La antología aristotélica se apoya en el principio de la ousia. Gibson apoya sus ideas en cinco principios que supone en verdad el centro de su antología aristotélica.
Sustancia
Sería la unidad ontológica, el sujeto. Subsiste por sí misma. La sustancia es aquello que soportando los accidentes les otorga ser. Es el sujeto que se representa imaginativamente como “estando debajo” de accidentes, soporta los accidentes y permanece ante los cambios.
Sustrato
La ousía es contraria al accidente como sustrato. Sobre él recaen los accidentes. El sustrato es la materia sobre la que se produce el cambio, el material de lo que la cosa es.
Naturaleza
La naturaleza es cualquier sustancia concebida como principio intrínseco de sus propias operaciones. Toda verdadera sustancia es naturaleza, ya que se mueve, cambia y actúa.
Acto
El acto es la posibilidad realizada. El ser en Aristóteles es siempre ser en acto. Las ideas de Platón serian meras metáforas como no son capaces de explicar las características de este mundo sensible, su movimiento y sus cambios. Toda sustancia debe, acorde a su naturaleza, ser un acto. El Ser es energía y eficacia, por eso el acto tiene dos significados:
- Actus primus: el acto que es la cosa misma o que la misma es.
- Actus secundus: cualquier acción particular que esa cosa ejerce. Si se toman en su conjunto todos los actos segundos que una cosa dada ejecuta, se hallará que constituyen la realidad misma de la cosa.
Quididad
Para Aristóteles la sustancia sería equivalente a nombrar al Ser, ya que sustancia y Ser es idéntico a lo que un ser es. Él equipara ambos términos y dirá: lo que primariamente es, la sustancia de lo que es, lo que la cosa es. En resumen, la “quididad” de una cosa es su mismo ser. La quididad señala las notas esenciales de la sustancia, el problema de esta definición formal es que bajo este punto de vista la ousia es la misma para muchos sujetos. Aunque solo el individuo es verdaderamente ser, el principio que hace inteligible al individuo es universal. Ésta tensión entre lo individual y lo universal solo será resuelta en el pensamiento de santo Tomás de Aquino (Gibson) que resuelve la problemática y lleva a plenitud la intención aristotélica. En santo Tomás lo individual encierra lo universal de manera que de un individuo decimos que existe porque contiene un ser. Un ser que al mismo tiempo individualiza y permite que la cosa sea. Universaliza al mismo tiempo que individualiza.
En este blog se publican los trabajos realizados por José Antonio De la Maza, Licenciado en ciencias políticas y de la administración y Bachiller en Teología. Espero les sean útiles
jueves, 12 de febrero de 2015
Comentario sobre: "Verdad del mundo" de H.U. Von Balthasar
Von Balthasar
presenta en su obra Teológica I, la verdad del mundo. Trata de este
trascendental del ser (la verdad) como algo que se descubre al contacto con
ella. Para él la verdad será algo innato pero que tan solo se puede decir al
contacto con ella, al igual que el agua al nadar o el amor al experimentarse.
De manera que existirían dos formas de acercarse a esta verdad: como la verdad
del mundo que nos rodea, tema tratado por la filosofía; y como la verdad
revelada por Dios, tratado por la teología. Balthasar propone una unión entre
ambas disciplinas para alcanzar el estudio de la Verdad como propiedad del Ser
y del conocimiento.
Por este motivo, y
justificado el objetivo de este texto, vamos a ver a lo largo del siguiente
comentario tres ideas sobre la verdad que se irán desarrollando: Por un lado
que suponen las dudas y el escepticismo hacia la verdad, que ocurre con la
doble perspectiva griega y judía del preconcepto de verdad y, por último,
veremos la relación de implicación que supone el objeto-sujeto de la verdad.
Para ello debemos
volver a la ya citada concepción de que el hombre tiene la idea de Verdad
innata, lo cual no quiere decir que pueda someterla a duda. Pero no es una duda
escéptica, sino una duda de que pueda existir una verdad general a través de
las dudas particulares que se generan. La duda escéptica por su parte, sería el
dudar de todo, aunque para ello deberé comenzar afirmando al menos que es
verdad que existo y que hay un acto de pensar. Por tanto hay algo que es
verdad.
