jueves, 12 de febrero de 2015

Notas de la "ousía" aristotélica

La antología aristotélica se apoya en el principio de la ousia. Gibson apoya sus ideas en cinco principios que supone en verdad el centro de su antología aristotélica.

Sustancia
Sería la unidad ontológica, el sujeto. Subsiste por sí misma. La sustancia es aquello que soportando los accidentes les otorga ser. Es el sujeto que se representa imaginativamente como “estando debajo” de accidentes, soporta los accidentes y permanece ante los cambios.

Sustrato
La ousía es contraria al accidente como sustrato. Sobre él recaen los accidentes. El sustrato es la materia sobre la que se produce el cambio, el material de lo que la cosa es.

Naturaleza
La naturaleza es cualquier sustancia concebida como principio intrínseco de sus propias operaciones. Toda verdadera sustancia es naturaleza, ya que se mueve, cambia y actúa.

Acto
El acto es la posibilidad realizada. El ser en Aristóteles es siempre ser en acto. Las ideas de Platón serian meras metáforas como no son capaces de explicar las características de este mundo sensible, su movimiento y sus cambios. Toda sustancia debe, acorde a su naturaleza, ser un acto. El Ser es energía y eficacia, por eso el acto tiene dos significados:
- Actus primus: el acto que es la cosa misma o que la misma es.
- Actus secundus: cualquier acción particular que esa cosa ejerce. Si se toman en su conjunto todos los actos segundos que una cosa dada ejecuta, se hallará que constituyen la realidad misma de la cosa.

Quididad
Para Aristóteles la sustancia sería equivalente a nombrar al Ser, ya que sustancia y Ser es idéntico a lo que un ser es. Él equipara ambos términos y dirá: lo que primariamente es, la sustancia de lo que es, lo que la cosa es. En resumen, la “quididad” de una cosa es su mismo ser. La quididad señala las notas esenciales de la sustancia, el problema de esta definición formal es que bajo este punto de vista la ousia es la misma para muchos sujetos. Aunque solo el individuo es verdaderamente ser, el principio que hace inteligible al individuo es universal. Ésta tensión entre lo individual y lo universal solo será resuelta en el pensamiento de santo Tomás de Aquino (Gibson) que resuelve la problemática y lleva a plenitud la intención aristotélica. En santo Tomás lo individual encierra lo universal de manera que de un individuo decimos que existe porque contiene un ser. Un ser que al mismo tiempo individualiza y permite que la cosa sea. Universaliza al mismo tiempo que individualiza.

