jueves, 12 de febrero de 2015

Stábat Mater

Cuando uno se matricula en un seminario de filosofía, titulado Guerra, milicia y humanismo y termina hablando de las bases más fundamentales de su credo católico, contrasta sus ideas con las de otros compañeros y culmina el curso sometiéndolo todo a la figura de María, no puede más que quedar sorprendido por el avance de los acontecimientos. Por eso, en este comentario, me gustaría plasmar una idea última, que a ejemplo de la mentalidad latina cierre todas las ideas volviendo al inicio, haciendo un círculo.
Para ello que mejor que María con la que cerrábamos todas las reflexiones y que es a la vez el mayor ejemplo de piedad, como empezábamos las clases. Dice la traducción, realizada por el insigne Lope de Vega, al himno gregoriano del “Stábat Mater”: La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el hijo pendía. Esto nos pone ante María, como una mujer piadosa que llora la muerte de un caído por una causa justa. Volviendo de esta manera a los conceptos iniciales de caídos y de piedad. Si el mayor acto de piedad era el enterrar a los muertos, hay que constatar que María será una de las personas que están presentes, en la muerte y en el entierro de Jesús, y como bien indican, una vez más las devociones populares de nuestra tierra (misterio de la Carretería), ella se encontrará con tres necesidades en este momento para poder ejercer su ejercicio de la piedad. ¿Cómo podía una galilea pobre encontrar una escalera, para bajarlo; una sábana, para envolverlo; y un sepulcro, para enterrarlo, estando tan lejos de su tierra? Pues gracias a la generosidad de los que reconociendo la caída de un justo (José de Arimatea y Nicodemo), se ponen a honrar la memoria del que más vale honra que barcos, o lo que se podría decir, más vale una causa justa que todos los bienes funerarios del imperio romano.
Pues ante el misterio de la muerte, siempre me ha sorprendido aquella historia que se cuenta de Alejandro Magno, el cual pidió que en su funeral se le trasladara en una caja de madera con los brazos fuera, portado por los mejores médicos del momento y a su paso se fueran esparciendo objetos de valor. De esta forma pretendía demostrar que ante la muerte las manos poderosas se entierran en debilidad, ni los mejores médicos del mundo pueden evitarla y todos los tesoros que acumulemos quedan en este mundo de tránsito. Y esto de la muerte le ocurre hasta al mismo Dios, que no quiso privarse de nada en su estancia en la tierra. Igualmente, ante la muerte del que es verdadero Dios, nos hayamos con que junto a él permanecen mujeres, un joven y un par de incógnitos pseudo-discípulos que no habían llegado a creer del todo lo que decía, pero reconocen en su muerte una causa justa.
Así también se vale Dios de los últimos, para honrar todos los períodos de la vida, incluida la muerte. Pues pudo haber sido devorado por alimañas en el árbol de la cruz y, sin embargo, es acogido en el sepulcro por caridad, de uno, todo sea dicho, de los miembros del propio sanedrín que lo había condenado. Como el acto de piedad que supone enterrar a los muertos.
Pero Cristo, no podía ser un muerto cualquiera, sino no hubiera podido demostrar su grandeza como hijo de Dios en la tierra y por eso momentos antes cuando estaba agonizando se permite rasgar el velo del templo. No con la delicadeza con la que Novalis, señala al joven novicio que se acerca a la estatua de Isis y delicadamente retira el velo de la cara, sino que Dios ante la muerte de su hijo, arranca el velo del Santo de los Santos donde para los hombres de su tiempo, él habitaba. Abandona los límites demarcados y lo posee todo, causando grandes terremotos y desafiando toda lógica (hasta los muertos anduvieron fuera de sus tumbas).
Y a pesar de que ocurriera todo esto, es sorprendente que pocos permanecieran junto a él, entre los que ignoraron lo ocurrido, no supieron interpretarlo y los que estaban ocultos por el miedo. Volvemos a darnos cuenta de quienes están en el sepulcro ese día: Unas discípulas femeninas (María entre ellas), un joven discípulo (Juan) y dos seguidores que no entenderían ni su papel en la escena (José de Arimatea y Nicodemo). Luego, con el paso del tiempo, habrá el que quiera apuntarse el tanto de haber matado a Dios, cuando en realidad ni estaban allí presente, estos serán los filósofos de la sospecha, con Nietzsche de portavoz diciendo que Dios ha muerto. Como si no lo supiéramos, lo que pasa que él no ha comprendido la segunda parte.
Una segunda parte en la que debemos de hacer referencia al principio cristiano de la Kénosis. La Kénosis que significa el abandono, en la que el hijo abandona la condición de dios, y toma la posición de esclavo, pasando por uno de tantos, como dice San Pablo. Kénosis que, en este caso, significa el abandono de la potencia originaria y la elección de lo débil, lo mortal. Es dejar atrás la forma del Dios padre, para tomar la forma del esclavo, una estructura de libertad que marca la auténtica religión. La que no sufre nostalgia del poder perdido. La que no se pierde en la memoria de un origen poderoso. Su divinidad se ve velada en la cruz, ya que no deja de ser dios y toma una condición de presencia en la debilidad del hijo, esta podría llegar a ser una postura maniquea, pro también es necesario de vez en cuando ver a Jesús como vencedor del mal, ya que es el sumo bien. El  que se entrega por los otros sin dejar de ser el dios bueno, que vence al pecado, como una especie de dios malo, o mejor aún el no-Dios (filosóficamente diríamos el no-ser).
Pues para esto de la muerte, que sería el no-ser, tiene una respuesta Jesús, pues no se queda en la tumba, descansando en paz, sino que sale de ella para callar más de una boca, y demostrar una vez más que es verdadero Dios. Como vemos en la bonita reflexión del himno de vísperas ¿Qué ves en la noche, dinos centinela?, cuando nos dice “nunca tan adentro tuvo al sol la tierra”, lo cual me sigue recordando el mito de la caverna de Platón. Ya no es necesario que salgamos de la caverna para ver el sol, pues el propio sol se nos ha metido dentro. Se ha encarnado en la tierra. Seguramente porque ya estaba el propio sol cansado de tener que esperar fuera y de ver que seguíamos contentarnos con las sombras del interior de la caverna. Tal vez deberíamos de haber intentado con más ahínco hacer el esfuerzo de salir. Aunque no digamos que no se está bien ahora con el sol dentro y al resguardo de la cueva.
Pero seguimos mirando a ese Dios que está muerto y con un cuerpo lleno de llagas y heridas, maltratado, castigado. Pero aun así nos dice el anteriormente citado himno: “Cristo entre los vivos y la muerte muerta. Dios en las criaturas y eran todas buenas”. Si es que la muerte de Jesús rompe esquemas, es impensable de una forma racional saber que ha ocurrido con la muerte de Dios. La muerte de verdad no la de los filósofos que con palabras escritas piensan suplir lo que sus antecesores no lograron en el campo de batalla, como aquellos equipos de fútbol que no marcan un gol y quieren ganar partidos en los despachos. Pero Dios no es de palabra sino de acciones. Por eso sustituye el famoso descansa en paz, con el saludo de la vida: la paz esté con vosotros.
Y todo esto es gracias a que resucita. De ahí la grandeza de la muerte de Jesús, en que de la debilidad, se produce su enaltecimiento en una vida resucitada. Y dice la gente, no sabemos que hay tras la muerte porque de allí no ha vuelto nadie. Falso, sabemos que el que ha vuelto que es Jesús nos trae una vida nueva. Una vida que escapa de los estándares de cuerpo físico o espiritual. Es un cuerpo glorioso, una mezcla de ambos. Un cuerpo capaz de comer pescado y a la vez de atravesar paredes.
Un cuerpo glorioso que se presenta ante María Magdalena por la mañana y hasta la tarde no llega a los discípulos que van camino de Emaús, y mientras tanto ¿Qué hizo en ese primer día de su nueva vida? Pues una tradición popular nos lo sitúa yendo a consolar a su madre. Seguramente de este encuentro no hay constancia evangélica porque maría se reservaría para ella las palabras de su hijo. Todas las cosas las meditó siempre en el corazón. Ella solo habló para dar gloria a Dios (magníficat), para animarlo a hacer lo que tenía que hacer (bodas de Canaán) y para encarnar el misterio de Dios (la encarnación). Pocas apariciones hace y nunca en protagonismo propio. Pero me gustaría pensar que como buen hijo corrió ante los brazos de su madre para comunicarle la buena noticia de la resurrección.
Más adelante la quemaría con las llamas del Espíritu Santo, cuando la ya anciana parturienta, estuviera amamantando con su fe a la recién nacida Iglesia. Pues María estaba como madre en medio del cenáculo el día de Pentecostés. Como madre que había parido a los pies de la cruz a la Iglesia y que desde aquel día el discípulo la recibió en su casa. Es el misterio de la Iglesia el que a su vez es engendrado por María. Pues no solo encarna al hijo de Dios sino que además es la Madre de la Iglesia desde el ara de la cruz. Siempre virgen y dos veces madre. Su primer parto en Belén sin dolores ni sangre nos trajo a Jesús al mundo y, en su segundo parto, rodeada de sangre y dolor nos trae a la Iglesia.