De esta manera, a
través del acto de pensar, el ser aparece. Decir que el ser aparece se
desarrolla en una idea doble, por un lado vemos el Ser y por otro el aparece.
Por tanto afirmamos que el ser existe, y que a su vez es cognoscible la verdad
de éste.
El ser se devela ante
un alguien, que es un sujeto, con indiferencia de la carga que podamos darle al
objeto develado que es el ser. De esta forma aparece ante nosotros la doble
perspectiva griega y judía. Para los griegos el preconcepto de verdad sería un
Ser que no es oculto, y que por tanto se puede captar, aprehender, es el
aletheia. Para los judíos, además el ser es emet, es decir, fiabilidad y
confianza. Por tanto el ser no es algo oculto y además es algo que nos da
confianza y fiabilidad. Se abre por tanto el camino hacia la verdad como algo
que no es oculto y que es fiable.
Este camino que abre
la verdad conduciría a una verdad más amplia aún. No se encierra en sí misma,
sino que la verdad explosiona hacia la exterioridad, hacia lo otro. Sale de sí
misma.
Esta salida de sí es
la que nos conduce a una relación de implicación entre el sujeto y el objeto.
Mediante la relación observamos que el objeto es comprendido en el propio
sujeto y a la vez el sujeto es introducido en el mundo por el objeto. Esta
relación nos lleva a plantear que el conocimiento mundano no puede ser un
simple medir, ni el conocimiento divino un mero creador. Sino que la verdad
consiste en la duplicidad que se genera del medir y del ser medido. De la unión
de relación entre ambos conocimientos, que nos llevarían a la verdad.
Por tanto el
recorrido a seguir sería en tres pasos, según Balthasar:
1º Reconocer que la
Verdad no es algo oculto, sino algo que se puede conocer y alcanzar.
2º El Ser se desvela
en totalidad de manera potencial, y no parcialmente.
3º Existe una
polaridad entre el sujeto y el objeto que hace por un lado que el sujeto sea
introducido en el mundo de la verdad; y además, el objeto otea y juzga al
sujeto..
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Comentario sobre: ¿Que es metafísica? de Martin Heidegger
Martín Heidegger en
una conferencia que tituló ¿Qué es metafísica? Quiso abordar el fin e
importancia de la metafísica como disciplina de estudio. Pero lo hizo de una manera
muy novedosa, ya que una vez enunciado el título no se centró en argumentos
directamente relacionados con la metafísica en sí, sino que prefirió
estructurar su charla desde una única cuestión metafísica, permitiendo que la
propia metafísica se revelara a través del análisis de la cuestión planteada.
La idea de Heidegger era que en tres sencillos pasos comprendiéramos que era la
metafísica. Para ello presentó un interrogante clásico de la metafísica,
elaboró la cuestión y terminó respondiendo a la pregunta inicial.
A lo largo del
siguiente comentario se responderá, a través de esta conferencia, a tres
cuestiones principales: ¿Qué es la nada?, ¿Cómo la nada es el ámbito propio de
la metafísica? y ¿Cómo se relacionan el Ser y la nada?
En primer lugar planteó
Heidegger, la cuestión de manera que él vio como las distintas disciplinas
estudian los objetos desde distintos puntos de vista sin que prevalezca ninguno
entre sí. La ciencia sería el único ámbito de estudio que gozaría de
objetividad, ya que coloca al objeto en sí como principio y fin de su
investigación, y por tanto de supremacía sobre el resto de los saberes. Pero en
la realidad, la ciencia, solo estudia al ente y afirma que fuera del ente lo
que hay es “nada”. La ciencia no se preocupa por la nada, la ciencia termina
despreciando la nada. Pero al despreciarla afirma a su vez que la nada es, y
por tanto nos queda la pregunta: ¿qué pasa con la nada?