Comentario sobre: "Verdad del mundo" de H.U. Von Balthasar

Von Balthasar presenta en su obra Teológica I, la verdad del mundo. Trata de este trascendental del ser (la verdad) como algo que se descubre al contacto con ella. Para él la verdad será algo innato pero que tan solo se puede decir al contacto con ella, al igual que el agua al nadar o el amor al experimentarse. De manera que existirían dos formas de acercarse a esta verdad: como la verdad del mundo que nos rodea, tema tratado por la filosofía; y como la verdad revelada por Dios, tratado por la teología. Balthasar propone una unión entre ambas disciplinas para alcanzar el estudio de la Verdad como propiedad del Ser y del conocimiento.
Por este motivo, y justificado el objetivo de este texto, vamos a ver a lo largo del siguiente comentario tres ideas sobre la verdad que se irán desarrollando: Por un lado que suponen las dudas y el escepticismo hacia la verdad, que ocurre con la doble perspectiva griega y judía del preconcepto de verdad y, por último, veremos la relación de implicación que supone el objeto-sujeto de la verdad.
Para ello debemos volver a la ya citada concepción de que el hombre tiene la idea de Verdad innata, lo cual no quiere decir que pueda someterla a duda. Pero no es una duda escéptica, sino una duda de que pueda existir una verdad general a través de las dudas particulares que se generan. La duda escéptica por su parte, sería el dudar de todo, aunque para ello deberé comenzar afirmando al menos que es verdad que existo y que hay un acto de pensar. Por tanto hay algo que es verdad.
De esta manera, a través del acto de pensar, el ser aparece. Decir que el ser aparece se desarrolla en una idea doble, por un lado vemos el Ser y por otro el aparece. Por tanto afirmamos que el ser existe, y que a su vez es cognoscible la verdad de éste.
El ser se devela ante un alguien, que es un sujeto, con indiferencia de la carga que podamos darle al objeto develado que es el ser. De esta forma aparece ante nosotros la doble perspectiva griega y judía. Para los griegos el preconcepto de verdad sería un Ser que no es oculto, y que por tanto se puede captar, aprehender, es el aletheia. Para los judíos, además el ser es emet, es decir, fiabilidad y confianza. Por tanto el ser no es algo oculto y además es algo que nos da confianza y fiabilidad. Se abre por tanto el camino hacia la verdad como algo que no es oculto y que es fiable.
Este camino que abre la verdad conduciría a una verdad más amplia aún. No se encierra en sí misma, sino que la verdad explosiona hacia la exterioridad, hacia lo otro. Sale de sí misma.
Esta salida de sí es la que nos conduce a una relación de implicación entre el sujeto y el objeto. Mediante la relación observamos que el objeto es comprendido en el propio sujeto y a la vez el sujeto es introducido en el mundo por el objeto. Esta relación nos lleva a plantear que el conocimiento mundano no puede ser un simple medir, ni el conocimiento divino un mero creador. Sino que la verdad consiste en la duplicidad que se genera del medir y del ser medido. De la unión de relación entre ambos conocimientos, que nos llevarían a la verdad.
Por tanto el recorrido a seguir sería en tres pasos, según Balthasar:
1º Reconocer que la Verdad no es algo oculto, sino algo que se puede conocer y alcanzar.
2º El Ser se desvela en totalidad de manera potencial, y no parcialmente.

3º Existe una polaridad entre el sujeto y el objeto que hace por un lado que el sujeto sea introducido en el mundo de la verdad; y además, el objeto otea y juzga al sujeto..

