A lo largo del
siguiente comentario se va a intentar esbozar una pequeña imagen sobre el
pensamiento epistemológico de René Descartes tomando como apoyo principal dos
de sus obras: El discurso del método
(1637), especialmente su capítulo cuarto en el cual explica las razones por las
cuales prueba la existencia de Dios del alma humana, como fundamentos a su
metafísica; que más tarde consagrara con la segunda obra que se va a analizar y
comparar con la anterior las meditaciones
metafísicas (1641) en su capítulo tercero en el cual ahonda en la idea de
Dios, que existe.
El Discurso
del método fue publicado anónimamente por primera vez en Leiden en
1637; en aquella primera edición venía a ser el prólogo de los tres tratados
científicos contenidos en el libro (La dióptrica, Los meteoros y La
geometría), y, de hecho, no se publicó de forma independiente de los
tratados hasta el siglo XIX. En cuanto a las meditaciones metafísicas se tratan
de ideas ya esbozadas en la obra anterior y que él quiere darle fuerza y
continuar profundizando en el conocimiento de Dios, el cual afirma que existe.
La clave del capítulo a tratar, el tercero, sería de qué manera la idea de un
ente sumamente perfecto tiene tanta realidad objetiva que no puede provenir
sino de una causa sumamente perfecta, lo cual se explica con la comparación de
una máquina perfectísima, cuya idea existe en la mente de algún artífice. Pero
para llegar a esta idea, que a mi parecer convierte la antropología en
mecanicismo, hay que recorrer con él un camino.
Para Descartes en su
teoría del conocimiento los sentimientos se igualan a la imaginación, y éstas
se ven reducidas a modos de pensar. Él pasará a lo largo de toda la
discursividad con la que dota a las meditaciones metafísicas de un sistema de
pensamiento en el que lo importante es el ejercicio del pensar. Su gran
preocupación es como discurrir si lo verdadero está en el interior de la
persona o en el exterior sensorial. En el caso de que fuera en el exterior de
donde procederían ideas como el unicornio y en el caso del interior que valor
tendrían las apreciaciones como el sol que se observa. Su valor cognitivo
entraña el conocer la verdad de las cosas, así como el poder valorar la
cantidad de razón que se halla entre la realidad que se capta de los sentidos y
la que procede del objeto en sí, con su totalidad no aprehendida.
Por eso en primer
lugar nos dirá una idea que la repite tanto en las meditaciones metafísicas
como en discurso del método y es la idea de que aquellas cosas que percibo
clara y determinadamente[1],
son verdaderas. Frente a aquellas ideas dispersas o que no se pueden conocer
con claridad. Él pone el ejemplo de la suma dos más tres que de manera clara se
puede afirmar el cinco. Aunque en su juventud hasta esta idea fura puesta en
duda.
Pasando al tema
principal de la tercera meditación sería plantear la existencia o no de Dios, y
en el caso de que este existiera si pudiera ser un garante de verdad o una
especie de genio maligno que engañara a los sentidos. Él planteará la duda de
su existencia pues no puede demostrarla desde los órganos intuitivos o
sensoriales, pero sin embargo ya esboza una pequeña posibilidad de existencia
al decir que si Dios existe bajo ningún motivo puede ser engañoso. Por tanto lo
que único que existe es lo que se percibe claramente, y Dios si existiera sería
el más claro de todas las percepciones.
Posteriormente pasará
a dividir las ideas en tres tipos las innatas, las adventicias, y otras hechas
por el propio hombre, y por tanto artificio del intelecto humano. Pero la clave
de las ideas se encuentra en el juicio, pues ahí es donde él cree que se juega
la verdad de las ideas. En el juicio, al hacer una afirmación hay que
diferenciar entre las ideas que se encuentran dentro de mí de las que proceden
de fuera de mí.
Por tanto, la clave
cartesiana está en poder diferenciar las ideas que se tiene de las cosas que
existen, pues sería una sana unión entre el objeto existente en el exterior y
la idea que puedo elaborarme en mi interior. Él pone el ejemplo del sol que no
es igual la idea que le llega del astro solar desde las ciencias que el que él
capta desde sus sentidos, y por supuesto ninguna de las dos sobrepasa la idea
mental que él elabora con los datos del intelecto y los datos sensibles. Puede
intuir como es realmente ese sol, pero en ningún caso poseerlo en su totalidad.
Pero podría decirse
que su constatación de la existencia de dios, es la necesidad de que si algo
existe es siempre de manera imperfecta, sin embargo no puede crearse desde la
nada, sino desde un algo. Las cosas imperfectas que existen se deben a un origen
perfecto, que dota de sentido el propio discurrir de todo lo que existe. Él
intenta darle la vuelta al argumento de una creación imperfecta, o desde un
origen no real y no consigue verle un sentido. Pues, como ya se ha dicho, desde
la nada no puede generarse algo, sino que necesariamente ha de existir una idea
de perfección que dota del resto de ideas, y realidades, que no son perfectas.
Pero entonces se
plantea la duda sobre la causa que genera la existencia de Dios, y volviendo al
argumento tratado sobre el artificio objetivo de las ideas, y de este principio
perfecto, se debe tener alguna causa, es decir, la ciencia del artífice, o de
algún otro de quien recibió aquélla, así la idea de Dios que existe en nosotros
no puede no tener a Dios mismo como causa. Dios es la causa suprema que genera
el resto de causas y a la vez es el pensamiento de pensamientos, que pensándose
a sí mismo es causa de todo lo que existe.
[1]
Aquí varía la palabra pues en el discurso
del método la denomina distintamente y no determinadamente.
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