Para lo cual, y una vez
planteada la cuestión, Heidegger comienza una elaboración de la cuestión en sí
sobre el problema de la nada. Él dice que ante la pregunta ¿qué es la nada? La
respuesta sería: la nada “es” el no ente, y con ese es ya afirmamos que la nada
debe ser algo. Para pensar la nada como algo, la lógica se rompe, pues si la
nada es no puede no ser algo. La regla lógica del principio de no contradicción
no tiene cabida en este planteamiento, por tanto la lógica se quiebra ante la
pregunta de la nada.
Pero si pensamos en
el ente, nos damos cuenta que no podemos captarlo en su totalidad, aunque si
nos encontramos en medio de la totalidad del ente en sí. La alegría o el
aburrimiento nos hacen ver el objeto en su conjunto y no podemos tener un
temple que permita observar la nada. Solo nos queda la angustia.
La angustia deja, por
tanto, que se nos escape el ente y por ende nos deja en suspenso, sin el ente.
Cuando pasa esta angustia, pensamos que nos hemos angustiado por nada y de ahí
surge la pregunta que se plantea Heidegger.
Por último, y una vez
que ha dejado planteada la pregunta, el autor responde a ésta cuestión. Para
ello explica como la nada acosa a la existencia en la angustia a través de su
esencia que es el anonadamiento. Existir es siempre estar sosteniéndose dentro
de la nada.
La nada no es un
objeto, ni un ente. No se presenta por sí solo, ni junto al ente. La nada es la
posibilitación de la potencia del ente, como tal ente, para la existencia
humana. Se contiene, por lo tanto, en la propia esencia del ente.
El anonadar, que se
produce de la nada, genera el “no”; y el “no” genera la negación de decir “no
es” a algo que es otra cosa. La nada es el origen de esa negación.
Por tanto, la
metafísica es lo que está más allá del ente, la nada que lo abarca. Toda
pregunta metafísica abarca la metafísica entera y el que se pregunta se
encuentra a su vez, dentro del objeto estudiado. El ser y la nada van juntos,
ya que el ser es finito y su existencia sobrenada en la nada. Si la metafísica
es el estudio del ser entonces abraza a la nada. De igual forma que el ser
humano no puede habérselas con el ente si no es sosteniéndose dentro de la
nada.
La metafísica, en
conclusión, va al fondo del asunto de la propia filosofía. La filosofía existe
por el hombre, que es quien la piensa, y es una disciplina superior a la
ciencia, ya que busca la verdad en la respuesta a la cuestión principal: ¿Por
qué hay entes y no más bien la propia nada?
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Notas sobre el Ser en el libro XII de la Metafísica de Aristóteles
En el libro XII de la
Metafísica de Aristóteles nos encontramos con un análisis de la esencia de las
cosas. Aristóteles sitúa la esencia como objeto de estudio a la hora de hondar
en la búsqueda de los principios y las causas de todo. Hablará por tanto, de la
existencia de tres tipos de esencias: dos sensibles y una suprasensible que es
el Ser supremo o Dios. Aunque a esta conclusión llega al final del libro XII,
tras un análisis de las esencias y la existencia de las mismas.
El ser es la esencia
máxima que dota de sentido al resto de esencias del mundo. El ser nos lo
presenta ya desde el primer punto de su comentario metafísico como una esencia
inmóvil e independiente de otras esencias. por este motivo, el ser no tiene
ningún principio que sea común a la propia esencia suprasensible o a las otras
dos esencias sensibles que forman el resto del mundo.
Hablando de los
principios de los seres sensibles observamos que las causas de todo lo que
existe, de todas las demás cosas, son las sustancias que pueden existir aparte.
El Ser, Dios, es la sustancia suprema que vive aparte de cualquier otra
sustancia. Es la suma sustancia, y la máxima esencia que no necesita de otra
para existir.
Pero al ver la
existencia de los seres sensibles, nos damos cuenta de que esta esencia primera
necesariamente tiene que ser inmóvil. Pues Aristóteles afirma que lo cambiante
no puede ser eterno, sino que está sometido a los procesos de generación y
corrupción. Esta invariabilidad del ser es lo que le hace ser el primer motor
de todo lo que se mueve, de todo lo que habita el mundo sensible.