Comentario sobre: ¿Que es metafísica? de Martin Heidegger

Martín Heidegger en una conferencia que tituló ¿Qué es metafísica? Quiso abordar el fin e importancia de la metafísica como disciplina de estudio. Pero lo hizo de una manera muy novedosa, ya que una vez enunciado el título no se centró en argumentos directamente relacionados con la metafísica en sí, sino que prefirió estructurar su charla desde una única cuestión metafísica, permitiendo que la propia metafísica se revelara a través del análisis de la cuestión planteada. La idea de Heidegger era que en tres sencillos pasos comprendiéramos que era la metafísica. Para ello presentó un interrogante clásico de la metafísica, elaboró la cuestión y terminó respondiendo a la pregunta inicial.
A lo largo del siguiente comentario se responderá, a través de esta conferencia, a tres cuestiones principales: ¿Qué es la nada?, ¿Cómo la nada es el ámbito propio de la metafísica? y ¿Cómo se relacionan el Ser y la nada?
En primer lugar planteó Heidegger, la cuestión de manera que él vio como las distintas disciplinas estudian los objetos desde distintos puntos de vista sin que prevalezca ninguno entre sí. La ciencia sería el único ámbito de estudio que gozaría de objetividad, ya que coloca al objeto en sí como principio y fin de su investigación, y por tanto de supremacía sobre el resto de los saberes. Pero en la realidad, la ciencia, solo estudia al ente y afirma que fuera del ente lo que hay es “nada”. La ciencia no se preocupa por la nada, la ciencia termina despreciando la nada. Pero al despreciarla afirma a su vez que la nada es, y por tanto nos queda la pregunta: ¿qué pasa con la nada?
Para lo cual, y una vez planteada la cuestión, Heidegger comienza una elaboración de la cuestión en sí sobre el problema de la nada. Él dice que ante la pregunta ¿qué es la nada? La respuesta sería: la nada “es” el no ente, y con ese es ya afirmamos que la nada debe ser algo. Para pensar la nada como algo, la lógica se rompe, pues si la nada es no puede no ser algo. La regla lógica del principio de no contradicción no tiene cabida en este planteamiento, por tanto la lógica se quiebra ante la pregunta de la nada.
Pero si pensamos en el ente, nos damos cuenta que no podemos captarlo en su totalidad, aunque si nos encontramos en medio de la totalidad del ente en sí. La alegría o el aburrimiento nos hacen ver el objeto en su conjunto y no podemos tener un temple que permita observar la nada. Solo nos queda la angustia.
La angustia deja, por tanto, que se nos escape el ente y por ende nos deja en suspenso, sin el ente. Cuando pasa esta angustia, pensamos que nos hemos angustiado por nada y de ahí surge la pregunta que se plantea Heidegger.
Por último, y una vez que ha dejado planteada la pregunta, el autor responde a ésta cuestión. Para ello explica como la nada acosa a la existencia en la angustia a través de su esencia que es el anonadamiento. Existir es siempre estar sosteniéndose dentro de la nada.
La nada no es un objeto, ni un ente. No se presenta por sí solo, ni junto al ente. La nada es la posibilitación de la potencia del ente, como tal ente, para la existencia humana. Se contiene, por lo tanto, en la propia esencia del ente.
El anonadar, que se produce de la nada, genera el “no”; y el “no” genera la negación de decir “no es” a algo que es otra cosa. La nada es el origen de esa negación.
Por tanto, la metafísica es lo que está más allá del ente, la nada que lo abarca. Toda pregunta metafísica abarca la metafísica entera y el que se pregunta se encuentra a su vez, dentro del objeto estudiado. El ser y la nada van juntos, ya que el ser es finito y su existencia sobrenada en la nada. Si la metafísica es el estudio del ser entonces abraza a la nada. De igual forma que el ser humano no puede habérselas con el ente si no es sosteniéndose dentro de la nada.

La metafísica, en conclusión, va al fondo del asunto de la propia filosofía. La filosofía existe por el hombre, que es quien la piensa, y es una disciplina superior a la ciencia, ya que busca la verdad en la respuesta a la cuestión principal: ¿Por qué hay entes y no más bien la propia nada?

Notas sobre el Ser en el libro XII de la Metafísica de Aristóteles

En el libro XII de la Metafísica de Aristóteles nos encontramos con un análisis de la esencia de las cosas. Aristóteles sitúa la esencia como objeto de estudio a la hora de hondar en la búsqueda de los principios y las causas de todo. Hablará por tanto, de la existencia de tres tipos de esencias: dos sensibles y una suprasensible que es el Ser supremo o Dios. Aunque a esta conclusión llega al final del libro XII, tras un análisis de las esencias y la existencia de las mismas.
El ser es la esencia máxima que dota de sentido al resto de esencias del mundo. El ser nos lo presenta ya desde el primer punto de su comentario metafísico como una esencia inmóvil e independiente de otras esencias. por este motivo, el ser no tiene ningún principio que sea común a la propia esencia suprasensible o a las otras dos esencias sensibles que forman el resto del mundo.
Hablando de los principios de los seres sensibles observamos que las causas de todo lo que existe, de todas las demás cosas, son las sustancias que pueden existir aparte. El Ser, Dios, es la sustancia suprema que vive aparte de cualquier otra sustancia. Es la suma sustancia, y la máxima esencia que no necesita de otra para existir.
Pero al ver la existencia de los seres sensibles, nos damos cuenta de que esta esencia primera necesariamente tiene que ser inmóvil. Pues Aristóteles afirma que lo cambiante no puede ser eterno, sino que está sometido a los procesos de generación y corrupción. Esta invariabilidad del ser es lo que le hace ser el primer motor de todo lo que se mueve, de todo lo que habita el mundo sensible.
Este primer motor que mueve sin ser movido es Dios. A partir de llegar a la conclusión de Dios como el primer motor, Aristóteles lo catalogará como:
-         Esencia pura y actividad pura. No es un ser en potencia sino en continuo acto, es un presente continuo.
-         Su motor es el del amor, mueve sin ser movido pues todo lo sostiene en esa tensión que se crea entre el ser amante y el objeto amado.
-         Además como ser necesario es el sumo bien. Posee la facultad de ser el bien al que todo lo demás aspira.
-         Por último hay que señalar que es la inteligencia perfecta, que se piensa a sí mismo. Siendo feliz en su propio pensamiento eterno y perfecto

