas de Pedro y Juan durante la pascua y Santiago y Pablo en el resto del año. En adviento, navidad y cuaresma es sustituida por diversos libros del Nuevo Testamento.
Sin embargo, en los tiempos de ferial, la organización del Leccionario responde a este otro esquema:
ü  Los tiempos privilegiados: las lecturas se establecen por una especie de compromiso entre una cierta adaptación a los misterios celebrados y cierta lectio continua, de esta manera en adviento tenemos la alegría y esperanza del libro de Isaías; las ferias que siguen a la fiesta de Navidad se lee la primera epístola de Juan que ilumina significativamente el misterio de la encarnación, en cuaresma el evangelio se escoge en función del tema de la llamada a la conversión y la penitencia, etc.
ü  El tiempo ordinario: los evangelios son los mismos cada año, se lee primero Marcos (semanas 1 a 9), después Mateo (semanas 10 a 21) y Lucas (semanas 22 a 34).Para la primera lectura, todas las epístolas, excepto la de Judas y la primera de Juan, proporcionan perícopas abundantes así como el Apocalipsis. La elección pretende dar una visión de conjunto de la historia de la salvación antes de la encarnación.
La ordenación del resto de leccionarios se realiza eligiendo lecturas que pongan de relieve un aspecto de la vida espiritual o actividad del santo que se celebra. Las simples memorias tienen lecturas propias pero su uso es facultativo, excepto si se trata de personajes bíblicos que se mencionan en las mismas. También existe una ordenación propia para las misas votivas, las misas de difuntos, las misas ad diversa, y las misas rituales. Hay posibilidades de elegir unas lecturas u otras, dependiendo de si la lectura continua quedó interrumpida por una solemnidad, fiesta o celebración particular, se pueden tomar otro día las perícopas omitidas, si se las prefiere a las que están asignadas para aquel día, incluso se podrían juntar las dos lecturas. Caso de comunidades que no participen de la Misa cada día y no puedan aprovecharse de la lectio continua, la elección es más flexible, en función del bien espiritual de los fieles. En grupos particulares se podrán leer textos adaptados a la circunstancia, siempre que sean de un Leccionario aprobado.
La homilía es la parte integrante de la liturgia de la Misa, explica los textos proclamados y constituye un punto de unión del misterio celebrado con la vida de los fieles. Debe hacerse los domingos y fiestas de precepto y es muy recomendable los demás días.
La profesión de fe es como se designa al Credo en el nuevo Misal. Es una expresión que evoca el bautismo y la recepción de la palabra para acceder al sacramento. El símbolo sólo se recita los domingos de todo el año, solemnidades y celebraciones particulares que se quieran destacar.
Por último en la oración universal el pueblo ejerce su oficio sacerdotal rogando por todos los hombres. Es introducida por una invitación y concluida por una oración del presidente.
Pasando a la liturgia eucarística, propiamente el momento central de la eucaristía, vemos que ésta comienza con la preparación de los dones. Se trata de repetir lo que Cristo hizo en la cena, siendo la colocación sobre el altar de la materia del sacrificio, la manera más significativa de expresarlo. Este conjunto de ritos ya no se denomina “Ofertorio” sino Praeparatio donorum. Es deseable que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles y el sacerdote que los recibe no tiene que elevar la patena y el cáliz en gesto de ofrenda sino disponerlos sobre el corporal, sosteniéndolos primero un poco por encima de la mesa, mientras pronuncia una oración que designa el pan y el vino como frutos de la naturaleza siendo tanto dones de Dios como producto del trabajo humano. El cáliz puede preparase en al credencia con una oración privada del diácono o sacerdote mientras derrama el vino. Se pueden incensar los dones una vez dispuestos sobre el altar y después el diácono o un ministro pueden incensar al sacerdote y al pueblo.
Aunque desaparecen muchas de las oraciones privadas que había antiguamente, el nuevo Ordo conserva todavía tres oraciones privadas, que deben decirse en voz baja. La primera acompaña a la inmixtión del agua (per huius aquae et vini mysterium…); la segunda proviene del antiguo ofertorio (In spiritu humilitatis…); la tercera acompaña al lavabo y expresa el deseo de purificación interior (Lava me, Domine, ab iniquitate mea,…). Después se pasa al “Orate frates” donde se dirige a todo el pueblo como invitación a entrar en la acción eucarística. De ahí se realiza la oración sobre las ofrendas que ya no se dice en secreto y concluye la preparación de los dones. En las memorias que carecen de texto propio, esta oración puede tomarse del común o de la feria.