Este primer motor que
mueve sin ser movido es Dios. A partir de llegar a la conclusión de Dios como
el primer motor, Aristóteles lo catalogará como:
-
Esencia pura y actividad pura. No es un
ser en potencia sino en continuo acto, es un presente continuo.
-
Su motor es el del amor, mueve sin ser
movido pues todo lo sostiene en esa tensión que se crea entre el ser amante y
el objeto amado.
-
Además como ser necesario es el sumo
bien. Posee la facultad de ser el bien al que todo lo demás aspira.
-
Por último hay que señalar que es la
inteligencia perfecta, que se piensa a sí mismo. Siendo feliz en su propio pensamiento
eterno y perfecto
Por tanto llegamos a
la conclusión, junto con Aristóteles, de que Dios sería el ser supremo. Que
existe porque es necesario y siendo necesario es inmóvil, eterno, poseen la
esencia pura y la actividad pura. Mueve a todas las cosas por amor siendo el
sumo bien; y posee la felicidad perpetua pensándose a sí mismo.
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Stábat Mater
Cuando uno se
matricula en un seminario de filosofía, titulado Guerra, milicia y humanismo y termina hablando de las bases más
fundamentales de su credo católico, contrasta sus ideas con las de otros
compañeros y culmina el curso sometiéndolo todo a la figura de María, no puede
más que quedar sorprendido por el avance de los acontecimientos. Por eso, en
este comentario, me gustaría plasmar una idea última, que a ejemplo de la
mentalidad latina cierre todas las ideas volviendo al inicio, haciendo un
círculo.
Para ello que mejor
que María con la que cerrábamos todas las reflexiones y que es a la vez el
mayor ejemplo de piedad, como empezábamos las clases. Dice la traducción,
realizada por el insigne Lope de Vega, al himno gregoriano del “Stábat Mater”: La Madre piadosa estaba junto a la cruz y
lloraba mientras el hijo pendía. Esto nos pone ante María, como una mujer piadosa que llora la muerte de un caído
por una causa justa. Volviendo de esta manera a los conceptos iniciales de
caídos y de piedad. Si el mayor acto de piedad era el enterrar a los muertos,
hay que constatar que María será una de las personas que están presentes, en la
muerte y en el entierro de Jesús, y como bien indican, una vez más las
devociones populares de nuestra tierra (misterio de la Carretería), ella se
encontrará con tres necesidades en este momento para poder ejercer su ejercicio
de la piedad. ¿Cómo podía una galilea pobre encontrar una escalera, para
bajarlo; una sábana, para envolverlo; y un sepulcro, para enterrarlo, estando
tan lejos de su tierra? Pues gracias a la generosidad de los que reconociendo
la caída de un justo (José de Arimatea y Nicodemo), se ponen a honrar la
memoria del que más vale honra que barcos, o lo que se podría decir, más vale
una causa justa que todos los bienes funerarios del imperio romano.
Pues ante el misterio
de la muerte, siempre me ha sorprendido aquella historia que se cuenta de
Alejandro Magno, el cual pidió que en su funeral se le trasladara en una caja
de madera con los brazos fuera, portado por los mejores médicos del momento y a
su paso se fueran esparciendo objetos de valor. De esta forma pretendía
demostrar que ante la muerte las manos poderosas se entierran en debilidad, ni los
mejores médicos del mundo pueden evitarla y todos los tesoros que acumulemos
quedan en este mundo de tránsito. Y esto de la muerte le ocurre hasta al mismo
Dios, que no quiso privarse de nada en su estancia en la tierra. Igualmente,
ante la muerte del que es verdadero Dios, nos hayamos con que junto a él
permanecen mujeres, un joven y un par de incógnitos pseudo-discípulos que no
habían llegado a creer del todo lo que decía, pero reconocen en su muerte una
causa justa.
Así también se vale
Dios de los últimos, para honrar todos los períodos de la vida, incluida la
muerte. Pues pudo haber sido devorado por alimañas en el árbol de la cruz y,
sin embargo, es acogido en el sepulcro por caridad, de uno, todo sea dicho, de
los miembros del propio sanedrín que lo había condenado. Como el acto de piedad
que supone enterrar a los muertos.