Por tanto llegamos a la conclusión, junto con Aristóteles, de que Dios sería el ser supremo. Que existe porque es necesario y siendo necesario es inmóvil, eterno, poseen la esencia pura y la actividad pura. Mueve a todas las cosas por amor siendo el sumo bien; y posee la felicidad perpetua pensándose a sí mismo.

Stábat Mater

Cuando uno se matricula en un seminario de filosofía, titulado Guerra, milicia y humanismo y termina hablando de las bases más fundamentales de su credo católico, contrasta sus ideas con las de otros compañeros y culmina el curso sometiéndolo todo a la figura de María, no puede más que quedar sorprendido por el avance de los acontecimientos. Por eso, en este comentario, me gustaría plasmar una idea última, que a ejemplo de la mentalidad latina cierre todas las ideas volviendo al inicio, haciendo un círculo.
Para ello que mejor que María con la que cerrábamos todas las reflexiones y que es a la vez el mayor ejemplo de piedad, como empezábamos las clases. Dice la traducción, realizada por el insigne Lope de Vega, al himno gregoriano del “Stábat Mater”: La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el hijo pendía. Esto nos pone ante María, como una mujer piadosa que llora la muerte de un caído por una causa justa. Volviendo de esta manera a los conceptos iniciales de caídos y de piedad. Si el mayor acto de piedad era el enterrar a los muertos, hay que constatar que María será una de las personas que están presentes, en la muerte y en el entierro de Jesús, y como bien indican, una vez más las devociones populares de nuestra tierra (misterio de la Carretería), ella se encontrará con tres necesidades en este momento para poder ejercer su ejercicio de la piedad. ¿Cómo podía una galilea pobre encontrar una escalera, para bajarlo; una sábana, para envolverlo; y un sepulcro, para enterrarlo, estando tan lejos de su tierra? Pues gracias a la generosidad de los que reconociendo la caída de un justo (José de Arimatea y Nicodemo), se ponen a honrar la memoria del que más vale honra que barcos, o lo que se podría decir, más vale una causa justa que todos los bienes funerarios del imperio romano.
Pues ante el misterio de la muerte, siempre me ha sorprendido aquella historia que se cuenta de Alejandro Magno, el cual pidió que en su funeral se le trasladara en una caja de madera con los brazos fuera, portado por los mejores médicos del momento y a su paso se fueran esparciendo objetos de valor. De esta forma pretendía demostrar que ante la muerte las manos poderosas se entierran en debilidad, ni los mejores médicos del mundo pueden evitarla y todos los tesoros que acumulemos quedan en este mundo de tránsito. Y esto de la muerte le ocurre hasta al mismo Dios, que no quiso privarse de nada en su estancia en la tierra. Igualmente, ante la muerte del que es verdadero Dios, nos hayamos con que junto a él permanecen mujeres, un joven y un par de incógnitos pseudo-discípulos que no habían llegado a creer del todo lo que decía, pero reconocen en su muerte una causa justa.
Así también se vale Dios de los últimos, para honrar todos los períodos de la vida, incluida la muerte. Pues pudo haber sido devorado por alimañas en el árbol de la cruz y, sin embargo, es acogido en el sepulcro por caridad, de uno, todo sea dicho, de los miembros del propio sanedrín que lo había condenado. Como el acto de piedad que supone enterrar a los muertos.
Pero Cristo, no podía ser un muerto cualquiera, sino no hubiera podido demostrar su grandeza como hijo de Dios en la tierra y por eso momentos antes cuando estaba agonizando se permite rasgar el velo del templo. No con la delicadeza con la que Novalis, señala al joven novicio que se acerca a la estatua de Isis y delicadamente retira el velo de la cara, sino que Dios ante la muerte de su hijo, arranca el velo del Santo de los Santos donde para los hombres de su tiempo, él habitaba. Abandona los límites demarcados y lo posee todo, causando grandes terremotos y desafiando toda lógica (hasta los muertos anduvieron fuera de sus tumbas).
Y a pesar de que ocurriera todo esto, es sorprendente que pocos permanecieran junto a él, entre los que ignoraron lo ocurrido, no supieron interpretarlo y los que estaban ocultos por el miedo. Volvemos a darnos cuenta de quienes están en el sepulcro ese día: Unas discípulas femeninas (María entre ellas), un joven discípulo (Juan) y dos seguidores que no entenderían ni su papel en la escena (José de Arimatea y Nicodemo). Luego, con el paso del tiempo, habrá el que quiera apuntarse el tanto de haber matado a Dios, cuando en realidad ni estaban allí presente, estos serán los filósofos de la sospecha, con Nietzsche de portavoz diciendo que Dios ha muerto. Como si no lo supiéramos, lo que pasa que él no ha comprendido la segunda parte.