Se han producido una serie de modificaciones en la plegaria eucarística. En el relato de la institución y la aclamación de anamnesis a las palabras Hoc est enim corpus meum, se añade, quod pro vobis tradetur, que expresa la referencia al misterio pascual. Después de la evocación de la cena se ha introducido una aclamación que se dirige a Cristo, y de la que el Misal da tres formulaciones distintas. La cláusula Mysterium fidei fue trasladada al final del relato de la institución, como introducción a la aclamación de los fieles. El aumento del número de prefacios: el nuevo Misal ofrece más de veinticuatro que intentan expresar la acción de gracias en armonía con la teología propia de los tiempos y fiestas.
También se han añadido nuevas plegarias eucarísticas. Los tres nuevos formularios presentan características comunes: el Espíritu Santo es invocado sobre el pan y el vino, para que los cambie en el cuerpo y sangre de Cristo. Al final de la anáfora, se ponen todas las intercesiones de una sola vez. La conclusión es siempre la misma: “Por Cristo, con Él y en Él…”. También hay diferencias entre las distintas plegarias eucarísticas: la expresión de la acción de gracias, las palabras consagratorias, la anamnesis y la invocación de los frutos del sacrificio sobre los comulgantes, las intercesiones. En el canon romano se admite, además de los diversos prefacios, unas cláusulas variables según las circunstancias, son los embolismos de la plegaria eucarística. Para la Misa romana, la Institutio generalis da algunas indicaciones sobre el uso de cada formulario, siendo el criterio esencial de orden pastoral.
La meta de toda la celebración y cumbre de la participación de los fieles es la comunión. Ésta viene preparada por unos ritos que forman una secuencia de unidades ordenadas: En primer lugar el Padrenuestro que se reza o canta por toda la asamblea. Tras éste va el rito de la paz una invitación del diácono o, en su defecto, del sacerdote, cada uno intercambia con sus vecinos un gesto fraterno. Todo esto va precedido de una oración del presidente que procedía de la devoción privada del ministro antes de la comunión, pero que ha cambiado de función: Señor Jesucristo, que dijiste… La fracción del pan significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo. Asimismo es recomendable, para una participación más perfecta en la Misa, que los fieles reciban, después del sacerdote, la comunión del mismo sacrificio (por lo menos una parte de los comulgantes, para lo que pueden usarse panes lo bastante grandes). La invocación del Agnus Dei, puede repetirse varias veces para que se tenga tiempo de partir todos los panes.
Para la preparación inmediata a la comunión es conveniente que la comunión vaya precedida de un momento de recogimiento, para lo cual el sacerdote puede recitar en voz baja la oración Domine Iesu Christe Fili Dei vivi… (Había otra posible oración pero fue integrada en al rito de la paz, como ya vimos). El celebrante muestra luego a los fieles el pan eucarístico. A la expresión Agnus Dei (que se responde con Domine non sum dignus), viene añadida un versículo del Apocalipsis: Beati qui ad cenam Agni vocati sunt.
El diálogo entre el ministro y el comulgante que profesa su fe en la Eucaristía (Corpus Christi-Amen) es una novedad del rito a la que se añade: la facultad de recibir la comunión en la mano: costumbre que se abandonó en la edad media por motivos de respeto hacia la Eucaristía, la misma razón que invocan muchos ahora pues extender las manos les parece más humano que abrir la boca y sacar la lengua. La comunión en el cáliz: se restituye el acceso de los fieles al cáliz en determinadas circunstancias. Aunque la realidad sea la misma en ambas especies, los signos del pan y de la copa expresan toda la riqueza del sacramento. Los ministros de la comunión: la mediación de un ministerio, manifiesta que la Eucaristía es un don que se recibe. Solo la toman directamente de la mesa del sacrificio el obispo y los presbíteros, que en cierto modo constituyen una sola cosa en el altar. Son ministros ordinarios de este rito los que han recibido ordenación, que cuando no son suficientes pueden recurrir a ministros extraordinarios (laicos que han recibido el acolitado). La procesión y el canto de comunión: la antífona de comunión es bíblica, y a menudo evangélica. Es la indicación del canto que suele acompañar la procesión de fieles que se acercan a recibir al Señor. Cuando no se canta, es leída por uno o varios miembros de la asamblea o por el mismo sacerdote, con el fin de alimentar la oración.
Después de la comunión el diácono o el sacerdote, purifica la patena y el cáliz en un lado del altar o en la credencia (también puede hacerse después de la Misa). Después el sacerdote y los fieles pueden orar recogidos durante un rato (puede también cantarse un himno, salmo o canto de alabanza). La “oración después de la comunión”.