Pero Cristo, no podía
ser un muerto cualquiera, sino no hubiera podido demostrar su grandeza como
hijo de Dios en la tierra y por eso momentos antes cuando estaba agonizando se
permite rasgar el velo del templo. No con la delicadeza con la que Novalis,
señala al joven novicio que se acerca a la estatua de Isis y delicadamente
retira el velo de la cara, sino que Dios ante la muerte de su hijo, arranca el
velo del Santo de los Santos donde para los hombres de su tiempo, él habitaba.
Abandona los límites demarcados y lo posee todo, causando grandes terremotos y
desafiando toda lógica (hasta los muertos anduvieron fuera de sus tumbas).
Y a pesar de que
ocurriera todo esto, es sorprendente que pocos permanecieran junto a él, entre
los que ignoraron lo ocurrido, no supieron interpretarlo y los que estaban
ocultos por el miedo. Volvemos a darnos cuenta de quienes están en el sepulcro
ese día: Unas discípulas femeninas (María entre ellas), un joven discípulo
(Juan) y dos seguidores que no entenderían ni su papel en la escena (José de
Arimatea y Nicodemo). Luego, con el paso del tiempo, habrá el que quiera
apuntarse el tanto de haber matado a Dios, cuando en realidad ni estaban allí
presente, estos serán los filósofos de la sospecha, con Nietzsche de portavoz
diciendo que Dios ha muerto. Como si no lo supiéramos, lo que pasa que él no ha
comprendido la segunda parte.
Una segunda parte en
la que debemos de hacer referencia al principio cristiano de la Kénosis. La
Kénosis que significa el abandono, en la que el hijo abandona la condición de
dios, y toma la posición de esclavo, pasando por uno de tantos, como dice San
Pablo. Kénosis que, en este caso, significa el abandono de la potencia
originaria y la elección de lo débil, lo mortal. Es dejar atrás la forma del
Dios padre, para tomar la forma del esclavo, una estructura de libertad que
marca la auténtica religión. La que no sufre nostalgia del poder perdido. La
que no se pierde en la memoria de un origen poderoso. Su divinidad se ve velada
en la cruz, ya que no deja de ser dios y toma una condición de presencia en la
debilidad del hijo, esta podría llegar a ser una postura maniquea, pro también
es necesario de vez en cuando ver a Jesús como vencedor del mal, ya que es el
sumo bien. El que se entrega por los
otros sin dejar de ser el dios bueno, que vence al pecado, como una especie de
dios malo, o mejor aún el no-Dios (filosóficamente diríamos el no-ser).
Pues para esto de la
muerte, que sería el no-ser, tiene una respuesta Jesús, pues no se queda en la
tumba, descansando en paz, sino que sale de ella para callar más de una boca, y
demostrar una vez más que es verdadero Dios. Como vemos en la bonita reflexión
del himno de vísperas ¿Qué ves en la
noche, dinos centinela?, cuando nos dice “nunca tan adentro tuvo al sol la
tierra”, lo cual me sigue recordando el mito de la caverna de Platón. Ya no es
necesario que salgamos de la caverna para ver el sol, pues el propio sol se nos
ha metido dentro. Se ha encarnado en la tierra. Seguramente porque ya estaba el
propio sol cansado de tener que esperar fuera y de ver que seguíamos
contentarnos con las sombras del interior de la caverna. Tal vez deberíamos de
haber intentado con más ahínco hacer el esfuerzo de salir. Aunque no digamos
que no se está bien ahora con el sol dentro y al resguardo de la cueva.