Una segunda parte en la que debemos de hacer referencia al principio cristiano de la Kénosis. La Kénosis que significa el abandono, en la que el hijo abandona la condición de dios, y toma la posición de esclavo, pasando por uno de tantos, como dice San Pablo. Kénosis que, en este caso, significa el abandono de la potencia originaria y la elección de lo débil, lo mortal. Es dejar atrás la forma del Dios padre, para tomar la forma del esclavo, una estructura de libertad que marca la auténtica religión. La que no sufre nostalgia del poder perdido. La que no se pierde en la memoria de un origen poderoso. Su divinidad se ve velada en la cruz, ya que no deja de ser dios y toma una condición de presencia en la debilidad del hijo, esta podría llegar a ser una postura maniquea, pro también es necesario de vez en cuando ver a Jesús como vencedor del mal, ya que es el sumo bien. El  que se entrega por los otros sin dejar de ser el dios bueno, que vence al pecado, como una especie de dios malo, o mejor aún el no-Dios (filosóficamente diríamos el no-ser).
Pues para esto de la muerte, que sería el no-ser, tiene una respuesta Jesús, pues no se queda en la tumba, descansando en paz, sino que sale de ella para callar más de una boca, y demostrar una vez más que es verdadero Dios. Como vemos en la bonita reflexión del himno de vísperas ¿Qué ves en la noche, dinos centinela?, cuando nos dice “nunca tan adentro tuvo al sol la tierra”, lo cual me sigue recordando el mito de la caverna de Platón. Ya no es necesario que salgamos de la caverna para ver el sol, pues el propio sol se nos ha metido dentro. Se ha encarnado en la tierra. Seguramente porque ya estaba el propio sol cansado de tener que esperar fuera y de ver que seguíamos contentarnos con las sombras del interior de la caverna. Tal vez deberíamos de haber intentado con más ahínco hacer el esfuerzo de salir. Aunque no digamos que no se está bien ahora con el sol dentro y al resguardo de la cueva.
Pero seguimos mirando a ese Dios que está muerto y con un cuerpo lleno de llagas y heridas, maltratado, castigado. Pero aun así nos dice el anteriormente citado himno: “Cristo entre los vivos y la muerte muerta. Dios en las criaturas y eran todas buenas”. Si es que la muerte de Jesús rompe esquemas, es impensable de una forma racional saber que ha ocurrido con la muerte de Dios. La muerte de verdad no la de los filósofos que con palabras escritas piensan suplir lo que sus antecesores no lograron en el campo de batalla, como aquellos equipos de fútbol que no marcan un gol y quieren ganar partidos en los despachos. Pero Dios no es de palabra sino de acciones. Por eso sustituye el famoso descansa en paz, con el saludo de la vida: la paz esté con vosotros.
Y todo esto es gracias a que resucita. De ahí la grandeza de la muerte de Jesús, en que de la debilidad, se produce su enaltecimiento en una vida resucitada. Y dice la gente, no sabemos que hay tras la muerte porque de allí no ha vuelto nadie. Falso, sabemos que el que ha vuelto que es Jesús nos trae una vida nueva. Una vida que escapa de los estándares de cuerpo físico o espiritual. Es un cuerpo glorioso, una mezcla de ambos. Un cuerpo capaz de comer pescado y a la vez de atravesar paredes.
Un cuerpo glorioso que se presenta ante María Magdalena por la mañana y hasta la tarde no llega a los discípulos que van camino de Emaús, y mientras tanto ¿Qué hizo en ese primer día de su nueva vida? Pues una tradición popular nos lo sitúa yendo a consolar a su madre. Seguramente de este encuentro no hay constancia evangélica porque maría se reservaría para ella las palabras de su hijo. Todas las cosas las meditó siempre en el corazón. Ella solo habló para dar gloria a Dios (magníficat), para animarlo a hacer lo que tenía que hacer (bodas de Canaán) y para encarnar el misterio de Dios (la encarnación). Pocas apariciones hace y nunca en protagonismo propio. Pero me gustaría pensar que como buen hijo corrió ante los brazos de su madre para comunicarle la buena noticia de la resurrección.
Más adelante la quemaría con las llamas del Espíritu Santo, cuando la ya anciana parturienta, estuviera amamantando con su fe a la recién nacida Iglesia. Pues María estaba como madre en medio del cenáculo el día de Pentecostés. Como madre que había parido a los pies de la cruz a la Iglesia y que desde aquel día el discípulo la recibió en su casa. Es el misterio de la Iglesia el que a su vez es engendrado por María. Pues no solo encarna al hijo de Dios sino que además es la Madre de la Iglesia desde el ara de la cruz. Siempre virgen y dos veces madre. Su primer parto en Belén sin dolores ni sangre nos trajo a Jesús al mundo y, en su segundo parto, rodeada de sangre y dolor nos trae a la Iglesia.