Por último en los ritos de conclusión observamos que constan de: el saludo del celebrante; la bendición (que puede ser más solemne según circunstancias), el Misal ofrece diversos formularios en apéndice; la despedida: Ite missa est, traducida por “Podéis ir en paz”.
En conclusión, el nuevo Ordo missae aporta los elementos de una participación de los fieles conforme al objetivo primero que se le había señalado. La armonía de las diversas funciones queda bien establecida: cada ministro y la misma asamblea cumplen respectivamente la que les compete.

2.      La concelebración eucarística
Hay que partir de la idea de la unidad del sacerdocio, para entender que ya desde la antigüedad ésta se comprendía en el mismo altar. En los primeros años del siglo II, en un texto de san Ignacio de Antioquia se hace hincapié en la unidad: una sola eucaristía, un solo cáliz, un solo altar, un solo obispo con el colegio de ancianos y diáconos. Posteriormente, con la Tradición apostólica de Hipólito de Roma, se tienen indicaciones más precisas sobre la participación de los presbíteros en la Misa del obispo. Otro testimonio existente es el de la Didascalia de los apóstoles, donde aparecen dos celebrantes ofreciendo un único sacrificio y ejerciendo un único ministerio sacerdotal. El Ordo III (siglo VIII) señala a los cardenales presbíteros rodeando a su obispo en el altar y diciendo con él el canon, sosteniendo tres panes, dentro de la Misa estacional para las grandes fiestas del año.
La persistencia de las concelebraciones varió en todos los ámbitos de la Iglesia. En Oriente se conservó según las costumbres diversas de cada una de las Iglesias. Pero en occidente en la edad media se conservaron las ceremonias colegiales para las solemnidades. En Roma celebran los obispos junto con los presbíteros recién consagrados en la Misa de su ordenación. Santo Tomás señala solo la concelebración de los recién ordenados subrayando que “el sacerdote consagra in persona Christi” y que “varios son uno solo en Cristo”, por lo que “poco importa que sean uno o varios  los que consagren, a condición de que se observe el rito de la Iglesia. Pío XII dirá que en la “concelebración Cristo, en lugar de actuar por medio de un solo ministro, actúa por medio de varios…los celebrantes deben decir por sí mismos sobre el pan y el vino: Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre; de lo contrario su concelebración es meramente ceremonial”.
En el actual ritual, la concelebración está contemplada y muy recomendada en algunos casos. El celebrante principal es normalmente el obispo, cuando no está se puede decir que la presidencia es colectiva, pues el celebrante principal es sólo un primus inter pares; cualquier sacerdote puede desempeñar este papel. Es importante que ese ministerio colegial esté significado por una persona que sea la única que salude a la asamblea, dialogue con ella, pronuncie las moniciones y oraciones presidenciales, muestre el pan y el vino consagrados y bendiga al pueblo reunido.
Los demás concelebrantes de la celebración contribuyen con su participación a la acción común:
-          Las palabras: algunas se dicen unánimemente por todos (primera epíclesis, relato de la institución, anamnesis, segunda epíclesis y conclusión), prescribiéndose se pronuncien en voz baja para hacer distinguir la voz del celebrante principal.
-          Las actitudes: los concelebrantes se agrupan alrededor del altar después de la preparación de los dones; los otros ministros deben evitar colocarse entre ellos y la mesa del sacrificio. La primera de las oraciones comunes se dice con las manos extendidas, y se les invita a mantener la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz. A estos gestos hay que añadir la inclinación profunda después de cada una de las dos elevaciones, y durante el Supplices del canon romano.
-          La comunión y las acciones de suplencia: los concelebrantes comulgan bajo ambas especies. Si preside el obispo conviene que reciban de él el pan consagrado; de lo contrario lo toman ellos mismos del altar o se pasan la patena. La copa les es presentada por el diácono; también puede estar sobre la mesa del sacrificio, a la que se acercan sucesivamente.
-          El ornamento: los concelebrantes se revisten como si celebrasen solos; por un motivo justo, pueden contentarse con la estola sobre el alba.
La actividad de los celebrantes se inserta en el marco de la participación de todos. Toman parte en el canto del pueblo, y muy especialmente en el Sanctus. El círculo de los ministros alrededor del altar tiene que permanecer ampliamente abierto hacia el lado en que se hallan los fieles. La unidad que expresa este rito se extiende a todo el pueblo sacerdotal, alrededor de quienes han recibido la gracia de presidirlo

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