Pero seguimos mirando
a ese Dios que está muerto y con un cuerpo lleno de llagas y heridas,
maltratado, castigado. Pero aun así nos dice el anteriormente citado himno:
“Cristo entre los vivos y la muerte muerta. Dios en las criaturas y eran todas
buenas”. Si es que la muerte de Jesús rompe esquemas, es impensable de una
forma racional saber que ha ocurrido con la muerte de Dios. La muerte de verdad
no la de los filósofos que con palabras escritas piensan suplir lo que sus
antecesores no lograron en el campo de batalla, como aquellos equipos de fútbol
que no marcan un gol y quieren ganar partidos en los despachos. Pero Dios no es
de palabra sino de acciones. Por eso sustituye el famoso descansa en paz, con
el saludo de la vida: la paz esté con vosotros.
Y todo esto es
gracias a que resucita. De ahí la grandeza de la muerte de Jesús, en que de la
debilidad, se produce su enaltecimiento en una vida resucitada. Y dice la
gente, no sabemos que hay tras la muerte porque de allí no ha vuelto nadie.
Falso, sabemos que el que ha vuelto que es Jesús nos trae una vida nueva. Una
vida que escapa de los estándares de cuerpo físico o espiritual. Es un cuerpo
glorioso, una mezcla de ambos. Un cuerpo capaz de comer pescado y a la vez de
atravesar paredes.
Un cuerpo glorioso
que se presenta ante María Magdalena por la mañana y hasta la tarde no llega a
los discípulos que van camino de Emaús, y mientras tanto ¿Qué hizo en ese primer
día de su nueva vida? Pues una tradición popular nos lo sitúa yendo a consolar
a su madre. Seguramente de este encuentro no hay constancia evangélica porque
maría se reservaría para ella las palabras de su hijo. Todas las cosas las
meditó siempre en el corazón. Ella solo habló para dar gloria a Dios
(magníficat), para animarlo a hacer lo que tenía que hacer (bodas de Canaán) y
para encarnar el misterio de Dios (la encarnación). Pocas apariciones hace y
nunca en protagonismo propio. Pero me gustaría pensar que como buen hijo corrió
ante los brazos de su madre para comunicarle la buena noticia de la
resurrección.
Más adelante la
quemaría con las llamas del Espíritu Santo, cuando la ya anciana parturienta, estuviera
amamantando con su fe a la recién nacida Iglesia. Pues María estaba como madre
en medio del cenáculo el día de Pentecostés. Como madre que había parido a los
pies de la cruz a la Iglesia y que desde aquel día el discípulo la recibió en
su casa. Es el misterio de la Iglesia el que a su vez es engendrado por María.
Pues no solo encarna al hijo de Dios sino que además es la Madre de la Iglesia
desde el ara de la cruz. Siempre virgen y dos veces madre. Su primer parto en
Belén sin dolores ni sangre nos trajo a Jesús al mundo y, en su segundo parto, rodeada
de sangre y dolor nos trae a la Iglesia.
Pues María es una
testigo excepcional en la vida de Jesús. Es la que está siempre en los mejores
momentos, y además la que los hace posible. Pues no es cuestión de plantearse
el que a Gabriel le hubiera dicho que no. Por eso es tan importante María para entender
a Jesús, porque ella ha hecho posible que todo se cumpla. Ella es un
diccionario en el que entendemos el lenguaje de Dios no solo interpretado en el
hombre, sino que además practicado por el mismo hombre. Es una intérprete
magnífica de la palabra de Dios, y aunque aún no se haya pronunciado el
magisterio de manera firme, me atrevería a catalogarla de mediadora de la
gracia. Cosa que ya hizo el ángel Gabriel al saludarla con las dulcísimas
palabras: ¡Ave, llena de Gracia! Y casualmente este año se celebra en mi pueblo
los 800 años de la devoción a nuestra patrona, la virgen de Gracia. Si la
devoción popular lleva mínimo 800 años pidiéndole a ella la Gracia, y el ángel
en la anunciación la proclamó así, no sé qué esperan para dogmatizar lo que ya
es de facto una verdad teológica. Aunque voy a reservarme el ánimo a llegar a
estudiar teología, para pronunciarme con más conocimiento de causa. Esto solo
es una reflexión de un cristiano de alpargatas, que ha querido plasmar unos
pensamientos que tenía en la cabeza, fruto de todo lo que he ido rumiando en
este seminario sobre guerra, milicia y humanismo.
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