Pues María es una testigo excepcional en la vida de Jesús. Es la que está siempre en los mejores momentos, y además la que los hace posible. Pues no es cuestión de plantearse el que a Gabriel le hubiera dicho que no. Por eso es tan importante María para entender a Jesús, porque ella ha hecho posible que todo se cumpla. Ella es un diccionario en el que entendemos el lenguaje de Dios no solo interpretado en el hombre, sino que además practicado por el mismo hombre. Es una intérprete magnífica de la palabra de Dios, y aunque aún no se haya pronunciado el magisterio de manera firme, me atrevería a catalogarla de mediadora de la gracia. Cosa que ya hizo el ángel Gabriel al saludarla con las dulcísimas palabras: ¡Ave, llena de Gracia! Y casualmente este año se celebra en mi pueblo los 800 años de la devoción a nuestra patrona, la virgen de Gracia. Si la devoción popular lleva mínimo 800 años pidiéndole a ella la Gracia, y el ángel en la anunciación la proclamó así, no sé qué esperan para dogmatizar lo que ya es de facto una verdad teológica. Aunque voy a reservarme el ánimo a llegar a estudiar teología, para pronunciarme con más conocimiento de causa. Esto solo es una reflexión de un cristiano de alpargatas, que ha querido plasmar unos pensamientos que tenía en la cabeza, fruto de todo lo que he ido rumiando en este seminario sobre guerra, milicia y humanismo.

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