viernes, 26 de junio de 2015

La Epistemología de Descartes

A lo largo del siguiente comentario se va a intentar esbozar una pequeña imagen sobre el pensamiento epistemológico de René Descartes tomando como apoyo principal dos de sus obras: El discurso del método (1637), especialmente su capítulo cuarto en el cual explica las razones por las cuales prueba la existencia de Dios del alma humana, como fundamentos a su metafísica; que más tarde consagrara con la segunda obra que se va a analizar y comparar con la anterior las meditaciones metafísicas (1641) en su capítulo tercero en el cual ahonda en la idea de Dios, que existe.
El Discurso del método fue publicado anónimamente por primera vez en Leiden en 1637; en aquella primera edición venía a ser el prólogo de los tres tratados científicos contenidos en el libro (La dióptrica, Los meteoros y La geometría), y, de hecho, no se publicó de forma independiente de los tratados hasta el siglo XIX. En cuanto a las meditaciones metafísicas se tratan de ideas ya esbozadas en la obra anterior y que él quiere darle fuerza y continuar profundizando en el conocimiento de Dios, el cual afirma que existe. La clave del capítulo a tratar, el tercero, sería de qué manera la idea de un ente sumamente perfecto tiene tanta realidad objetiva que no puede provenir sino de una causa sumamente perfecta, lo cual se explica con la comparación de una máquina perfectísima, cuya idea existe en la mente de algún artífice. Pero para llegar a esta idea, que a mi parecer convierte la antropología en mecanicismo, hay que recorrer con él un camino.
Para Descartes en su teoría del conocimiento los sentimientos se igualan a la imaginación, y éstas se ven reducidas a modos de pensar. Él pasará a lo largo de toda la discursividad con la que dota a las meditaciones metafísicas de un sistema de pensamiento en el que lo importante es el ejercicio del pensar. Su gran preocupación es como discurrir si lo verdadero está en el interior de la persona o en el exterior sensorial. En el caso de que fuera en el exterior de donde procederían ideas como el unicornio y en el caso del interior que valor tendrían las apreciaciones como el sol que se observa. Su valor cognitivo entraña el conocer la verdad de las cosas, así como el poder valorar la cantidad de razón que se halla entre la realidad que se capta de los sentidos y la que procede del objeto en sí, con su totalidad no aprehendida.
Por eso en primer lugar nos dirá una idea que la repite tanto en las meditaciones metafísicas como en discurso del método y es la idea de que aquellas cosas que percibo clara y determinadamente[1], son verdaderas. Frente a aquellas ideas dispersas o que no se pueden conocer con claridad. Él pone el ejemplo de la suma dos más tres que de manera clara se puede afirmar el cinco. Aunque en su juventud hasta esta idea fura puesta en duda.
Pasando al tema principal de la tercera meditación sería plantear la existencia o no de Dios, y en el caso de que este existiera si pudiera ser un garante de verdad o una especie de genio maligno que engañara a los sentidos. Él planteará la duda de su existencia pues no puede demostrarla desde los órganos intuitivos o sensoriales, pero sin embargo ya esboza una pequeña posibilidad de existencia al decir que si Dios existe bajo ningún motivo puede ser engañoso. Por tanto lo que único que existe es lo que se percibe claramente, y Dios si existiera sería el más claro de todas las percepciones.
Posteriormente pasará a dividir las ideas en tres tipos las innatas, las adventicias, y otras hechas por el propio hombre, y por tanto artificio del intelecto humano. Pero la clave de las ideas se encuentra en el juicio, pues ahí es donde él cree que se juega la verdad de las ideas. En el juicio, al hacer una afirmación hay que diferenciar entre las ideas que se encuentran dentro de mí de las que proceden de fuera de mí.
Por tanto, la clave cartesiana está en poder diferenciar las ideas que se tiene de las cosas que existen, pues sería una sana unión entre el objeto existente en el exterior y la idea que puedo elaborarme en mi interior. Él pone el ejemplo del sol que no es igual la idea que le llega del astro solar desde las ciencias que el que él capta desde sus sentidos, y por supuesto ninguna de las dos sobrepasa la idea mental que él elabora con los datos del intelecto y los datos sensibles. Puede intuir como es realmente ese sol, pero en ningún caso poseerlo en su totalidad.
Pero podría decirse que su constatación de la existencia de dios, es la necesidad de que si algo existe es siempre de manera imperfecta, sin embargo no puede crearse desde la nada, sino desde un algo. Las cosas imperfectas que existen se deben a un origen perfecto, que dota de sentido el propio discurrir de todo lo que existe. Él intenta darle la vuelta al argumento de una creación imperfecta, o desde un origen no real y no consigue verle un sentido. Pues, como ya se ha dicho, desde la nada no puede generarse algo, sino que necesariamente ha de existir una idea de perfección que dota del resto de ideas, y realidades, que no son perfectas.
Pero entonces se plantea la duda sobre la causa que genera la existencia de Dios, y volviendo al argumento tratado sobre el artificio objetivo de las ideas, y de este principio perfecto, se debe tener alguna causa, es decir, la ciencia del artífice, o de algún otro de quien recibió aquélla, así la idea de Dios que existe en nosotros no puede no tener a Dios mismo como causa. Dios es la causa suprema que genera el resto de causas y a la vez es el pensamiento de pensamientos, que pensándose a sí mismo es causa de todo lo que existe.



[1] Aquí varía la palabra pues en el discurso del método la denomina distintamente y no determinadamente.

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