Pues María es una testigo excepcional en la vida de Jesús. Es la que está siempre en los mejores momentos, y además la que los hace posible. Pues no es cuestión de plantearse el que a Gabriel le hubiera dicho que no. Por eso es tan importante María para entender a Jesús, porque ella ha hecho posible que todo se cumpla. Ella es un diccionario en el que entendemos el lenguaje de Dios no solo interpretado en el hombre, sino que además practicado por el mismo hombre. Es una intérprete magnífica de la palabra de Dios, y aunque aún no se haya pronunciado el magisterio de manera firme, me atrevería a catalogarla de mediadora de la gracia. Cosa que ya hizo el ángel Gabriel al saludarla con las dulcísimas palabras: ¡Ave, llena de Gracia! Y casualmente este año se celebra en mi pueblo los 800 años de la devoción a nuestra patrona, la virgen de Gracia. Si la devoción popular lleva mínimo 800 años pidiéndole a ella la Gracia, y el ángel en la anunciación la proclamó así, no sé qué esperan para dogmatizar lo que ya es de facto una verdad teológica. Aunque voy a reservarme el ánimo a llegar a estudiar teología, para pronunciarme con más conocimiento de causa. Esto solo es una reflexión de un cristiano de alpargatas, que ha querido plasmar unos pensamientos que tenía en la cabeza, fruto de todo lo que he ido rumiando en este seminario sobre guerra, milicia y humanismo.